Según Adam Smith: «Por lo general, el trabajador de la manufactura
añade, al valor de los materiales sobre los que trabaja, el de su
propio mantenimiento y el beneficio de su patrono.»[2] Traducido en
términos marxistas, eso significa que el obrero reproduce en el
transcurso de su trabajo el valor de una parte del capital constante
(es decir, los medios de producción -la cantidad de materias primas, de
energía, la fracción del valor del equipo técnico utilizado, etc.- que
entran en la producción de una mercadería determinada) al que se agrega
el capital variable correspondiente a su salario y el beneficio de su
patrono, que Marx denominó la plusvalía. Karl Marx y Adam Smith, en
épocas diferentes, consideraron que el patrono no produce valor,
cuando, por el contrario, es el obrero el que lo produce.
Según Adam Smith, el obrero crea valor... sin ningún coste para el
capitalista: «Aunque el patrono adelante los salarios a los
trabajadores, en realidad éstos no le cuestan nada, ya que el valor de
tales salarios se repone junto con el beneficio en el mayor valor del
objeto trabajado.»[3]
En el siguiente pasaje, Adam Smith analizó los conflictos de interés y la lucha de clases entre capitalistas y obreros
«Los salarios corrientes del trabajo dependen del contrato
establecido entre dos partes cuyos intereses no son, en modo alguno,
idénticos. Los trabajadores desean obtener lo máximo posible, los
patronos dar lo mínimo. Los primeros se unen para elevarlos, los
segundos para rebajarlos.
»No es difícil, sin embargo, prever cuál de las partes vencerá en
la disputa y forzará a la otra a aceptar sus condiciones. Los patronos,
al ser menos en número, pueden unirse fácilmente; y además la ley lo
autoriza, o al menos no lo prohíbe, mientras que prohíbe las uniones de
los trabajadores. No tenemos leyes parlamentarias contra la asociación
para rebajar los salarios; pero tenemos muchas contra las uniones
tendentes a aumentarlos. Además, en tales confrontaciones los patronos
pueden resistir durante mucho más tiempo. Un terrateniente, un colono,
un comerciante o un fabricante pueden, normalmente, vivir un año o dos
con los capitales que ya han adquirido, y sin tener que emplear a
ningún trabajador. En cambio, muchos trabajadores no podrían subsistir
una semana, unos pocos podrían hacerlo durante un mes, y un número
escaso de ellos podría vivir durante un año sin empleo. A largo plazo,
el trabajador es tan necesario para el patrono como éste lo es para él,
pero la necesidad del patrono no es tan inmediata.
»Se suele decir que la unión de los patronos es muy rara y que la
de los trabajadores es muy frecuente. Pero los que, de acuerdo con
estos dichos, piensen que los patronos raramente se unen, son tan
ignorantes de lo que pasa en el mundo como de este asunto. Los patronos
están siempre y en todas partes en una especie de acuerdo tácito, pero
constante y uniforme, para no elevar los salarios por encima de su
nivel actual. La violación de dicho acuerdo es, en todas partes,
impopular, y somete a quien así procede al reproche de sus vecinos e
iguales. De hecho, oímos poco de estas uniones porque es lo normal,
incluso se puede decir que es el estado natural de cosas de las que
nunca se oye hablar. Los patronos constituyen, a veces, incluso uniones
específicas para reducir los salarios por debajo de aquel nivel. Estos
acuerdos se llevan a cabo siempre con el más absoluto silencio y
secreto hasta que se ejecutan, y nunca se hacen públicos cuando los
trabajadores se someten, como a veces ocurre, sin resistencia. No
obstante, estas uniones se encuentran a menudo frente a uniones
defensivas de los trabajadores, quienes en ocasiones, sin existir
siquiera una provocación de este tipo, se unen para elevar los
salarios. Las razones que esgrimen estriban a veces en el alto precio
de los bienes de subsistencia y, a veces, en los grandes beneficios que
los patronos sacan de su trabajo. Ahora bien, sean sus uniones
defensivas u ofensivas, se suele hablar mucho de ellas. Para precipitar
una solución recurren siempre a grandes alborotos y a veces a la
violencia y a los atropellos más sorprendentes.
