Carlos Mármol | Actualizado 13.03.2010 - 08:56
INTERIOR día. Una casa llena de libros, amplia, apacible, en la
estrechez de la calle Manuel Rojas Marcos. Desde el salón se contempla
la fachada terrosa de la iglesia de San Felipe Neri.
-¿Alguien
que en Sevilla dice lo que piensa es impertinente, inconsciente o
sencillamente sincero?
-Ir a contracorriente no sale gratis.
Tiene la recompensa de la tranquilidad: dices lo que crees.
Afortunadamente, hay gente más valiente que la media que dice lo que
piensa; otros tenemos el privilegio de hacerlo porque nuestro trabajo
nos lo permite: no tenemos jefe. De cualquier modo, siempre pagas cierto
precio: ostracismo, marginación... Sólo hay que ver quiénes son los que
tienen el dinero y las bendiciones. La gente que normalmente se
acomoda. Estamos rodeados de mentiras. Baudrillard decía que vivimos en
la sociedad del crimen perfecto porque se ha asesinado a la verdad. Ir
contra el discurso oficial siempre implica que te dejen fuera.
-¿Qué
precio ha tenido que pagar?
-Estoy tan satisfecho de decir lo
que quiero que, la verdad, no siento ninguna carga. Sólo incomprensión:
la gente del PSOE me sitúa junto a IU y los de IU dicen que soy del
PSOE. No estoy afiliado a ningún partido.
-¿Y los del PP?
-Bueno,
tengo amigos en el PP. Saben que soy una persona de izquierdas. Lo
curioso es que nadie te encaja con él ; siempre con los demás.
-¿No
es una manera de acertar no tener contento a nadie ?
-En cierta
medida es lo que busco. Leonardo Sciascia decía que la obligación de los
intelectuales es levantar las piedras para que se vean los gusanos. Eso
no le gusta a nadie, claro. Pero se puede hacer con lealtad. Sevilla y
Andalucía son sitios donde se aprecia poco la crítica. En la vida
pública dices algo que no te parece bien y enseguida se toma tu opinión
como si fuera un misil.
-¿Vivimos entre simulacros?
-Efectivamente,
vivimos en una opereta. Sevilla funciona así. La Semana Santa, tan
difícil de entender para mí, es un enorme simulacro. No entiendo que
algo vinculado a las creencias y a la percepción religiosa tenga una
pasión tan pagana y que se mantenga gratamente esa convivencia. No
entiendo que las cofradías se manifiesten contra el aborto y estén
llenas de políticos que han hecho esas leyes. Pero, en fin, también las
contradicciones tienen su belleza, digo yo, aunque ésta hay que admitir
que es singular.
-Los economistas son todos iguales ¿no?
-El
pensamiento económico es diverso. Lo que pasa es siempre ha influido en
el poder. Ningún poder podría mantenerse sin contar con un discurso
económico. Eso hace que intente captar para sí un determinado
pensamiento económico e implica acabar con el otro, invisibilizar todo
lo que lo contradice. Quien usa la economía para fortalecer un poder
desigual intenta que ésta hable en latín para que no se entienda. ¿Por
qué todos los asesores económicos de Zapatero son neoliberales? ¿Cómo es
posible que la Junta sea la principal fuente de pensamiento económico
liberal en Andalucía? La mayoría de los militantes del PSOE están a
favor de la intervención pública en la economía. Sin embargo, potencian a
los economistas que la condenan. Eso es lo que hace que la gente diga
que todos los economistas son iguales.
-¿Ir contracorriente no es
mucho más complicado en su campo, donde existe un discurso dominante
que además está retribuido?
-Muy bien retribuido, por cierto. Si
la gente supiera lo que ganan algunos catedráticos colegas míos que
trabajan para los bancos y defienden que hay que privatizar las
pensiones se quedaría estupefacta. Se paga no sólo con dinero, sino con
prebendas, premios e incluso con el reconocimiento académico. Yo fui uno
de los catedráticos más jóvenes de Andalucía. Mi curriculum: varios
libros, un montón de artículos y, sin embargo, no estoy reconocido para
formar parte de los tribunales de selección de catedráticos. Según los
patrones que los liberales han impuesto en la universidad, no tengo
calidad suficiente. Otra gente se calla. Yo lo digo claramente: no me da
vergüenza decir que he sido excluido sólo por razones ideológicas,
porque se impone una determinada línea de pensamiento en la universidad.
