¿Banco del Tesoro o Banco del desastre?

Juro que quise ser estoico. Que trate de entrar en modo "autoayuda". Invoqué a Sai Baba. Pero no pude. La indignación acumulada termina por buscar cauces, salidas que alivianen este pesar burocrático, esta realidad absurda y cotidiana. Invoco al lector sensato (los hay de otro tipo) a hacer un ejercicio imaginativo, ejercicio un poco perturbador toda vez que interpela profundamente el devenir histórico-político de los últimos 18 años; las preguntas tendrían este tono: ¿Qué pasa cuando a usted le muestran un producto o un bien y le dicen que éste es "bolivariano"? ¿Qué piensa del susodicho producto? ¿Que es excelente? ¿Que es bueno? ¿Que responde a estándares de calidad? ¿Piensa que su producción estuvo amparada por los más calificados estándares de calidad y productividad? O por el contrario, piensa que ese producto está signado por la lógica burocrático-corrupta. Que en la producción de ese bien o servicio lo que primó fue como un afán de cámaras y flashes (la lógica propagandístico-electorera más primaria); así como cuando inauguran una obra con todo el fasto del mundo y que, a poco de inaugurada, queda a merced de la burocracia servil e ineficiente; haciendo espacio entre el polvo y la justificación propagandística de los infinitos porqués de su inoperancia, de su inopia institucional. Emprendimientos gubernamentales y estatales que nacen póstumos, para parafrasear a Gramsci.

El Banco del Tesoro pertenece a esa estirpe poco luminosa de instituciones nefastas. Lamento decir que la historia de estas instituciones se repite con cierta regularidad por estos tiempos venezolanos. Para hacer el cuento corto, referiré mi triste historia con el Banco del Tesoro. Historia que por cierto, se ha repetido tres veces en lo que va de año. El asunto va así: el día 23 de noviembre del 2016, a eso de las 10 a.m., estaba en una tienda en el C.C. IPSFA en Los Próceres. Me disponía a compra un pantalón y una camisa. El total de la transacción era de 49.100,80 Bs. Cancelé con mi tarjeta del Banco del Tesoro. La primera operación resultó infructuosa ("Transacción Fallida", señalaba el recibo de pago). Intento nuevamente y me vuelve a salir "Transacción Fallida". Desistí y me fui. Al llegar a mi casa, al revisar mi estado de cuenta del Banco del Tesoro, observo con tristeza e indignación que el Tesoro me debitó dos veces (49.100,80 Bs. DOS VECES=98.201,06 Bs.) lo que en la tienda salía como "Transacción Fallida". Indignado y triste (era la tercera vez que me pasaba este asunto con el Tesoro este año), voy a la sede del Banco en el propio IPSFA. Hablo con la subgerente, señalo mi situación, luego de cuatro horas en cola, por fin me atiende una "Ejecutiva" (eufemismo que designa al burócrata mal encarado de esa institución bancaria). Ya llevaba todo listo, luego de que me pasó la segunda vez, me volví experto en las lides burocráticas del Tesoro: Carta de explicación, recibo de las dos transacciones fallidas, fotocopia de la C.I. y fotocopia (por ambos lados) de mi tarjeta de débito. La funcionaria me dice: "de 15 a 20 días tendrá respuestas de su caso". Le digo: "Esta es la tercera vez que me pasa esto con el Tesoro en este año. Deseo una respuesta menos "prestablecida", algo menos burocrático y más expedito". La joven me señala que "no puedo hacer nada más por usted; la denuncia fue hecha. Espere el lapso que le hemos señalado, buenas tardes". Esperé. Semana uno, fui al banco: nada. Volví a esperar. Semana dos, volví a ir al banco: nada. Semana tres, insisto: Nada. Han pasado 28 días desde que formalicé mi denuncia y a la fecha, lo único que recibo como respuesta del "Ejecutivo" es un mustio: "debe esperar, estamos resolviendo apenas los casos que datan del 19 y 20 de noviembre; para esas fechas de noviembre, casos como el de usted fueron muchísimos"; tengo dos semanas escuchando lo mismo casi sin variación. Voy a referir lo obvio: perder horas de trabajo por estar haciendo colas de tres y cuatro horas, la indignación que da estar en presencia de una institución tan tapa amarilla como esa, la desidia institucional, la falta de profesionalismo de buena parte del personal del Banco del Tesoro en el IPSFA, entre otros asuntos igualmente reprochables.

Sin embargo, mi molesta tiene que ver con un asunto más complejo que la mera ineficiencia de una institución más del Gobierno. Mi asunto tiene que ver con una cierta lógica burocrática e ineficiente que está echando raíces profundas en nuestro devenir social. Si ya nuestra institucionalidad en tiempos pasados estaba siendo profundamente cuestionada, creo que lo que vemos ahora mismo es la anomia institucional más visible. Algo así como una especia de "caimanera" institucional donde todo vale. Hace muchos años, en 2006, denuncié al Banco Industria de Venezuela porque me sustrajo 325.000 Bs de aquel entonces (325 Bs actuales). Nunca me devolvieron la plata. De eso escribí en 2010 (http://www.aporrea.org/contraloria/a97537.html) y también lo volví a hacer en 2011 (http://www.aporrea.org/ddhh/a116980.html) , lo propio hice con CADIVI en dos oportunidades en 2011 (http://www.aporrea.org/contraloria/a116543.html y http://www.aporrea.org/actualidad/a113162.html ) . En todos los caso, y haciendo uso de mis facultades ciudadanas, estaba haciendo denuncias sobre el manejo irregular de esas instituciones. Las respuestas para aquel entonces no distaban de las que hoy dan en el Banco del Tesoro.

Lo que quiero señalar es que esta situación en modo alguno es de reciente data. Tiene que ver con formas "institucionalizadas" de la anomia, del "pónganme donde aiga", del "cuanto hay pa eso", entre otras formas de nuestra "viveza (vileza) criolla". Todo el que lea esta carta (estoy siendo algo optimista), debería activar su conciencia crítica, echar mano del recuerdo y poner a circular, por lo medios que sean, sus desavenencias, sin sabores y desacuerdos con las instituciones públicas o privadas que juegan con su dignidad de la forma más absurda en nombre de "fines supremos y augustos". Los "fines supremos y augustos" no deben ser una trampa del lenguaje para que otros, en nombre del pueblo, logren su mayor suma de felicidad posible no a futuro, sino en tiempo record. Los Bancos del Tesoro, los CADIVI, Los Bancos Industrial, entre otros, no hacen más que erosionar las posibilidades de fundar nuevas racionalidades institucionales públicas distintas; y que por distintas no se entienda el "vale todo" que ahora exhiben muchas de esas instituciones. Esa racionalidad institucional pública distinta debe estar signada por los más altos estándares de eficiencia, por una burocracia altamente capacitada y sensible; por racionalidad institucional pública distinta se debe entender que se trabaja con responsabilidad y sentido de trascendencia. Es decir, hacer exactamente todo lo contario a lo que se hace en el Banco del Tesoro.



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