Con el argumento de que los coroneles Roberto Casanova y Abel Romero Villate habían participado en la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, sus puestos fueron asumidos por Eugenio Mendoza y Blas Lamberti
23 Ene. 2011 - Desde la madrugada, los aviones F-86 pasan rasantes sobre de Miraflores. Van y vienen, y deben ladearse para sortear el obstáculo de las torres de El Silencio. Es el primero de enero de 1958, y el bramar de las aeronaves y el traqueteo de las metralletas sobre el Palacio Presidencial levantan, conmocionada, a la capital venezolana, cuyos habitantes rápidamente se enterarán de que se trata de un levantamiento militar cuyo jefe es el coronel Hugo Trejo, quien personalmente sale de Maracay con una división de tanques en ruta hacia Miraflores y la sede la Seguridad Nacional, en Los Caobos.
Simultáneamente, dos unidades de tanques del cuartel Urdaneta (Catia) se sublevan y parten hacia Maracay, donde las demás tropas tomaron el control de una emisora de radio. La operación padeció problemas de comunicación y fracasó.
La hazaña derivó en una rebelión popular que produjo la agonía de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, quien a partir de 1952 (aunque con el derrocamiento del escritor Rómulo Gallegos en 1948 ya había accedido a posiciones de poder) implantó un salvaje método de asesinatos y desapariciones, luego de desconocer la victoria electoral alcanzada ese año por Jóvito Villalba, del partido Unión Republicana Democrática (URD).
El movimiento militar no alcanzó los objetivos trazados y sus principales protagonistas (oficiales de las guarniciones de Maracay y Caracas, principalmente de la Fuerza Aérea) fueron detenidos por la dictadura.
No obstante, una profunda herida había quedado abierta en el cráneo del Gobierno represor, porque a partir de ese hecho la insurrección hizo metástasis a lo interno de la Fuerza Armada Nacional y las luchas populares se revitalizaron con el acontecimiento. La Seguridad Nacional -tenebroso aparato policial de Pérez Jiménez- reaccionó con más represión: llenó las cárceles con dirigentes políticos de la resistencia y reprimió a los estudiantes, además de cerrar los liceos.
A los pocos días, concretamente el 20 de enero de ese año, se realizó una huelga de prensa que al día siguiente se convirtió en huelga general; ambos hechos fueron promovidos por la Junta Patriótica, que en la clandestinidad y dirigida por Fabricio Ojeda (URD) y Guillermo García Ponce (PCV) coordinaron la lucha contra la dictadura. Dos días después, el dictador huyó el país hacia República Dominicana, donde gobernaba otro régimen de similares proporciones: Rafael Leonidas Trujillo. El levantamiento de la Marina de Guerra y de la guarnición de Caracas, el día 22, precipitaron su huida.
Así como el 21 y el 23 de enero tuvieron como precedente el levantamiento del 1 de enero, ambos hechos fueron antecedidos por una trampa con la que Pérez Jiménez quiso mantenerse en el poder. Se le vencía el periodo (según la constitución aprobada en 1953) y estaba consciente de que su candidato resultaría derrotado mediante el voto directo y secreto. Entonces propuso el atajo de un plebiscito acomodado para cometer fraude. La presión social comenzó a hacer ebullición.
Ya en 1957, concretamente el 29 de abril, se había producido un cisma decisivo, cuando monseñor Rafael Arias Blanco leyó la histórica Carta Pastoral contra Pérez Jiménez, acontecimiento que, a su vez, avivó el fragor de las luchas en la Universidad Central de Venezuela, que soportaron la represión policial.
LA BURGUESÍA SE SUMÓ CUANDO SE ACABÓ EL DINERO
El 23 de enero de 1958 es una indiscutible gesta popular, un triunfo del pueblo. Pero la burguesía -quién lo diría- también se opuso a Pérez Jiménez, aunque sólo cuando las arcas se quedaron vacías, básicamente por el despilfarro y el peculado, lo que llevó a la quiebra al Gobierno tirano. Los empresarios colaboradores del sistema dejaron de recibir sus pagos, y entonces la burguesía se hizo partidaria de derrocar al dictador.
