El discreto encanto del racismo venezolano

 

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Venezuela es un país que ante cualquier coyuntura su principal preocupación es que la tradición de discriminar no se pierda, pero sobre todo, cuyo mayor temor es que negros, indios y pobres también seamos "iguales".

Durante años he tenido que escuchar en diversos espacios académicos y cotidianos comentarios de personas que aseguran que Venezuela es un territorio libre de racismo, que por fortuna las desigualdades de carácter étnico-racial no han tocado nuestra tierra, que todos somos iguales, somos mestizos, que quienes consideramos que la discriminación racial existe es porque somos resentidos sociales o en el menor de los casos acomplejados, pues nuestras relaciones sociales se caracterizan por la armonía y la fraternidad entre coterráneos. Pero llama particularmente la atención que estas afirmaciones son repetidas hasta el cansancio por personas que no creen en la existencia de las múltiples y diversas formas de discriminación que coexisten en nuestra sociedad porque no han estado expuestos a ninguna de ellas.

No obstante, y a riesgo de que me sea atribuida la calificación de "manzana de la discordia" por visibilizar un problema social que pretende desconocerse, la realidad es que el racismo en nuestro país es una constante, siempre ha estado presente aunque sea de forma solapada. Este racismo además, periódicamente ha tenido y tiene drásticos repuntes y manifestaciones, motivadas principalmente por alguna situación en la que una persona indígena o afrodescendiente accede a posiciones de poder y reconocimiento social, ocupe algún tipo de notoriedad pública, porque visibilice las desigualdades sociales, vindique a algún grupo social históricamente excluido o bastará con que reclame algún derecho para convertirse en foco y detonante del racismo en sus formas más explicitas y vergonzosas.

Lo anteriormente señalado ha quedado en evidencia durante las dos últimas semanas en las cuales lamentablemente he leído comentarios profundamente desagradables en las redes sociales, los cuales además de generarme en lo personal mucho malestar, también profesionalmente mucha preocupación sobre la magnitud de los prejuicios instalados en nuestra sociedad y las consecuencias que estos pueden tener en el devenir de nuestro país.

Así bien, el nombramiento del sociólogo Luis Salas como Vicepresidente para el Área Económica y Ministro de Economía Productiva sacó lo peor de sí de muchos venezolanos, al dirigir de forma casi unánime todas las reacciones y comentarios a su aspecto físico, herencia étnica indígena y clase social, sometido a las burlas, el desprecio y el escarnio público en comentarios entre los que se pudo leer: "La cara de malandro de Luis Salas no es normal", "¿Será que es santero?", "Luis Salas con esa cara debe tener prontuario", "Es un indio inmundo", "Luis Salas tiene pinta de pran", "Estamos en manos del recogelatas de Luis Salas", "Metí una foto del nuevo ministro en mi cartera y se me perdieron 500 bolos", "El mal bañado de Luis Salas", "Mono", "Malandro", "Goajiro", "Cara e crimen", entre otros epítetos; los cuales además han sido acompañados de memes y montajes en los que se puede ver a Luis Salas en una cárcel, entre un grupo de pandilleros, sin camisas portando una diversidad de tatuajes, o siendo comparado con el ministro de economía de Argentina, cuyas facciones al parecer sí responden a las expectativas estéticas de los venezolanos.

Estos hechos en su conjunto ponen en manifiesto el pensamiento colonial que aún habita nuestro imaginario colectivo, donde todo aquel que no responda a los criterios fenotípicos e indumentarios que evoquen al europeo y el empresario socialmente idealizado será rápidamente excluido y bombardeado con el "chalequeo idiosincrático", utilizado como vehículo conductor del racismo y el clasismo que determina las relaciones y procesos interactivos en la sociedad venezolana; un país que ante cualquier coyuntura su principal preocupación es que la tradición de discriminar no se pierda, pero sobre todo, cuyo mayor temor es que negros, indios y pobres también seamos "iguales".

 



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