Están desesperados y proceden con el frenesí propio del hombre en
ese estado, cuya alternativa es morirse de hambre o forzar a sus
patronos a que, por miedo, cumplan sus exigencias. En estas ocasiones
los patronos reclamen tanto como ellos y exigen la ayuda de los
magistrados civiles y el cumplimiento riguroso de las leyes
establecidas con tanta severidad contra la asociación de sirvientes,
trabajadores y jornaleros.»[4]
Lo que motiva al capitalista según Adam Smith
«El único motivo que mueve al poseedor de cualquier capital a
emplearlo en la agricultura, en la manufactura, o en alguna rama del
comercio mayorista o detallista, es la consideración a su propio
beneficio particular. Las diferentes cantidades de trabajo productivo
que puede poner en movimiento y los diferentes valores que puede añadir
al producto anual de la tierra y trabajo de la sociedad, según se
emplee de una u otra forma, nunca entran en sus pensamientos.»[5]
Adam Smith considera que hay tres clases sociales fundamentales:
1º. La clase de los terratenientes que vive de la renta; 2º. La que
vive de los salarios y 3º. La clase capitalista que vive de los
beneficios. Adam Smith identifica a su manera la conciencia y los
intereses de estas tres clases sociales.
«Todo el producto anual de la tierra y el trabajo de cualquier
país o, lo que viene a ser lo mismo, el precio conjunto de dicho
producto anual, se divide de un modo natural, como ya se ha dicho, en
tres partes: la renta de la tierra, los salarios del trabajo y los
beneficios del capital, constituyendo, por tanto, la renta de tres
clases de la sociedad: la que vive de la renta, la que vive de los
salarios y la que vive de los beneficios. Estas son las tres grandes
clases originarias y principales de toda sociedad civilizada, de cuyas
rentas se deriva, en última instancia, la de cualquier otra clase.
[...]»
Hablando de la clase de los rentistas, o sea, de los
terratenientes, Adam Smith afirmaba: « Es la única de las tres clases,
que percibe su renta sin que le cueste trabajo ni desvelos, sino que la
percibe de una manera en cierto modo espontánea, independientemente de
cualquier plan o proyecto propio para adquirirla. Esa indolencia,
consecuencia natural de una situación tan cómoda y segura, no sólo
convierte [a los miembros de esta clase] a menudo en ignorantes, si no
en incapaces para la meditación necesaria para prever y comprender los
efectos de cualquier reglamentación pública.
» El interés de la segunda clase, la que vive de los salarios,
está tan vinculado con el interés general de la sociedad como el de la
primera. [...] Sin embargo, aun cuando el interés del trabajador está
íntimamente vinculado al de la sociedad, es incapaz de comprender ese
interés o de relacionarlo con el propio. Su condición no le deja tiempo
suficiente para recibir la información necesaria, y su educación y sus
hábitos son tales que le incapacitan para opinar, aun en el caso de
estar totalmente informado. Por ello, en las cuestiones públicas su
opinión no se escucha ni considera, excepto en las ocasiones en que los
patronos fomentan, apoyan o promueven sus reclamaciones, no por
defender los intereses del trabajador, sino los suyos propios.
»La tercera clase la constituyen los patronos, o sea, los que
viven de beneficios. El capital empleado con intención de obtener
beneficios pone en movimiento la mayor parte del trabajo útil en
cualquier sociedad. Los planes y proyectos de aquellos que emplean el
capital regulan y dirigen las operaciones más importantes del trabajo,
siendo el beneficio el fin perseguido con todos aquellos planes y
proyectos. [...] Dentro de esta clase, los comerciantes y fabricantes
son las dos categorías de personas que habitualmente emplean los
mayores capitales, y que con su riqueza atraen la mayor parte de la
consideración de los poderes públicos hacia sí. Como durante toda su
vida están ocupados en hacer planes y proyectos, frecuentemente tienen
mayor agudeza y talento que la mayor parte de los terratenientes. [...]
Los intereses de los comerciantes que trafican en ciertos ramos del
comercio o de las manufacturas siempre son distintos de los generales,
y muchas veces totalmente opuestos. El interés del comerciante consiste
siempre en ampliar el mercado y reducir la competencia. La ampliación
del mercado suele coincidir con el interés público, pero la reducción
de la competencia siempre está en contra de dicho interés, y sólo sirve
para que los comerciantes, al elevar los beneficios por encima de su
nivel natural, impongan, en beneficio propio, una contribución absurda
sobre el resto de los ciudadanos. Cualquier propuesta de una nueva ley
o reglamentación del comercio que provenga de esta clase deberá
analizarse siempre con gran precaución, y nunca deberá adoptarse sino
después de un largo y cuidadoso examen, efectuado no sólo con la
atención más escrupulosa sino con total desconfianza, pues viene de una
clase de gente cuyos intereses no suelen coincidir exactamente con los
de la comunidad y que tienden a defraudarla y a oprimirla, como ha
demostrado la experiencia en muchas ocasiones.»[6]
También encontramos en Adam Smith otros juicios que producen
urticaria a los gobernantes y a los ideólogos que reivindican su
herencia: «Nuestros comerciantes se quejan con frecuencia de los altos
salarios del trabajo británico como la causa de que sus manufacturas no
se vendan tan baratas en los mercados foráneos, pero no dicen nada de
los altos beneficios del capital. Se quejan de las generosas ganancias
de otra gente, pero no dicen nada de las propias. No obstante, los
altos beneficios del capital británico pueden contribuir a elevar el
precio de las manufacturas británicas, tanto, y en algunos casos quizá
más, que los altos salarios del trabajo.»[7]
Esta declaración es una verdadera herejía para los patronos que
adjudican a los costes salariales -siempre demasiados altos para su
gusto- la responsabilidad de la inflación y de la falta de
competitividad.