Conocida la noticia de que el dictador huyó, las calles se convirtieron en una fiesta popular, y al mediodía se anunció la conformación de una Junta de Gobierno, presidida por el contraalmirante Wolfang Larrazábal e integrada por los coroneles Carlos Luis Araque, Pedro José Quevedo, Roberto Casanova y Abel Romero Villate, aunque los dos últimos debieron ser sustituidos cuando inmediatamente fueron objetados por la evidente filiación a la dictadura de Pérez Jiménez. Edgar Sanabria fungió de secretario.
Un extraño signo se produjo en las sustituciones: Casanova y Romero fueron suplantados por el banquero Blas Lamberti y el empresario Eugenio Mendoza. Se dijo entonces que con este movimiento la burguesía se hacía del poder nuevamente, y desplazaba a los genuinos líderes sociales y protagonistas del derrocamiento.
Inmediatamente regresaron al país Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, quienes estaban en Nueva York, donde sostuvieron una reunión con Eleazar López Contreras, considerada la semilla del Pacto de Punto Fijo.
Se anunciaron las elecciones presidenciales con la participación de Rómulo Betancourt (AD), Rafael Caldera (Copei) y Wolfang Larrazábal (URD y PCV). Antes de realizarse los comicios, adecos y copeyanos oficializaron el Pacto de Punto Fijo: independientemente de quién ganara, constituirían un Gobierno de coalición que aplicaría un programa común de reformas políticas, económicas y sociales. Ganó Betancourt, y el 13 de febrero de 1959 asumió hasta 1964.
UN HERVIDERO
Aunque Pedro Estrada se encargó de implantar una feroz censura, no pudo impedir que sobre la dictadura de su jefe se instaurara un cerco social que se materializó desde distintos flancos.
El clero se manifestó por intermedio del monseñor Arias. Todos los partidos políticos conspiraban clandestinamente contra la dictadura, amén de que los obreros, campesinos y estudiantes se estimularon con la señal de la Carta Pastoral.
A las manifestaciones populares empezaron a unirse intelectuales, médicos, abogados, profesores e ingenieros, quienes suscribieron manifiestos de denuncia contra el régimen. El 19 de enero, se conoce un comunicado contra la dictadura firmado, entre otros, por: Mariano Picón Salas, Miguel Otero Silva, Vicente Emilio Sojo, Vicente Gerbasi, Ángel Rosenblat, Isaac Pardo, Francisco de Venanzi, Óscar Machado Zuloaga, presbítero Manuel Montaner, Pedro Pérez Velásquez, Enrique J. Velutini, Martín Vegas, Elías Toro, Abel Sánchez Peláez, Antonio Estévez, Antonio Requena, Humberto Cuenca, Armando Vegas, José Nucete Sardi, Manuel González Vale, Pedro Díaz Seijas, Augusto Germán Orihuela, Luis Barrios Cruz, Lucila Palacios, Humberto Rivas Mijares, Osvaldo Vigas, Jesús Yerena, José Luis Salcedo Bastardo, Miguel Acosta Saignes, Luis Villalba Villalba.
Las calles se tornaron en hervideros, lo que hizo el caldo de cultivo necesario para que el paro general del 21 de enero significara un rotundo éxito, pues incluso en diferentes lugares de Caracas los manifestantes se enfrentaron con la policía de la dictadura.
A lo interno de la Fuerza Armada Nacional, el apoyo al régimen fue socavado por la cruenta acción de la Seguridad Nacional. Al ser asociados a Pérez Jiménez, los militares se preocuparon por la pérdida del prestigio de la institución castrense.