Una línea, además, nefasta y que es relativamente fácil comprobar que
es equivocada. Los liberales han llevado la economía mundial a la
debacle. Son como médicos a los que se le mueren los enfermos y,
paradójicamente, siguen ejerciendo y cada vez tienen más poder dentro de
su gremio. La economía se ha convertido en un discurso ideológico al
servicio de los bancos y de las grandes empresas.
-¿En la vida
universitaria es igual?
-Lo primero que encuentras al entrar a
una facultad es una oficina del Banco de Santander. Eso ya te lo dice
todo: quién financia y para qué. Es una institución pública, tenemos
libertad, pero la presión para que deje de ser lo que tiene que ser es
creciente. Hay recortes presupuestarios. Después está el debate de cuál
es su papel. No debemos estar al servicio del mercado, sino de la
sociedad. Debemos ser fuente de contratendencias y favorecer los
cambios. Somos la despensa donde se acumulan víveres para usarlos en
tiempos difíciles. No podemos ser el gabinete de I+D de las empresas.
Eso debe estar en las empresas. nos toca abrir caminos. En lugar de
arriesgar capital e innovar, lo que quieren las empresas es que lo haga
el Estado en las universidades. Del trabajo universitario se deriva
utilidad, pero los profesores no somos empleados y los estudiantes no
son fuerza de trabajo. Es un error.
-Nuestro tejido económico es
bastante débil, dependiente.
-La nuestra es una historia es de
rentistas y de clases altas extraordinariamente egoístas que nunca han
pensado en crear riqueza, sino en mantener privilegios casi medievales.
El nacimiento de una sociedad moderna e innovadora así es muy
complicado. Andalucía ha dado un salto espectacular en tan sólo treinta
años, pero, cómo no sería nuestro atraso, que en realidad no hemos
ganado posiciones relativas.
-¿Cuáles son nuestros problemas?
-No
hemos tenido una clase empresarial auténtica, salvo excepciones
honradísimas. Han sido buscadores de negocios y gente que ha vivido de
la teta del sector público como si fueran funcionarios. A la mayoría de
los empresarios, empezando por la patronal, sólo les falta tomar
posesión. En segundo lugar, se ha tardado mucho en disponer de un
sistema educativo potente. En Andalucía hemos creado las bases de
bienestar social, sin el cual no es posible la modernización privada, en
años con restricciones presupuestarias. También carecemos de un sistema
de mediación social que favorezca la innovación, que descubra palancas
de riqueza. El entorno internacional no nos ayuda: Andalucía hace un
esfuerzo por incorporarse a esta dinámica, que es totalmente contraria a
lo que le interesa. Nos impone deslocalizaciones y cadenas productivas
fragmentadas, cuando lo que más necesitamos es vertebración. Es una
contradicción irresoluble: la alternativa no es no subirse al tren, sino
intentar que el rumbo cambie. Los dirigentes económicos, sindicales y
patronales saben esto pero no hacen nada para modificar las cosas. Si no
se cambia esta lógica es difícil que Andalucía, o una provincia como
Sevilla, progrese. Hemos dado también pasos atrás: perdimos la
oportunidad de tener una agricultura potente, un sistema de distribución
propio, una industria que hubiera dado el salto a las nuevas
tecnologías. No vamos a tener estos activos porque hemos vendido los
focos de desarrollo productivo. La UE nos trajo la ventaja del flujo de
capitales, pero la gente no cuenta que también ha supuesto que nuestros
activos más importantes se vendieran. Los centros neurálgicos de nuestra
economía están en manos extranjeras. Hemos perdido los resortes para
tener una estrategia autóctona. No hemos usado a las cajas para esto. En
lugar de frenar esta tendencia y desarrollar el nuevo modelo
productivo, han acelerado la desvertebración de la economía. Los bancos
privados, a fin de cuentas, sólo buscan dinero, pero las cajas no tenían
que reproducir ese mismo modelo. El PSOE ha sido impotente. Porque en
los órganos de dirección de las cajas se sientan afiliados del PSOE y
gente puesta por el Gobierno andaluz.
-No somos capaces de
despegar.
-Nuestro modelo productivo no es innovador. Se basa en
un deterioro constante del mercado interno que tiene su muestra en la
contención salarial. Los empresarios tienen dos alternativas: o
vincularse al mercado global u optar por competitir con los salarios.
