Gabo

"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento. el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".

Quizá el día en que aquella idea le atravesó la mente como una puñalada certera, no le dio tiempo de pensar que en aquel mismo lugar pudieran crecer los personajes de una historia en la que todos saldrían en vuelo envueltos en sábanas blancas, como fantasmas en pleno día. Desnudos e indiferentes a andar por todo un continente atormentado por la soledad de un tiempo, que de siglo en siglo se hace acompañar por las multitudes harapientas que se recuperan de recuerdos dejados por la peste del insomnio o las masacres de las bananeras.

Nunca pensó que ya los hijos de la tierra habían sido marcados con cruces de cenizas en la frente para ser ejecutados uno a uno, es que aquellas historias contadas son más que mágicas, se convertían en un realismo que siempre deseaba que fuera mágico y no tan verdadero; una verdad que no dejaba de asombrarnos y gobernarnos.

Esa última tarde, sentado frente a la vieja máquina de escribir se le juntaron la vida de todos los coroneles, los Aurelianos de todas las batallas perdidas.  
Los olores de los almendros que perfumaban obstinadamente el ambiente de la casa vieja, lo transportaron sin darse cuenta hacia un lugar donde moraba el fantasma envejecido de Úrsula Iguarán, quien abandonada en un tiempo inmisericorde tendía sus brazos como palmera al sol, simulando atrapar recuerdos que se escurrían como una hilera de trapos viejos sacados al sol.

El último coronel debía nacer, pensó que éste debería tener su origen en la más pura de las realidades, era verdadero: un quijote moderno enloquecido por la idea de libertad, al igual que muchos de sus otros antecesores. Este personaje lo vio balancearse una y otra vez a ritmos casi estudiados, en la poltrona que había colocado en el balcón de la casa desgastada, desde allí podía mirar a la gente que todas las tardes pasaban en procesión para echarle un ojo a  la increíble quietud del Coronel.

Más allá estaba la playa, en la que hundía la mirada con la agudeza de los clavos que adornan la flor de la pasión.

Un día, pensó por momentos en Remedio la Bella y quiso reescribir la historia pero descubrió que ya era tarde, habían pasado los cien años de soledad que el realismo mágico de la vida permite… "Poco después, cuando el carpintero le tomaba las medidas para el ataúd, vieron a través de la ventana que estaba cayendo una llovizna de minúsculas flores amarillas. Cayeron toda la noche sobre el pueblo en una tormenta silenciosa y cubrieron los techos y atascaron las puertas" (Gabo, Cien Años de Soledad).



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Arnaldo Guédez


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