Los universitarios comunistas fueron bastión importante en el derrocamiento de Pérez Jiménez. Estudiantes como Germán Lairet, de la Juventud Comunista, y Américo Martín fundaron el Frente Universitario en abril de 1957. El dictador los metió presos, y la dirección del movimiento la asumió Héctor Rodríguez Bauza, quien había ocupado la secretaría general de la Juventud Comunista en Caracas.
LA VACA SAGRADA
En la Venezuela contemporánea se denomina vaca sagrada a alguien “muy importante o intocable, una persona consagrada”.
Con ese mismo nombre denominaron el avión en el que Marcos Pérez Jiménez huyó hacia República Dominicana, pues sobre la aeronave -primer avión presidencial comprado por el país- se aplicaban exageradas medidas de seguridad por temor a un atentado contra el dictador.
Se trataba de un avión Douglas C-54 Skymaster, que usaba para sus viajes nacionales e internacionales.
De Dominicana, el dictador viajó a Estados Unidos, donde se radicó hasta que lo extraditaron a Venezuela, donde le hicieron un juicio cuya condena resultó menor al tiempo que llevaba detenido. Quedó en libertad y se trasladó a Madrid, donde murió.
PRONTUARIO DE UN DICTADOR
Marcos Pérez Jiménez, oriundo de la ciudad tachirense de Michelena, tenía el grado de mayor en 1945, cuando participó en el derrocamiento de Isaías Medina Angarita. En noviembre de 1948 tuvo un rol estelar en el golpe de Estado contra Rómulo Gallegos, acción apoyada por Copei.
Tras romper la constitucionalidad, se designó una Junta Militar de la que Pérez Jiménez fue ministro de Defensa. En 1950, asesinaron al presidente de la Junta, Carlos Delgado Chalbaud, crimen atribuido a Pérez Jiménez. Diversos historiadores sostienen que lo quitó del camino para escalar al poder, objetivo difícil de alcanzar teniendo de por medio a Delgado Chalbaud. Luis Llovera Páez también integró este cónclave.
Asumió la presidencia de la Junta Germán Suárez Flamerich, aunque con una fuerte tutela de Pérez Jiménez, quien en 1952 desconoció la victoria electoral de Jóvito Villalba. Se declaró presidente de la República de facto y creó la Seguridad Nacional, dirigida por el tenebroso Pedro Estrada, a través de quien propició las más inhumanas torturas contra la dirigencia política.
Ilegalizó al Partido Comunista de Venezuela y cerró la publicación Tribuna Popular. También proscribió a AD. Impuso la más feroz censura de prensa, radio y televisión. Metía presa a la gente por la simple sospecha de ser opositora a su dictadura.
Nunca se conoció el número de crímenes cometidos por la Seguridad Nacional, aunque José Matos Rojas, en el libro “Pérez Jiménez y su brutalidad”, asevera que la cifra llega a 3 mil.
Entre los asesinatos se conocen los de Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevalli, Antonio Pinto Salinas, Castor Nieves Ríos, Germán González; el teniente León Droz Blanco y los capitanes del Ejercito Wilfrido Omaña y Jesús Alberto Blanco, entre muchos otros.
FABRICIO OJEDA LUCHÓ CON LA PLUMA Y LAS ARMAS
Fabricio Ojeda, conocido en la clandestinidad como Roberto, era el jefe de la Junta Patriótica al tiempo que se desempeñaba como reportero político del diario El Nacional, función que le permitía infiltrarse en los movimientos del Gobierno.
Era militante de URD y quedó electo como diputado en 1962 por una abrumadora cantidad de votos. Pero en 1962, al convencerse de que la lucha popular había sido confiscada, renunció al Congreso y se alistó en las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, movimiento guerrillero que combatía a Rómulo Betancourt.
Ojeda fue detenido por el Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA), con sede en el Palacio Blanco, en cuyo quinto piso fue torturado hasta morir (1966). El Gobierno del Pacto de Punto Fijo informó que se había suicidado.