Para hacerlo en el primer campo tienen que ser vanguardistas, y eso
requiere esfuerzo. En el mercado global no es fácil que empresas de
segunda o tercera fila puedan insertarse. Siempre se elige el segundo
camino: un modelo empobrecedor, que no crea demanda y lleva a la ruina a
la propia red empresarial. Sus propios remedios las envenenan. Y no hay
manera de hacérselo ver: lo resuelven todo a base de subvenciones. Hay
que cambiar la forma de ver las cosas. Al propio empresariado es a quien
debería interesarle el cambio. Habría que fortalecer el sector público.
-¿No hay muchos funcionarios?
-Lo que hay es mucho mito.
Los países más avanzados tienen un sector público potente. No es verdad
que Andalucía tenga una presencia del sector público mayor, aunque sí
es cierto que existe descompensación, no está bien aquilatado. Tendría
que centrarse mucho más en la creación de capital social, que es lo que
necesitan las empresas. El problema no es que el sector público sea
excesivo, sino que el dinamismo productivo de nuestra economía es
escaso. El capital que teníamos se ha ido fuera, no ha creado redes. Se
ha generado una economía de la especulación.
-Un informe
municipal hablaba hace poco del nivel salarial de Sevilla. Pura
subsistencia.
-Los andaluces viven peor en salarios y condiciones
de vida, aunque tenemos un capital relacional y de entorno que también
es calidad de vida. Estamos peor en horas de trabajo, salarios, cosas
materiales. Cuando los empresarios hablan de reducir los salarios no se
dan cuenta de que no sólo reducen costes, sino demanda, consumo. Limitan
el desarrollo potencial de los mercados. Esa medida sólo provoca que la
economía vuelva a caer. Hay crecer de otra manera. Lo pienso cuando leo
cosas sobre la famosa torre [Pelli]. ¿Con lo que ha caído en el sector
inmobiliario vamos a hacer un monumento a ese derroche?
-¿Existe
escenario social y cultural para cambiar las cosas?
-Por mucho
que quiera hacer el gobierno, lo importante es la sociedad. En lugar ser
el reflejo de las inquietudes colectivas, el Gobierno se ha convertido
en el eje de todo. No hay ósmosis. Está limitado por la coyuntura, las
presiones. No hay contrapoderes.
-¿La sociedad civil no es libre?
-No
cultiva la disensión. ¿Que es innovar sino disentir? Se nos dice que
hay que innovar pero no disentir. Poner una economía a innovar significa
animar a la gente a imaginar cosas nuevas. Un emprendedor es quien
piensa cosas distintas. No puedes estar transmitiendo en Canal Sur un
discurso del siglo XVII y al mismo tiempo decirle a la gente que sea
innovadora y darle un ordenador. Es una contradicción. La innovación es
rebeldía. Tenemos un espacio de representación que a la postre no se
traduce en la posibilidad real de que los individuos influyan. Cada vez
estamos más lejos de nuestros propios representantes. Una sociedad
innovadora tiene que deliberar. Es un componente fundamental del
progreso. Pero sólo se busca el asentimiento con mentiras, eslóganes y
un apoyo acrítico. Cuando se conocen los entresijos de los medios,
incluso los públicos, se ve cómo se teledirige a los líderes de opinión.
Se tiene mucho miedo a oír cosas contrarias. Conservadurismo. No somos
una sociedad abierta. La izquierda es la que se ha hecho más
conservadora. No tiene ningún discurso, se queda atrapada en el
dominante y sólo se preocupa por conservar lo que tiene.
-¿Los
extremos se tocan?
-El poder une mucho. La derecha económica vive
del poder político. Ha penetrado en él: todo el mundo conoce a la gente
de la derecha que está metida en el PSOE. Ése es el problema del PP: la
derecha económica nunca ha apostado por ellos porque está muy cómoda
con el PSOE. En Sevilla los resortes de los que depende la vida pública y
social son muy claros para el que los quiera ver. Son fáciles de
controlar. Sirven para inmovilizar. El PSOE quizás es capaz de ganar
elecciones pero no cambia la sociedad. En Andalucía lo que está pasando
es que bajo una apariencia de quietud los ciudadanos cada vez son menos
propicios al statu quo. El PSOE está creando a la ciudadanía que acabará
con la socialdemocracia.