(En conmemoración de la Insurrección de José Leonardo Chirino el 10 de mayo de 1795)
La compañía de Guinea era una organización del imperio colonial Francés que se dedicaba a la venta de esclavizados africanos en territorios americanos y tenía representantes o factores comerciales de sus asientos en Coro y Curazao. Caso particular fue el que ocurrió con esa empresa traficante de seres humanos entre los años 1702-1704, cuando un grupo de 30 africanos arribaron clandestinamente a la costa de Coro y fueron capturados por las autoridades de la localidad y reclamados como suyos por los factores de la referida compañía. La situación provocó una compleja querella judicial, cuyo desarrollo y desenlace será abordada en posterior oportunidad.
A partir del mes de mayo de 1.702, las autoridades españolas residentes en Coro, empezaron a observar sucesivos arribos de un crecido grupo de esclavizados africanos a la costa oriental de la zona, todos procedentes de la isla de Curazao y pertenecientes a la Compañía francesa de Guinea. De esta acontecimiento dejaron testimonio los Jueces oficiales de la Real Hacienda de ese lugar, el contador Don Bicente de Verou y su tesorero Don Andrés Manuel de Urbina: “...Certificamos que por los autos que paran en esta Real Contaduría, remitidos a ellos por el administrador de la Real Hacienda de la ciudad de Santa Ana de Coro, consta y parece que desde el día primero de mayo del año pasado de mil setecientos y dos hasta la fecha de ésta, han apartado a la costa de dicha ciudad de Coro, en diferentes tiempos treinta cabezas de negros, que según sus declaraciones, parecen haber venido fugitivos de la isla de Curazao, los cuales aprehendieron las justicias ordinarias de dicha ciudad y las vendieron en Pública Almoneda...”1 En el año de 1704, la preocupación por las precitadas fugas adquirió mayor relevancia, pues, las autoridades coloniales constataron que ciertamente en Coro se encontraban los referidos 30 esclavizados africanos, incluyendo a una mulata, y que además habían llegado huyendo desde Curazao utilizando en su travesía algunas canoas, pequeñas piraguas u otras rústicas y riesgosas embarcaciones. Sobre este asunto, el funcionario hispano Capitán Luis Pérez González, en comunicación dirigida el 19 de Mayo de 1703 a la superioridad en Caracas, narraba las circunstancias que rodeaban el caso y refería que esos africanos habían: “...pasado de la isla de Curazao que está poblada de holandeses, ingleses y judíos enemigos de la Real Corona [...] y entre ellos una mulata libre de su nacimiento y cristiana, a la dicha ciudad de Coro, en canoas o piraguas con riesgo evidente de perder las vidas por el interés de conseguir sus libertades, pues llegaron proclamándola, y poniendo cobro en todos ellos los Alcaldes ordinarios de dicha ciudad por cuenta de su Magestad los depositaron señalándoles para el sustento de cada uno dos reales de plata en cada un día...”2
Sabemos que la esclavitud fue uno de los modos de producción más oprobiosos de explotación del hombre por el hombre que formó parte de la multiestructura económica que se configuró en América en el tiempo de la dominación colonial española. Sin embargo, las víctimas de la tragedia que aquellas relaciones de producción ocasionaron, idearon y organizaron muchas formas de luchas para conseguir su libertad. Quizás la fuga se configura como una de las más comunes y arriesgadas de cuantas pudieron practicarse, tal como lo expone Ramón Aizpúrua en su trabajo: En busca de la libertad: Los esclavos fugados de Curazao a Coro en el siglo XVIII, al considerarla “una respuesta a la esclavitud y una salida menos traumática del sometimiento, del mal trato que se les daba y de la explotación de trabajos que les asignaban los dueños de los negros que llegaban por las costas de Coro. La libertad era la razón que los impulsaba a aceptar los riesgos de cualquier empresa y de los medios que utilizaban para alcanzarla”3 No podía haber nada más importante que la esperanza de ser libres, y más aún para quienes la propia vida era un absurdo, si ésta transcurría en las condiciones en las que sólo se les consideraba objetos o cosas animadas y desprovistas de la condición de humanos, iguales a la de los demás hombres. Los 30 esclavizados africanos de la compañía francesa de Guinea fugados desde Curazao a Coro en 1702 (de los que trata este breve artículo), tuvieron naturalmente igual propósito. Y es que hasta los mismos funcionarios de la monarquía reconocían en sus informes aquella causa: “...los negros que de las poblaciones francesas de esta isla se pasaron a esta ciudad en tiempos que gobernaba la plaza vuestro presidente Maestre De Campo Don Francisco de Segura Sandoval y Castilla, cuyos autos paran en la Secretaría de Don Joan Alexandro Fortur vuestro secretario de cámara [...] tengo noticia han acaecido mayormente cuando por haber sido la causa que dichos negros les obligó a pasarse a dicha ciudad la de conseguir sus libertades...”4
Fueron diversos los lugares en donde se asentaron los africanos escapados desde las Antillas neerlandesas a Coro en el siglo XVIII. Cuando se trataba de ubicaciones ilegales y clandestinas, su resultado contextualizaba irremediablemente los llamados territorios de cimarrones, palenques o cumbes que, en fin de cuentas, no eran otra cosa que los verdaderos espacios de encuentros de los iguales, explotados y perseguidos, en donde la vida solidaria y la esperanza de la libertad se convertía en un propósito común de quienes allí vivían.
No obstante, los esclavistas y su Estado colonial nunca cesaron en su empeño por destruir los esfuerzos de los esclavizados que tercamente luchaban por su dignificación como seres humanos. Sus perseguidores organizaban en Coro la llamada cacería de cimarrones y con ese propósito se valían de la colaboración servil que recibían de los sumisos indios Caquetíos, con quienes mantenían estrecha alianza desde los propios inicios del proceso de invasión colonial española. En uno de los informes relativos a la captura de los 30 africanos fugitivos de la Compañía francesa de Guinea, se dice: “...En ejecución y cumplimiento del orden y mandato del señor Alcalde Ordinario vine a este pueblo de Acurigua con tres hombres como se ordena y le hice saber al mandamiento al Alcalde de dicho pueblo y le pedí 6 indios con sus armas y que fuesen baquianos de esta tierra y al instante me los entregó y con ellos salgo a recoger los negros por estos montes donde estoy informado andan huyendo...”5 De igual forma, “...El Capitán Don Cristóbal de Dávalos y Chirino Alcalde Ordinario de su Majestad y Administrador de su Real Hacienda en esta ciudad de Coro y su jurisdicción (...) provey un auto en obedecimiento de un mandamiento del Señor gobernador y Capitán General de esta provincia, que ante mí presentó el Capitán Don Joseph de Ulazia como apoderado y factor nombrado por el Director General del asiento establecido en Francia mandando que todos los negros y negras libres que se hallaren en esta ciudad, que hubieren venido de la Isla Curazao, se aprehendan, y para los ausentes se libren las ordenes y comisiones que fueren necesarias, a las partes donde hubiere algunos de dichos negros, hordeno y mandó a Juan de los Ángeles Chirinos pardo libre vecino de esta ciudad que luego que reciba esta orden vaya con cuatro hombres que citará para que le acompañen a la Sierra de Macoruca y notifique a los indios que les pareciere ser prácticos y necesarios, para que le acompañen, y recojan todos los negros y negras libres que parecieren de los que han venido a esta ciudad de la isla de Curazao, y los traiga a mi presencia donde se le pagará luego su trabajo...”6
luisdovale@hotmail.com
Historiador
REFERENCIAS: