Uno
de los elementos sui generis de este proceso de cambio y que es propio
de la época en que le ha tocado desarrollarse, ha sido siempre su carácter
pacífico. Vivimos una revolución que en 10 años ha logrado grandes
cosas y que dio inicio a un proceso de emulación casi en todo el resto
de la región. Un proceso de emancipación en paz y democracia, en el
marco de la legalidad y con la presencia -por supuesto- de un recurrente
forcejeo entre lo jurídico y lo político.
En
otras palabras, la Revolución Bolivariana ha consistido en un impresionante
proceso de inclusión social que logró encontrar la manera de democratizar,
por ejemplo, la salud y la educación, impulsando lo que podemos llamar
la política del desborde: si las instituciones de la vieja república
no están ni podrán colocarse a la altura de los tiempos, si forman
en sí mismas parte del problema estructural heredado del Estado de
la cuarta, es imperativo crear instituciones paralelas, mejores instituciones,
instituciones de nuevo tipo, al lado de las viejas, junto a las esclerotizadas.
En
este sentido, las misiones pueden bien dejar de considerarse como una
respuesta coyuntural a problemas estructurales, exitosas iniciativas
que si bien no han adquirido el status de una “institución”, han
respondido satisfactoriamente a los intereses y necesidades del colectivo.
También es pertinente recordar que, institucionalizar una misión puede
traer consecuencias no deseadas para su funcionamiento de cara a la
consolidación de la revolución, como por ejemplo el traslado de normas
y procedimientos que burocraticen el trabajo en dichos espacios.
Sin
embargo, si se trata de colocar una institución de nuevo tipo al lado
de la anacrónica, es importante que lo nuevo sea realmente mejor y
que de hecho este a la altura de los tiempos. Es en este sentido que
se produciría un desborde o una reducción al absurdo de lo viejo,
muchas veces reducto de rancias derechas y viejos vicios. Toda institución
tiene una misión junto a una visión, pero el advenimiento de la revolución
social visibilizó lo que el pueblo siempre supo: instituciones desnortadas,
incapaces de asumir su misión y mucho menos de tener una visión a
futuro; semejante situación sólo podía generar una política pública
que adoptara como nombre la razón de ser que tiene toda institución
pública, y por tanto orientada al servicio público: Misión.
Una
misión es algo que queda bastante claro, es algo trascendente, algo
que hay que hacer, algo que no se negocia y que hay que cumplir en función
de un nuevo estado de cosas que apenas se vislumbra, que es la visión,
la cual está identificada con esa nueva sociedad que construimos en
la actualidad, que redundantemente se llama sociedad socialista. Así
las cosas, partiendo del carácter pacífico (pero armado) de la revolución,
podemos decir que hasta ahora el desarrollo de las misiones ha dejado
entrever cierta aceptación del sistema (¿habrá otra opción?); este
es un proceso que impugna el sistema, es verdad, pero que lo utiliza
para llevar adelante políticas emancipatorias; que critica al sistema,
pero inexorablemente forma parte de él; que pretende superarlo, pero
a través de él.
Si
la revolución acepta más o menos el sistema, uno se pregunta que significa
por ejemplo, el hecho que la banca privada haya obtenido ganancias estratosféricas
sin precedentes en estos últimos años y que al mismo tiempo esos banqueros
y los sectores privados relacionados carnalmente con ellos, se hayan
opuesto y se sigan oponiendo contumazmente a un proceso que les ha dado
tanto. El carácter ingrato y reaccionario de este sector de nuestra
particular burguesía, pareciera venir dado por el hecho de saber y
no aceptar que ha sido posible una revolución aceptando más o menos
las reglas del sistema, rara situación que los deja sin argumentos
válidos dentro de su exótico discurso demo-liberal burgués.
