En defensa del Museo

Jesús Soto, el hijo de Bolívar

La inauguración de un Museo como el que Jesús Soto obsequió a Ciudad Bolívar fue la mayor prueba de arraigo y compromiso del artista con su tierra natal. En compañía de Villanueva se embarcó en la maravillosa aventura  de situar una colección de la vanguardia de su época a orillas del Orinoco para quienes, como él, deseaban tener contacto con el arte más contemporáneo y hasta entonces no habían tenido la oportunidad.

Convertido en artista consolidado, Soto no sabía vivir sin buscar la luz que el trópico le otorgaba y solía decir que aquella luz no la conseguía en Europa.

El Maestro Soto no olvidó nunca a Jesús Rafael, el niño que corría por Ciudad Bolívar con ganas de pintar, ni al joven que dibujaba carteles para anunciar las películas que por entonces se proyectaban en aquellos predios. Tampoco olvidó jamás que aquel lugar del planeta, exuberante en naturaleza, lleno de colores y magia traídas por el Orinoco, era su lugar de origen.

Cuando los medios se lo permitieron, luego de mucho trasnochar cantando con cuatro y guitarra por locales en París y de bregar en la construcción de su propuesta creativa, no dejó de viajar a Venezuela y de convivir entre los dos países.

El hijo mayor de la señora Emma, pese a la distancia geográfica, bien supo transmitir este sentido de pertenencia a su prole. Enfundado en sus sempiternas guayaberas, porque eran frescas e ideales en un trópico como el nuestro, disfrutaba con los muchachos de arepas de harina amarrilla, que eran sus preferidas, o de un buen lau-lau, rico manjar obsequio de aguas guayanesas.

Tan fue así, que Cristóbal e Isabel se dedicaron a aprehender y difundir buena parte del patrimonio cultural de nuestra tierra: a través de la danza una y de la música tradicional venezolana el otro. Quienes han tenido la oportunidad de (re) conocerles saben bien que tienen su sístole y su diástole entre las dos culturas que dan sostén a sus raíces.

Los hijos del Maestro conocieron de primera mano el sueño de su padre por la edificación de aquel Museo y la primigenia razón de su existencia: la gente de Ciudad Bolívar y los venezolanos de aquél rincón telúrico que no tenían acceso a ese particular mundo del arte. Nadie conoce más que ellos los esfuerzos de Soto por intercambiar obras con sus contemporáneos para forjar la colección con un objetivo primordial: que fuera abierta a todos y todos pudiésemos disfrutar de ella.

Es por este motivo que su defensa por la integridad de las obras que alberga el Museo en Ciudad Bolívar no se puede confundir con una cuestión personal con fines pecuniarios de ninguna índole. Si su padre legó en ellos la potestad de gestionar ese patrimonio con el indispensable apoyo del Estado y las instituciones venezolanas,  fue porque sabían de dónde provenía su interés por la consolidación y sostenimiento de ese espacio que con todo desprendimiento soñó de pequeño.

Es tarea de todos los venezolanos apoyarlos en esta labor para que el esfuerzo del padre del arte cinético, nuestro Jesús Soto, no se pierda entre escaramuzas burocráticas de turno y su voluntad se sostenga en el tiempo.

No es comprensible que la  llamada “intervención” de la que ha sido objeto el Museo haya tenido lugar tras el despido por parte de la Fundación Soto de quien era su Directora, Mayrim Porras, hija de Teodardo Porras, Director de la Gobernación del Estado Bolívar, en los términos en los que se ejecutó con un grupo de hombres armados.

Sería justo y conveniente que obtengamos por parte de las instituciones con competencia en la materia una pronta respuesta sobre esta cuestión que nos atañe a todos.

candelariamonroy@gmail.com



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