Una práctica que está siendo aconsejada en la actualidad, incluso por la
Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación
(FAO), para ayudar a la alimentación de las personas y contribuir a la
economía familiar, es el reciclaje de los alimentos. El hecho es que, en
los diferentes estratos socioeconómicos, las personas tienen el mal
hábito de desperdiciar una buena parte de los alimentos y, aquellos que
sobran, simplemente van a parar al basurero, perjudicando incluso al medio
ambiente, dado el rápido deterioro que éstos sufren, proliferando los
gérmenes y las bacterias.
En anterior artículo (“Otra vez el cuento de la agricultura urbana”) me
referí al hecho de la dependencia esclavizante que padece la población
venezolana de alimentos como la harina “PAN” para hacer arepas, ante la
incapacidad para ingeniársela y procesar algunos restos de alimentos
(arroz, plátano, auyama, etc.), a los cuales perfectamente se les puede
dar también la forma de una arepa. Y todo esto es debido en parte a la
falta de una política educativa en materia de alimentación, que permita
que la población venezolana aprenda a reciclar los alimentos que sobran,
algo sobre lo que el Instituto Nacional de Nutrición tendría mucho que
decir.
Como datos curiosos, y para tener una referencia, se estima que en Gran
Bretaña una familia promedio bota anualmente a la basura alimentos por
valor de más de 800 euros, mientras que en Italia, más del 50% de sus
habitantes está reciclando los restos de pasta, pan y verduras para
preparar nuevos platillos. Así que no estaría demás que en Venezuela se
promocione el hábito de reciclar los alimentos, como una manera de
ahorrar, despertar la creatividad y disminuir la dependencia.