Una
revolución legítima es algo diferente; no es algo como lo ocurrido
en otras revoluciones como, verbigracia, la revolución cubana, acontecimiento
que como expuso Fidel en su conocido discurso dirigido a los intelectuales
en 1961, tuvo y tiene también su derecho a existir. Sin embargo, esa
revolución implicó una lucha armada y la inauguración de un enfrentamiento
directo con la –para ese momento- potencia hegemónica mundial. Enfrentamiento
que implicó un bloqueo económico que fue endureciéndose cada vez
más, y que persiste hoy día con todo y la llegada del “presidente
negro del cambio” a los EE.UU. Valga la comparación para preguntarnos
si la legitimidad sistémica de nuestro proceso de cambio, nuestra convivencia
con la difusión hegemónica de los valores de la modernidad capitalista
y su subestimación -más allá del terrorismo psicológico explícito
que practican empresas de guerra de cuarta generación como Globovisión-,
en un contexto donde la conexión al Internet, los celulares y demás
objetos-fetiches constituyen la aspiración y deseo de la sociedad civil
(la liberal y la popular), no constituyen magnánimos obstáculos para
el avance hacia el socialismo libertario, propios de “la altura de
los tiempos”.
La
revolución legal llegó un día sin derrumbar estructuras y como se
mencionó arriba, aceptando las reglas del sistema. Cuando desde el
poder legislativo se aprobaron leyes que tocaban intereses de los siempre
incluidos y privilegiados, y que no los estaban precisamente excluyendo,
sobrevino la reacción (golpe es Estado de 2002 y saboteo de PDVSA)
de los grupos que sintieron que perderían su tradicional sentimiento
de superioridad cultural, propio de las élites europeizadas de nuestros
países latinoamericanos. Ese fue un momento de intensa politización;
un episodio que produjo efervescencia y definió claramente las posturas
políticas en el seno de la población. Sin embargo, de acuerdo a la
experiencia, a lo que hemos podido observar en algunos espacios políticos
y en el desarrollo del proceso en los últimos años, los momentos de,
digamos, máxima conciencia y de mística revolucionaria, han sido producto
más del esfuerzo telúrico de la figura del presidente Chávez (de
sus determinaciones, discursos y propuestas), de las circunstancias
que han propiciado los diversos eventos electorales, que de las comunidades
organizadas, batallones socialistas o movimientos sociales.
He
tratado de decir en estas breves palabras, que el particular carácter
de la Revolución Bolivariana ha traído consecuencias coo éstas:
- En el aspecto social, creación de un Estado paralelo sin carácter de institución junto a las viejas disfuncionales.
- Convivencia nefasta con empresas de guerra psicológica, o en el mejor de los casos con empresas radiales y audiovisuales de naturaleza capitalista (enajenantes y embrutecedoras) formadoras de falsa conciencia.
- Adopción y profundización de los valores culturales modernos como forma de emancipación en un contexto donde se quiere avanzar hacia una sociedad de nuevo tipo, que no sólo es posible sino necesaria. Comprensible en la transición.
- Aceptación tácita y a veces explícita del chantaje mediático de las grandes corporaciones mediáticas que difunden la idea del autoritarismo en Venezuela. Refiero aquí el hecho de que si bien este proceso es pacífico no deja por eso de haber un Estado soberano, por lo que las acciones que este debe tomar (por ejemplo, no renovar una concesión a un canal o simplemente cerrarlo por razones de salud pública) no deben frenarse ni estancarse por las consecuencias que esto vaya a traer.
- La revolución es pacífica
sólo en un sentido: estudiantes, Danilo Anderson, sindicalistas, pero
sobre todo campesinos (todos del sector progresista-revolucionario),
han caído por cuenta de sicarios al servicio de los intereses del capital.
Nos
parece que hay muchas y más preocupantes consecuencias del carácter
democrático de nuestro proceso emancipador, sin embargo no deja de
ser cierto que la paz es un valor sagrado que también hay que defender
a costa de lo que sea, porque como dijo Sun Tzu en El Arte de la Guerra
“…conseguir cien victorias en cien batallas no es el colmo de la
habilidad. Rendir al enemigo sin combatir es el colmo de la habilidad”.
De
que hemos venido siendo muy hábiles no hay duda, pero al momento del
debate y el análisis, no olvidemos las consecuencias del carácter
de nuestra revolución, que ha sido pacífica (de un solo lado), pero
desde un punto de vista psicológico, bastante violenta.