Bachaqueros verdaderos y sus respectivos rangos de capital

Obviamente, toda cabuya suele reventar por su parte más delgada; en materia de bachaqueros, estos son los comerciantes de menor rango de capital y quienes tan despectivamente han recibido semejante mote, debido, por supuesto, a su numerosidad insectil, pero cuando así se les tilda se les irrespeta como personas ya que el bachaco pertenece a la fauna insectil.

A los comerciantes y dizque fabricantes, aunque parasitarios y rentistas, como efectiva y comprobadamente han sido-así lo informan los medios-no se les aplica otro remoquete que el de ladrones y ladronazos, aunque hay también la "gata ladrona", aquella que sigilosamente hurtaba la carne al bodeguero en aquellos tiempos prerrefrigerados cuando a las carnicerías se les llamaban "pesas" de carnes saladas[1].

Sugerimos, pues, que llamemos también bachaqueros a quienes han causado ese bachaquerismo, y no sigamos reservando tal epíteto al más pendejo de los comerciantes.

10/11/2015 07:18:26 p.m.


 

[1] Recuerdo con mucho afecto al cazador y "pesador" de Valencia, Juan Rojas, misma excelente persona que fungió de entrenador, custodio y hasta enfermero de "perros cazadores" en aquella época cuando personajes de renombre social, académicos, inclusive, se dedicaban sin saberlo al horripilante deporte del exterminio de buena parte de nuestra rica fauna: humildes y mansos venados, tigres, cunaguaros, lapas, chigüires, caimanes y babas, fueron sus presas favoritas. Las barberías de marras exhibían con orgullo las enormes caramas como macabros "trofeos". Hasta clubes cinegéticos los hubo a montones en todo el territorio nacional. Por ejemplo, esos cazadores usaban 3 o más perros especializados para congelar el tigre y poder apuntarles y acertar con sus rifles y escopetas perdigoneras. En esa congelación, con cada zarpazo que daba la víctima podía desgarrar el vientre de esos fieles amigos de tales depredadores a quienes, por supuesto les prestarían su último servicio. Jamás quisieron a los animales, no supieron lo que era una abordable mascota canina. Por cierto, la casa de Juan Rojas jamás cerró sus puertas. En aquella Valencia, el ladronismo se había extinguido, y así se mantuvo hasta que llegaron unos cuantos, indeseables e innombrables importados: uno de estos descubrió que en esa casa de Juan Rojas vivía una humilde persona que había guardado durante varias décadas cada bolívar, cada mediecito, cada locha, cada centavito, que le fueron pagando por sus servicios en materia de buscar agua al surtidor más cercano o por llevar "llevar maíz al molino", por mandados varios como excelente utility vecinal que siempre fue. Eran los tiempos de arepas hechas a base de maíz pilado, sin aditivos, sin especulaciones, sin acaparamientos como los que hoy vemos en toda Venezuela, una comisión de delitos practicados olímpicamente por esos mismos fabricantes e importadores o bachaqueros de mayores y medianos rangos de capital.



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Manuel C. Martínez


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