14 de Julio.- Roberto Hernández Montoya decidió revelar quién acuñó y dio a conocer el término "disociación psicótica" que tanto se usa, ignorándose hasta el momento quien fue su creador.
Hernández Montoya señala: "Cuando yo trabajaba en La Biblioteca de Venezuela Analítica, Juan Vicente Gómez Gómez me pidió que publicara ese texto bajo el seudónimo de Alejandro Ruiz Iriarte. Ignoro las razones que tuvo Juan Vicente para ello. Y me pidió que solo luego de su muerte se aclarase que el autor verdadero de ese texto era Juan Vicente Gómez Gómez. Fue lo que hice en ese correo masivo que envié.
A continuación el artículo que fue publicado en 2001 en Analítica.com:
"Disociación psicótica
Alejandro Ruiz Iriarte
2001
Nota: Este es un texto escrito complementado otro que, sin estar
firmado, llegó a mi buzón de correo. En su concepción reviste
importancia, a pesar de pecar de debilidad argumental y deficiencias de
estilo. Es por ello que, manteniendo la línea argumental, me atreví a
complementarlo, tanto más que aborda una situación social plenamente
vigente que merece ser tomada en cuenta.
A continuación les someto el texto modificado.
Grupos de especialistas (psicólogos, psiquiatras, comunicadores sociales
y expertos en asesoría de imagen) vienen trabajando para dirigentes
políticos de la oposición, habiendo elaborado campañas que buscan captar
la atención de determinados sectores sociales, y de esa forma
condicionarlos con el contenido de ellas.
De esta manera, durante los dos últimos años, han manejado determinados
códigos psicológicos que buscan motivar y convencer a los sectores a los
cuales están dirigidos. El resultado que se proponen obtener es influir
al receptor del mensaje de tal manera que pierda su capacidad de
discernimiento y obnubilarlo del tal forma que termine por renunciar a
cualquier análisis crítico del mensaje del que es receptor, causándole
así una patología mental llamada «Disociación psicótica».
Explicándolo grosso modo, para no extenderme demasiado, la disociación
psicótica es un proceso de manejo de códigos psicológicos donde se crea
en el subconsciente del individuo una realidad ficticia en la que
«TODOS» los males, y por ende «TODO» lo negativo que le sucede, proviene
de una sola causa o de una sola persona. Establecido el patrón mental
en el subconsciente del individuo, este llega a un estadio que le induce
a creer que eliminando la causa de los males que le aquejan, habrá de
alcanzar la felicidad absoluta. Estando dirigida a un colectivo la
campaña requiere que el mensaje sea, además de asimilado, retransmitido a
otros individuos pertenecientes a dicho colectivo. Para ese fin la
oposición ha contado con el respaldo de los medios de comunicación
social, los que de manera sistemática y reiterada han hecho llegar el
mensaje al receptor. En forma más primaria (los medios aún no tenían ni
la tecnología, ni la penetración que hoy tienen) Goebbels manejó códigos
similares, por lo que la sociedad alemana llegó al convencimiento pleno
de que los judíos eran los únicos responsables de la crisis económica
de 1929, que tenía por finalidad imponer el comunismo en Alemania. Para
ello se creó una matriz de opinión según la cual el sionismo era un
instrumento de la Unión Soviética, quien aspiraba imponer el sistema
comunista en escala mundial.
En nuestro caso, es decir en Venezuela, se trata de Chávez.
Chávez como único responsable de los males que aquejan a la clase media,
para la cual está dirigido el mensaje. Una clase media que de manera
inconsciente ha desarrollado la certeza de que la implantación del
comunismo en Venezuela es el fin último que él persigue. La que
visceralmente se niega a leer el texto constitucional, satanizándolo sin
siquiera haberlo ojeado. La que repite que el país está en la ruina, a
pesar de seguir cambiando de vehículo año tras año, de seguir
concurriendo a costosos restaurantes sin importarle el monto de la
factura a pagar, de seguir viajando al exterior por lo menos dos veces
al año, etc. La que no duda en creer que los aliados de Chávez no son
otros que los que Bush definió como el «Eje del mal», por lo cual en
Venezuela transitan libremente y a plena luz del día, terroristas
venidos de Colombia, de Libia, de Irak, de Jordania y de Irlanda. Para
la que los Círculos Bolivarianos son organizaciones paramilitares
fuertemente armadas que en cualquier momento habrán de saquear y quemar
las urbanizaciones en las que la clase media vive, por lo que la clase
media ha desabastecido las armerías y procedido a organizarse en comités
de autodefensa para defenderse de los acólitos de Chávez.
