La delincuencia como herramienta política

Estamos sufriendo, desde hace bastante tiempo, un fortalecimiento de la sensación de inseguridad ante el hampa común; pero sigue viva la sensación de inseguridad del transeúnte ante las “autoridades” policiales, especialmente en el tránsito vehicular donde es común el uso de la “autoridad” para sacar un soborno. Nos sentimos inseguros al acudir al comercio en procura de artículos que son herramientas de usura, estafa o acaparamiento, temiendo incluso el insulto que debemos soportar del comerciante, a veces extranjero, quien nos roba y encima nos reclama el “tener este gobierno”. Nos sentimos inseguros hasta de pasar la calle, por lo común de un motorizado comiéndose la luz o un niño bien, en una camionetota, empujándote con el parafango para que pases rápido. Estamos viviendo en un estado de violencia ciudadana que atropella toda intención de vivir en paz, estudiando, produciendo y fortaleciendo los valores convivenciales para el futuro de nuestros hijos.

No podemos eludir la responsabilidad del gobierno en la promoción y procura de un estado saludable de convivencia, pero la actitud y ejecución de las acciones directas de control ciudadano dependen de muchos funcionarios y en general de toda la ciudadanía.

Hoy sufrimos el embate de una fuerte promoción de la inconvivencia, por cuanto se está usando como herramienta política. Siendo la política un arte de conducción de pueblos hacia su bienestar, se sitúa bien lejos de eso cuando actúa en la oposición con complejo de irracionalidad. Me refiero al complejo de irracionalidad como la convicción que parece tener la oposición venezolana, de no tener argumentos racionales para construir en la recuperación de los poderes perdidos y en consecuencia tiene que destruir para dominar sobre las ruinas.

La acción de generación de odio, el “permiso” para salir a drenar la arrechera, la justificación de la usura, el acaparamiento de artículos de primera necesidad así se pudran, el contrabando criminal de medicamentos, la contaminación exprofeso de productos alimenticios, el desprecio del gentilicio venezolano y la amenaza constante de terrorismo callejero agota las energías del gobierno y la sociedad sana en el mantenimiento de su seguridad y da paso franco a la delincuencia común en su accionar cotidiano de robos y asaltos. Y no dudamos que los intelectuales del caos hayan incluido hace tiempo en sus “formulas”, el manejo de la droga como motor de la delincuencia, así como está comprobada la participación de paramilitares en la jefatura de las acciones de terrorismo guarimbero.

Lo más grave de todo esto, además de impedirnos el seguir evolucionando como ha sido siempre la historia de la humanidad, es que nos va envileciendo de tal manera que al final ninguna corriente del pensamiento ni de izquierda ni de derecha, ni religiosa ni política, nada, nada podrá con nuestro estado final de salvajismo.

Creo que es el momento de salvar a las religiones de su perverso accionar político para que recobren su oficio de sembrar valores.

Creo que es el momento de salvar políticos opositores decentes, de la coacción de la ultra derecha que los manda a callar, para que elaboren sus propuestas.

Creo que es el momento de salvar a la “población chavista” de la tentación de sumarse al desorden “bachaquero”, las colas tumultuosas y la “viveza criolla” por dos lochas o un paquete de harina, para que colaboren en la restitución de un estado ciudadano convivencial.

Creo que es el momento de duplicar las penas por los delitos comunes, triplicarlas por los delitos de guerra política y cuadruplicarlas por el incumplimiento de funciones públicas y corrupción.


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