El asesinato de Raúl Reyes por el cobarde Álvaro Uribe

Es un lugar común citar aquélla frase de que a veces, la realidad parece seguir a la ficción. Pero es que al seguir las distintas informaciones que han surgido durante el día no he podido dejar de establecer ciertos paralelismos entre nuestra realidad colombiana y la última “de vaqueros” hollywoodense. Las distintas coberturas noticiosas nos lo han dejado muy claro: en la madrugada del 1º de marzo, el campamento donde pernoctaba el comandante Raúl Reyes fue arrasado desde el aire, utilizando bombas arrojadas desde aviones Super Tucan.

Las fotografías publicadas unas horas después por el sitio web del diario El Tiempo sirvieron como latigazos para aplacar a la jauría de “lectores”, que si juzgamos por los comentarios diariamente vertidos en el sitio son más bien morbosas bestias sediantas de guerra, entrenadas por el engaño mediático para el propósito de pedir más sangre, pero además muestran una realidad bien distinta al show mediático montado por el señor Santos y compañía cuando ufano, con el brillo del asesino en el ojo, miraba a las cámaras luciendo su sonrisa animalesca y nauseabunda, la misma de la hiena que se relame las babas después de darse un buen banquete.

Si tuviésemos que adivinar lo sucedido sobre el terreno por la actitud prepotente y altanera del señor Santos y los oficiosos Generales que le acompañaban mientras se daban palmaditas en la espalda y se felicitaban uno al otro, creeríamos estar frente a los vencedores de una épica batalla, una de ésas donde los contendientes miden sus fuerzas, sus recursos y su inteligencia, y donde el vencedor es aquél que al final superó al enemigo por méritos propios. Eso es un espejismo.

La cruda realidad de las cosas, es que la Seguridad Democrática no alcanza para tales consideraciones. Sólo llega hasta donde los satélites gringos son capaces de ver, y hasta donde los sobornos con cantidades estratosféricas pagados a un traidor pueden convencer. No hay combate, no hay riesgo, ni hay honor. En el campamento guerrillero, nadie tuvo siquiera la oportunidad de defender su vida. Porque para estas tareas sólo disponemos de unos botones que algún funcionario de la CIA o la NSA puso a nuestro alcance, y una cuenta de banco alimentada desde las mismas arcas de la narcoparapolítica.

En otras palabras, una vulgar operación de “apunta y dispara”, en nada distinta a los asesinatos selectivos que tan diestramente ejecutan los agentes del Mossad en el medio oriente, o a los bombardeos indiscriminados que tantas víctimas civiles han causado en Irak.

La verdad es que el “más grande golpe militar contra las FARC” se reduce al pago de un soborno, y al rastreo de un dispositivo electrónico usando la teconología que alegremente nos ha proporcionado el Plan Colombia y que por cierto, manejan los técnicos gringos. Luego de eso, un batallón completo de nuestras valientes y honorables fuerzas armadas no se arriesgaría a atacar a un grupito de 18 hombres dormidos, no con el fin de exterminarlos sino con el de detener y presentar a la justicia al “cabecilla número 2 de las FARC”, lo cual según el propio presidente era uno de sus más anhelados deseos.

En lugar de eso, decidieron que lo más conveniente era recurrir a las lecciones aprendidas de los nazis en Europa, o a los norteamericanos en Vietnam: bombardea todo, y todo lo que se mueva. Hazlo sin piedad, y en una de esas hasta tenemos suerte. Y la tuvieron. Felicitaciones, cobardes. Pero por favor, no tengan el cinismo de llamarse héroes.


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Esperamos superar este impase a la mayor brevedad.



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