Estos elementos, tan esenciales en el pensamiento de Adam Smith (o
incluso más) que la famosa mano invisible (que sólo menciona tres veces
en su obra), son sistemáticamente pasados por alto por el pensamiento
económico dominante.[8]
Una de las diferencias fundamentales entre Adam Smith y Karl Marx
es que el primero, si bien era conciente de la explotación del obrero
por el patrono, apoyaba a los patronos mientras que el segundo estaba
por la emancipación de los obreros.
El preámbulo de los estatutos de la Asociación Internacional de
Trabajadores (AIT)[9] redactado por Karl Marx expresa el meollo de su
posición:
«Considerando:
»Que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos;
que la lucha por la emancipación no ha de tender a constituir
nuevos privilegios y monopolios, sino a establecer para todos los
mismos derechos y los mismos deberes; y a la abolición de todos los
regímenes de clase;
»Que el sometimiento del trabajador a los que monopolizan los
medios de trabajo -o sea, la fuente de la vida- es la causa fundamental
de la servidumbre en todas sus formas: miseria social, degradación
intelectual y dependencia política;
»Que por lo mismo la emancipación económica de los trabajadores es
el gran objetivo al que debe subordinarse todo movimiento político;
»Que todos los esfuerzos hechos hasta ahora han fracasado por
falta de solidaridad entre los obreros de las diferentes profesiones en
cada país, y por la ausencia de una unión fraternal entre los
trabajadores de diversas regiones;
»Que la emancipación de los trabajadores no es un problema local o
nacional, sino que, al contrario, es un problema social, que afecta a
todos los países donde exista una sociedad moderna; estando
necesariamente subordinada su solución al concurso teórico y práctico
de los países más avanzados;
»Que el movimiento que resurge entre los obreros de los países más
industriosos de Europa, al engendrar nuevas esperanzas, advierte
solemnemente que no se incurra de nuevo en antiguos errores, y llama a
la coordinación de todos los movimientos hasta ahora aislados;
»Por estas razones, se funda la Asociación Internacional de Trabajadores.
Y declara:
»Que todas las sociedades y todos los individuos que se adhieran a
ella reconocerán como la base de su conducta hacia todos los hombres,
sin distinción de color, creencia o nacionalidad, la Verdad, la
Justicia y la Moral,.
»Y por lo tanto, ningún derecho sin deberes, ningún deber sin derechos.»
[1] Eric Toussaint, doctor en ciencias políticas, es
presidente del CADTM Bélgica (Comité para la anulación de la deuda del
tercer mundo, www.cadtm.org ). Es coautor con Damien Millet del libro
60 preguntas 60 respuestas sobre la deuda, el FMI y el Banco Mundial,
Icaria/Intermón, Barcelona, próxima edición.
[2] Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, (1776), Editorial Oikos-Tau, Barcelona, 1988, Libro II cap.III, pág. 387.
[3] Adam Smith, idem.
[4] Adam Smith, op. cit., libro I capítulo VIII, pp. 149, 150.
[5] Adam Smith, op. cit., libro II capítulo V, p. 428.
[6] Adam Smith, op. cit., libro I, capítulo XI, pp. 324-326.
[7] Adam Smith, op. cit.,libro IV capítulo VII, p. 640.
[8] Es el caso, por ejemplo, de Alan Greenspan, quien en su
biografía La era de las turbulencias, aparecida en 2007, dedica siete
páginas elogiosas a Adam Smith, pero expurga de su pensamiento
cualquier referencia al trabajo asalariado como creador del beneficio,
a la teoría del valor trabajo y a la lucha de clases. (Alan Greenspan,
La era de las turbulencias: aventuras de un nuevo mundo, Ediciones B,
SA, Barclona, 2008.)
[9] La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), conocida
como la Primera Internacional, fue fundada en 1864. En ella
participaron Karl Marx y Friedrich Engels. Allí se encontraban
colectivistas antiautoritarios (la corriente internacional de Mijail
Bakunin), colectivistas marxistas, mutualistas (partidarios de
Pierre-Joseph Proudhon) y otros. Colaboraron conjuntamente militantes
políticos, sindicalistas y cooperativistas. La AIT se dividió después
de la derrota de la Comuna de París.