Los transeúntes, sobresaltados, intercambiaban miradas interrogantes, pensando se trataría de la captura de un peligroso criminal, pues a aquellos vehículos que violaban impunemente las leyes del tránsito se sumaba una fuerte custodia militar y dos convoyes con soldados y guardias nacionales, aparte de agentes de la Policía Regional apostados por doquier para impedir cualquier intento de fuga.
Pronto se sabría que el delincuente no era otro que un hombre con edad perdida en quinientos años de dominación, en búsqueda desesperada de sus tierras ancestrales arrebatadas por terrófagos de todas las pelambres, desde aquellos que desembarcaron de las malhadadas carabelas de Colón, hasta los ganaderos de Tizina, Kuzare y muchas otras haciendas de cuyos corrales son echados hoy los indígenas sobrevivientes de tantas tempestades.
Sabino Romero Izarra
Hijo del cacique José Manuel Romero, quien perdió la vida a los 109 años de edad a manos de pisatarios y administradores de haciendas, Sabino es el cacique de la comunidad yukpa de Chaktapa (agua que sube-agua que baja). Una precipitada sentencia lo arrincona en las filas de los delincuentes, imputándole los cargos de homicidio, agavillamiento y abigeato.
La única base determinante de la sentencia –señalan fuentes periodísticas- son las pruebas balísticas presentadas por el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC), cuyos atropellos contra Sabino y sus familiares son recurrentes.
En la sede del Tribunal, Sabino asume su propia defensa, sin preparación previa, narrando los hechos ocurridos el 13 de octubre, en una lengua que no es la suya pero logrando condensar su sentimiento indoblegable, dispuesto a la resistencia: “Todo viene a echar culpa a Sabino porque está peleando por tener la tierra y no se ha vendido con los ganaderos; siempre yukpa tiene que comer malanga con sal y no tiene escuela para los niños, o cuando picada de culebra o mujer embarazada no hay quien curara, siempre ganadero tiene arrechera con Sabino, ellos quieren cortar cabeza y pagar mucho cobre para matar a mí”
Ya antes, en entrevistas, había declarado: “Yo soy inocente de lo que me quiere acusar la Guardia, el Ejercito y los ganaderos, yo nunca hice disparo porque yo no andaba armao. Fui con mano sola porque íbamos a arreglar problema, si yo voy a matar gente como ellos dicen, cómo me voy a llevar los muchachos pequeños pa`que me los maten. Sólo íbamos a que Olegario respondiera por los golpes y porque me sigue acusando de ladrón de vacas. ¡Hasta cuándo! Eso lo hace pa’que me maten a mí y digan lo matan por ladrón. Yo sé que este problema viene por la demarcación, a nosotros nos quieren sacar, ya nosotros sentimos que los ganaderos y la demarcación nos quieren sacar de las tierras”.
"Me quieren matar, tengo una bala en cada brazo. Desde ayer gente de Kusé me informa que unos parceleros están ofreciendo cinco millones por matarme…”
Sabino no sólo siente las heridas de los tres disparos que se alojaron en su cuerpo; no sólo sufre callado la viudez de su hija Guillermina cuyo esposo Hebert García cayó bajo las balas el 13 de octubre; no sólo quisiera enjugar desde la prisión las lágrimas de su hija Marilis, de nueve años, también ella herida por arteras balas; no sólo escucha en el ruido del viento el andar presuroso de sus hijos fugitivos tratando de escapar de la muerte. Más que todo ello siente su corazón herido porque antes allí se había anidado una gran ilusión.
La ilusión del hábitat y de las tierras ancestrales
Está escrito en el artículo 119 de la Constitución Bolivariana: El Estado reconocerá la existencia de los pueblos y comunidades indígenas, su organización social, política y económica, sus culturas, usos y costumbres, idiomas y religiones, así como su hábitat y derechos originarios sobre las tierras que ancestral y tradicionalmente ocupan...
¿Qué hay de todo esto?, se pregunta hoy el cacique Sabino Romero Izarra, convertido en homicida y ladrón de ganado por obra de quienes, al parecer, resultan privilegiados con la esperada demarcación de tierras.
Las declaraciones del ministro El Aissami, señalando que los sucesos de Perijá nada tienen que ver con la demarcación, entran en contradicción con la apreciación yukpa y con la de quienes se solidarizan con las comunidades indígenas:
“Los medios alternativos que acompañamos la lucha por la tierra del pueblo yukpa podemos afirmar, al unísono con todas las organizaciones solidarias que acompañan esa lucha y con los propios yukpa en resistencia, que nosotros también pensamos que la violencia se produjo por una política de demarcación errada, pero no precisamente porque afecte los intereses de los ganaderos - sino por que se basa en la defensa de los mismos” (ANMCLA, 26/10/2009).
No es un conflicto entre indígenas
Es lo que pretenden hacer ver los grandes terratenientes agrupados en FEDENAGA para dividir las comunidades y captar para sus propios fines algunos grupos nativos. Al amparo de autoridades complacientes se valen de estratagemas y amenazan de muerte a quienes defienden sus derechos con entereza. Ello explica por qué Olegario Romero, cacique de la comunidad yukpa Guamo Pamocha, compañero de luchas de Sabino, actúa hoy como su adversario.
En declaraciones últimas, Sabino dijo tener información de que Olegario “recibía dinero para acusarlo de ladrón y que planeaba matarlo” (Aporrea, 15/10/09).
Casi todas las tierras productivas de la región están en manos de unas 15 familias poderosas, a quienes estorba la presencia indígena hasta en sus corrales. La lucha de los yukpa es la de todos los habitantes originarios enfrentados a terratenientes y a proyectos desarrollistas relacionados con la minería y la deforestación que amenazan destruir al planeta. No les dejemos solos. ¡Nuestra solidaridad es vital!