De allí que el odio sea tan recalcitrante y visceral en el seno de la
clase media, llegando a un paroxismo que solo se podría alcanzar si
Chávez les hubiese matado a algún familiar. Un odio que ha alcanzado tal
extremo de irracionalidad, que los lleva a no poder manejar sus
vehículos sin estar compulsivamente accionando la corneta, para
reproducir el eslogan: «¡Chá-vez-vete-ya!».
Por lo cual esta patología, ya que ha llegado al estadio de patología,
aliena al individuo de un mundo «real» y lo sumerge en un mundo «creado»
(no se puede hablar de un mundo «ficticio», puesto que lo tiene por
«real»), en el que todo encaja de acuerdo a su inconsciente «verdad».
Ejemplifiquemos.
No importa que se les muestre la filmación de Carmona firmando el
Decreto que daba al traste con todas las instituciones democráticas del
país, para ellos aquello fue un acto absolutamente legal, y en todo
momento rechazarán que el 11 de abril se consumó un golpe de Estado. No
pudo haber golpe de Estado ya que los conjurados lo que hicieron fue
llevar a cabo lo que ellos, desde su odio particular (mundo «creado»),
consideraban que es lo que debía de hacerse. Y desde ese mundo «creado»
se obtiene una visión de la realidad «virtual disociada», desde la cual
es imposible procesar hechos que se niegan a tener por reales. En
consecuencia, la reacción popular de los días 12 y 13 de abril para
ellos no existió, como tampoco existen personas para las cuales tengan
«sentido» las políticas que impulsa el Gobierno.
Están, pues, en un estado avanzado de disociación que no permitirá que
nada de la realidad vaya en contra de «su realidad» (creada), así el
conciente les diga que hay pruebas reales y objetivas de que no están en
lo correcto.
Se trata, pues, de una patología psiquiátrica creada, la que requiere de
permanentes estímulos. Por eso la oposición no deja de aplicar
diariamente estímulos a esos códigos psicológicos y con el concurso de
los medios acentúa la campaña para reafirmar en su convencimiento al
individuo que la ha desarrollado, buscando además que el mensaje penetre
en otros individuos, por lo general con gran fragilidad psicológica,
que emocionalmente (están insertos en un grupo que los coerciona) estén
dispuestos a recibirlo y a procesarlo, por lo que cada vez más ese tipo
de patología se desarrolla en otros venezolanos.
Uno de los síntomas inequívocos de la disociación es que la persona, una
vez desarrollada la patología, no puede pasarse del estímulo. Siendo
los medios el instrumento fundamental de esa campaña, la persona en fase
de «disociación psicótica» no podrá, por ejemplo, dejar de ver
Globovisión (el impulso emisor), canal que habrá de sintonizar de manera
compulsiva, porque de no hacerlo se le habrán de presentar síntomas de
ansiedad similares al síndrome de abstinencia en los drogadictos,
fumadores, alcohólicos, etc. El individuo que está disociado, al igual
que sucede con los drogadictos, alcohólicos o fumadores, no habrá de
reconocer que está inmerso en un problema, por lo que afirmará una y
otra vez estar libre de cualquier patología.
En Venezuela esto ha llegado a ser ya un serio problema de salud
pública. Basta observar en nuestro entorno para comprobar cómo se
manifiestan miles de personas, inclusive nuestros propios vecinos o
familiares, para las cuales nada de malo tendría que alguien matase a
Chávez (la única causa de sus males), y que nada malo ven en que sus
hijos anden por allí con una cacerola en la mano, y gritando a voz en
cuello: «¡Muérete maldito!» o «¡Muera Chávez!». Así como tampoco les
alarma oírles decir que les gustaría tener un arma para matar al tirano.
Debido la disociación psicótica que los atenaza no están en capacidad
de comprender que se está condicionando a esos niños, de tal forma que
al llegar a adultos podrían tomar un arma y arremeter contra cualquier
persona que no concuerde con ellos o a la que por cualquier razón estén
haciendo responsable de sus fracasos, actuarán así para librarse del que
han identificado como el causante de sus males.
Quien padece de disociación psicótica corre además el peligro de que
cuando su realidad comience a serle insoportable, o que cuando por algún
motivo la causa aparente de todos sus males resulte no serlo, con la
misma intensidad padecerá una profunda frustración, tan profunda que
puede llegar en muchos casos a límites extremos de consecuencias
impredecibles. Por lo que estamos ante un problema de Estado que
repercute en la seguridad interna de la nación y en la salud pública,
que hace necesario tomar medidas de manera inmediata."