Turismo Extremo

En esta época de vacaciones escolares, fecha en la que muchos padres hacemos coincidir el asueto laboral con el escolar, a los fines de viajar a alguna parte con nuestros hijos, el Ministerio del Turismo viene adelantando una intensa campaña, que nos invita a disfrutar de los múltiples destinos turísticos que tiene nuestro país. Atrás quedó el tristemente célebre “Cheverito”, ideado por el no menos inefable ex ministro Andrés Izarra, que poco o nada hizo por el turismo nacional. Entonces uno hace el esfuerzo, porque ante la tragedia en la que se ha convertido hacer turismo en el exterior por la ausencia de suficientes ofertas de vuelos internacionales y por lo cuesta arriba que resulta irse a cualquier país del mundo por el costo de los boletos – deliberadamente encarecidos también por la especulación - y la adquisición de divisas para costear, comida, recreación y estadía, no nos queda otra que buscar para donde irnos aquí mismo. Así las cosas la aventura comienza decidiendo a dónde marcharnos.

Sea a la playa, al llano, a la selva o a la montaña, el costo de los denominados paquetes turísticos nacionales, no pocas veces vienen a costarnos lo mismo que un boleto a Cancún, Madrid o Buenos Aires. Si el traslado lo hacemos por vía aérea, nos toca enfrentarnos al calvario de los horarios de salida del vuelo, nunca respetados por las líneas aéreas, que siempre se retrasan y que nunca, pero nunca ofrecen ni siquiera una simple disculpa por los inconvenientes que ocasionan a los pasajeros. Incluso en algunos casos, teniendo pautado un vuelo con hora de salida para las 9:00am por ejemplo, llegando con dos horas de antelación al aeropuerto, no es extraño que al chequearse en la taquilla de la aerolínea que haya escogido, en vez del boarding pass, usted reciba de una vez el ticket para que almuerce porque su vuelo tiene inexplicablemente “hora aproximada de llegada” para las tres de la tarde. Y créame, ahí no hay reclamo que valga. No encontrara usted por mucho que lo busque, ninguna persona que pueda explicarle las causas de tanto irrespeto y por supuesto que ni sueñe con que alguien se disculpe por ello. No obstante, si usted es uno de esos optimistas como yo que cree que los del Instituto Nacional de Aeronáutica Civil (INAC) o del Indepabis, ante su desesperanzada pregunta ¿y ahora quien podrá defendernos? van a saltar cual Chapulín Colorado a hacerse cargo del asunto, olvídelo.

Por resguardo a su salud, no haga el inútil ejercicio de denunciar a la aerolínea ante esos organismos porque ellos no van a hacer nada, salvo hacerle perder su precioso tiempo, que bien puede usted invertir en leer un libro o en ponerse a caminar por los pasillos del aeropuerto que tienen poco que ofertar, salvo los impublicables precios de lo poco que venden. Si es valiente y no tiene carro, imagínese agarrando con su mujer y sus muchachos un autobús para Mérida, por ejemplo. Al llegar al terminal de La Bandera, en todas las taquillas va a encontrar con y sin errores ortográficos el consabido anuncio de “No hay Pasaje”. Y ahí comienza usted a ponerse verde como Hulk. Porque después de esperar dos o tres horas que habiliten una unidad para que le vendan el pasaje, algún impresentable colector se aparece ofreciéndole montarlo a usted y a su familia en ese autobús. La diferencia es que usted pagará tres veces el costo del boleto, so pena de quedarse oyéndole la lengua a su mujer, diciéndole todos los días en su casa: “…que cagada negro, allá están mis hermanos y tus suegros haciendo parrilla y nosotros aquí por andar tu como siempre formándole un peo a esos autobuseros que revenden los pasajes…” . Ni hablar de los hoteles de Venetur, que comenzando por el Alba Caracas, que sólo alquila habitaciones de los pisos altos, para que los huéspedes abran su ventana, porque el aire acondicionado no funciona.

Si decide irse en su carro prepárese. Porque a pesar de los esfuerzos del Ministerio de Transporte Terrestre, nuestras vías nacionales distan mucho de ser carreteras seguras, donde para colmo hay poco o nulo patrullaje y el costo de las grúas está absolutamente divorciado de nuestra legislación sobre precios justos. Luego está el maltrato de los operadores turísticos y de quienes cuyas ventas dependen que nosotros nos vayamos de vacaciones, nos dispensan a diario con una naturalidad pasmosa. Porque en eso de ser malos servidores, los venezolanos somos buenísimos. Sea que estemos de mesoneros, de cocineros, de vendedores de empanadas o de cervezas, siempre andamos con la cara como si la vida nos debiera algo. Como si los problemas que tenemos fuesen culpa de quien nos pide que lo atendamos, porque a fin de cuentas nuestro salario depende de lo que él o ellos gasten en nuestro negocio. Claro que eso ni que nos los explique Jesucristo lo entendemos. Siempre vamos de mala gana. Pocas veces hay sonrisas y buenos días y cómo la está pasando y qué le hace falta y esas cosas que en cualquier país del mundo le dispensan al más humilde de los turistas. Para colmo de males, en un arranque de beatería ideológica, no sabemos todavía a quién fue que se le ocurrió, la brillante idea de cerrar todos los casinos que teníamos y que dejaron al Estado sin una importante fuente de recursos económicos y al pueblo trabajador sin un muy importante número de puestos de trabajo, que falta que hacen ahora que las vacas están flacas y que el precio del petróleo baja en caída libre.

Entérense genios, todos esos reales que bien podrían estar generando los casinos operando aquí, se fueron para los casinos y hoteles de Curazao, Aruba y otras islas del Caribe, en donde por cierto no pocos venezolanos juegan fortunas de dudosa procedencia. ¿Turismo Chévere? No me jodan, aquí el turismo es extremo.



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Rubén Villafañe


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