Buhonero y cínico pa' más ñapa

Lo que llaman cinismo es naturalidad, al menos en su origen filosófico. Los cínicos antiguos así lo comprendían e intentaban. Tomaban ejemplos de la naturaleza, imitando a los animales. Por eso Diógenes, el famoso filósofo que vivía en un barril, replicaba tanto a los perros cuando de hacer alarde de sus ideas se trataba, y escogía al perro para imitarlo porque la sede de los filósofos de su escuela estaba en un lugar llamado el Mausoleo del Perro.

Se masturbaba al aire libre, se orinaba sobre la mesa de los comensales no importando que se tratasen de reyes o plebeyos, se rascaba como un perro en la plaza y el mercado. Un completo cínico, pues, en obra y palabra.

Entonces, como ahora, cínico fue peyorativo. Nadie toleraba semejante comportamiento, aunque deslumbrase la enseñanza; a lo más se reían los griegos de las travesuras de sus filósofos.

Nuestros buhoneros, de la plaza y el mercado, de la avenida Baralt, centro de Caracas, en tiempos en que el término ha evolucionado y es criminalmente peyorativo, son cínicos. Pero lo son de obra nomás, sin doctrina. Nada filósofos por ningún ángulo, por cierto, sin ninguna escuela ni nada que enseñar sino un ejercicio ciego de… su cinismo. Casi que podríamos decir un puro comportamiento animal. Casi, pues, la especie pura que aquellos viejos cínicos intentaban imitar para dar expresión ilustrativa a sus teorías.

Comen, duermen, defecan, mean, fornican, viven y comercian en la calle, sin ninguna cortapisa, como seres de selva, apenas importunados por la maleza cuando les restrega la cara. Recogen en la basura y venden, rompiendo como animales las bolsas públicas del aseo, vendiendo lo que sólido les parezca para embaucar a otros (lo he probado: he visto cómó inservibles cachivaches que he botado son puestos en venta en las adyacencias del Mercado Quinta Crespo). Tiran una lona y ocupan media acera de los peatones para vender tres pilas o una prenda de ropa reciclada. Recogen los restos de alimentos que otros vendedores mayores tiran para revenderlos. Venden artículos de primera necesidad en las aceras de la avenida Baralt, sin ningún lío ni ley, ni policía fiscalizante, a pleno pulmón de selva, sin importarle la conciencia de que cometen un delito. No te dejan caminar; entorpecen el tráfico vehicular; pagan vacunas a policías (BsF. 200). Y de tal modo se han apoderado de las calles que es difícil en verdad saber quién es indigente y quién comerciante informal. Esto es: quién es humano, quién cínico y quién animal.

Si alguna ideología han de poner en práctica con su hacer será la del capitalismo salvaje, para decirlo en términos también cínicos (es lo mínimo que nos cabe cuando somos víctimas). Sí, señor, el buhonero un ilustrativo capitalista, todo espontáneo, porcino, sin ley de los hombres, todo mercado e instinto visceral en su circunvalación cerebral, sin más frenos que las de sus apetencias monetarias. No tiene por qué existir mayor diferencia en actitud con los grandes capitalistas de cuello perfumado, hechos de la misma pasta natural, sin conciencia ni escrúpulos, meones o cagones sobre la acera moral del resto de los mortales, ambos especímenes del mismo légamo. Suben sus patas a la altura del pecho o bolsillo y rascan sus despeluzadas indecencias sobre la necesidad de los pueblos, figura ésta que saben es su víctima, por más brutos de la selva que se pinten con sus felonías.


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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

 camero500@hotmail.com      @animalpolis

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