1
En medio del camino de la vida me detiene un transeúnte. Ciudadano de a pie y sin poder, ejerzo como oficina de quejas ambulantes. El peatón, perdón, el Soberano, me cuenta que hace meses dio unas conferencias por las cuales le ofrecieron trescientos bolívares. Pero a la hora de cobrar, le exigen que lo haga en facturas sagradas cuya sola impresión cuesta arriba de quinientos bolívares fuertes. El fuerte precio se debe a que el Seniat sólo adjudica concesiones para imprimirlas a unas cinco imprentas, y con ellas licencia para abusar del infeliz Soberano. Estas imprentas se van de vacaciones colectivas en diciembre y enero, y el Soberano, o sea la infeliz ciudadanía que debe pagar más de medio salario mínimo para cobrar una miseria, que se las averigüe. No dudamos de la probidad de tan oportuno negociado. Pero la mujer del César no sólo debe ser honrada, sino también parecerlo, y la verdad es que de estas incosteables facturas que sólo imprimen privilegiados talleres sopla un olor a guiso tumbagobierno. Una factura es una declaración de un ciudadano, y vale aunque esté escrita en casabe. Impedir a cada Soberano cobrar un miserable centavo sin bajarse de la mula con medio mes de trabajo es invitarlo a bajar de esa nube a la administración en la elección venidera.
2
Camino lento, y me alcanzan ciudadanos que llaman de la Tercera Edad. Uno me expone que un funcionario decidió que 38.000 ancianos no existían, y como sucedió con Raiza Ruiz, la simpática médico a quien alguien declaró difunta después de un accidente, les cortó las pensiones y los puso en la problemática situación de demostrar que no estaban difuntos, haciendo colas a altas horas de la madrugada. Tras agonizante proceso demostraron que existían, y preguntaron cuándo les pagaban lo debido. “Será una sorpresa”, respondió el gracioso. Por poco más de 38.000 votos se perdió un referendo. La sorpresa se la podrían dar al funcionario.
3
Me comenta una vivaz comunicadora que su servicio de ABBA, instrumento de trabajo por el cual paga religiosamente, lleva días interrumpido. Poco después le escribo un correo para ver si lo recibe, y encuentro que mi servicio ABBA, por el cual pago ortodoxamente, conecta sólo si le da la gana y desaparece cuando se le antoja.
4
Paso a la siguiente esquina y ya me busca conversa el desdichado transeúnte que debe renovar su RIF personal. Por qué se debe renovar un certificado con el mismo número de la cédula de Identidad, que no cambia nunca, sólo lo explica la pasión del genocidio de sufragios. Para participar en este Holocausto de voluntad electoral, debe la víctima adquirir computadora e impresora de último modelo y abrir una página de Internet que no abre nunca, y si no abre ir al Seniat a pie y regresar a casa caminando para llenar un formulario que luego debe también llevar a pie a una oficina que jamás recibe. Si esta informática peatonal se aplicara para el voto, no votaría casi nadie. Pero quien mata contribuyente, mata votante. Mejores entretenimientos podría buscarse una administración que cada año exonera unos 17.875 millones de dólares en impuestos a las transnacionales.
5
Por voto unánime, el más implacable Campo de Exterminio de votantes es el inútil registro denominado Sencamer. Por el privilegio de acceder a la obligada página web que no abre, la víctima, perdón, el Soberano, debe depositar en una cuenta de un banco intervenido exorbitante suma que no se devuelve. Junto con el imposible de obtener certificado de registro en Sencamer, los encarnizados enemigos del votante exigen además constancia del INCE de que no tiene más de cinco personas empleadas, aunque jamás haya empleado a nadie. No se cobra para votar, porque se supone que nadie votaría. Pero todo el que conozco dice que pagaría lo que no tiene por votar contra Sencamer y contra quien lo inventó o lo tolera. 6
Avanzo en la larga caminata, y una jovencita me narra su aventura después de pagarle al ministerio del Turismo una entrada de 350 bolívares por una Cena de Año Nuevo en el Teleférico. Concurrentes, hubo millares. Cena, fuegos artificiales, cantantes y demás maravillas prometidas: cero. Sólo un melancólico descenso de Soberanos, familiares y niños muertos de hambre y estafados. Algún irresponsable sobrevendió entradas y olvidó comprar hallacas, quizá ocupado en otorgar licencias para casinos a fin de que pueda lavar sus capitales el crimen organizado. Les prometieron una experiencia inolvidable: seguramente durará hasta las elecciones el recuerdo del Año Nuevo más triste de sus vidas.
7
Hace meses que no veo televisión. En mi paseo me encuentro con el Soberano víctima de la estafa de la TV por suscripción. Le cobran tarifas prohibitivas por venderle imágenes y se las suministran interferidas con prohibida publicidad por inserción, que es como si le vendieran alimento y lo rellenaran con veneno. Integra comités de usuarios que son ignorados. Se queja ante Conatel y es como hacerlo ante una pared. Parece que los proveedores están empeñados en demostrar que pueden violar la Ley Resorte, y las autoridades empecinadas en probar que no les importa. Puede que al Soberano terminen por no importarle los unos ni las otras.
8
Creo haber sido claro. Matavoto mata Poder. Las partidas de defunción
del Poder son certificados con duración de estornudo, facturas
incosteables, documentos con renovación infinita, requisitos inútiles
e imposibles de cumplir, páginas web que no abren, informática para
caminadoras, bingos y casinos para lavar dinero, televisión no apta
para consumo humano. En nueve meses se puede acabarlas, y conservar
el Poder. O conservarlas, y perderlo.
9
Usualmente voto, y una vez me vine del otro lado del mundo sólo para
hacerlo. Pero el camino del infierno está empedrado de votos
asesinados. Que el Poder decida si quiere seguir siéndolo.
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Bibliografía: http://luis-britto.blogspot.com