Engels define la violencia como “el acelerador del desarrollo económico”; sin embargo, son múltiples las interpretaciones que podemos hacer al respecto. El tema debo decirlo es reactivo para muchos; se trata de una categoría social que es parte de un tabú lingüístico en algunos escenarios donde la mentira es impuesta como un argumento incuestionable. El debate va más allá de moralismos y merece una atención especial por la sencilla razón de que en algún momento de nuestras vidas hemos sido victimas o victimarios del significado de este concepto espinoso. Algunos eruditos reducen el análisis a cifras, indicadores o índices, excluyendo de esta manera factores cualitativos que están en la epidermis de la diatriba; otros, lo ven como un problema multicausal, multifocal; el cual debe ser atendido desde una perspectiva transdisciplinaria, desde un paradigma donde las diferentes ramas del pensamiento converjan en función de hacer propuestas que se materialicen en políticas públicas de corto, mediano y largo plazo para disminuir sus consecuencias en la población.
Cuando el tema aparece en nuestras pláticas cotidianas la tendencia se centra en analizar sus causas a factores externos a la naturaleza humana; casi siempre se le adosa a otro, a alguien que por posiciones y un severo sesgo clasista, dicen se trata de un problema que proviene sólo de los estratos más bajos de la sociedad. De inmediato establecemos estigmas desde suposiciones en muchos casos mediáticas, en otras ocasiones impuestas por patrones culturales de nuestro entorno inmediato (familia, escuela, sector laboral) y en algunos casos porque hemos sido victimas en verdad de un acto violento. Confieso que mi tratamiento al punto no se ubica en el plano de la delincuencia donde sabemos está y sería tonto negarlo por radicalismos ideológicos; en este caso más bien prefiero recalcar las formas poco aceptadas de violencia que “pasan desapercibidas” en nuestra vida diaria y que casi nunca reconocemos que están allí diluidas como acontecimientos de una rutina embotada de rapidez, fragmentación y sobre todo simulación o en el peor de los casos, falsificaciones de lo que somos como seres vivos. Podemos ser violentos si usted o yo coartamos a nuestros hijos de expresarse bajo el falso argumento de que “no tienen la edad suficiente para opinar”, se puede ser violento si conduzco sin respetar las leyes de transito y bajo la premisa que la anomia es el mejor “estado de derecho” en las calles, se puede ser severamente violento si no dialogo o sobre todo escucho a aquellos que desde una perspectiva pequeño burguesa, asumo que “no tienen el nivel suficiente para entenderme”; en otro caso más patético, se puede ser violento si yo cumplo una orden en mi ambiente laboral que viole los derechos humanos bajo la excusa que “sólo cumplo ordenes”, se puede ser violento si se guarda silencio donde se debe elevar la voz con tono de denuncia. Como podemos ver la lista de ejemplos donde usted o yo podemos ser autores o coautores intelectuales o materiales de hechos violentos es larga; la esencia está en reconocerlos y fomentar una cultura por la paz en donde los armisticios, el fin de la violencia pues, sea un forma común de convivencia entre nosotros.
Desde otra perspectiva, se puede ser violento cuando sentimos amenazados nuestros intereses vitales; esos, que en nuestra percepción y patrones establecemos como elementos esenciales para nuestra existencia. En este caso, por ejemplo, alguien puede ser violento –como mecanismo de defensa- si ve en riesgo su vida o la de un familiar; en otros escenarios se puede ser violento o violenta si ve usted limitado el acceso al agua potable del único pozo del sector donde hábitat; en estos ejemplos estamos hablando sobre intereses vitales que indiferentemente de las especificidades culturales, esquemas morales o posiciones políticas son comunes para todos; sin embargo, la distorsión está en el dilema en el cual nos debatimos sobre cómo se ha tergiversado el concepto y valoración de los elementos que son realmente esenciales para nuestra vida. Los mass media han hecho lo propio estableciendo lo artificial como esencial y lo esencial –lo que es vital para el ser humano- lo ha desplazado, posicionado, como algo relativo o que puede ser discrecional de ser o no asumido por el sujeto. La moda, el culto a la imagen, etc., hoy se nos venden como aspectos decisivos de un ritual que debemos cumplir si aspiramos a ser aceptados por determinado grupo social. Ser violento está ahí hasta en aquellas situaciones donde creemos estar actuando con cordura. Usted mi querido lector o lectora puede ser violento o violenta sino reconoce que su voz es una entre otras muchas que también deben ser escuchadas, sino reconoce que usted es un ser vivo entre otros seres vivos diferentes a usted y con los mismo derechos y deberes que usted.
*Periodista
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