En el marco del 3ª encuentro mundial de soliaridad con La revolución bolivarina, 13-16 de abril 2005

La Universidad Bolivariana de Venezuela: construyendo el pensamiento y la acción revolucionaria

Mesa 8: EDUCACIÓN, JUVENTUD Y DERECHOS HUMANOS.
Panel sobre El Pensamiento Educativo en la Revolución Bolivariana

Este evento mundial de Solidaridad con la Revolución Bolivariana, encuentra al sector universitario en un debate abierto en cuanto a tres aspectos fundamentales. En primer lugar, la relación equidad/calidad; en segundo lugar, la pertinencia social de sus egresados y, como consecuencia de ambos, un tercer aspecto sobre la contribución de la comunidad universitaria en la construcción de saberes que permitan la solución de los problemas más sentidos de nuestra sociedad. Y debajo de éste, queriendo pasar desapercibido, está la discusión sobre el carácter mercantilista de la educación superior en Venezuela. Por supuesto, la condición política e ideológica del debate, obliga a una confrontación profunda, no solamente con los sectores de derecha, sino incluso con los reformistas que durante muchos años han querido construir la universidad ideal, a partir de las viejas estructuras y concepciones neoliberales.

Más allá del debate, las cifras ofrecidas por el Ministerio de Educación y Deportes que señalan que de cada 100 personas que nacen en nuestro país, sólo 5 terminan la secundaria, nos ilustra dramáticamente la gravedad de la exclusión social pre-existente para ingresar en las universidades. Sin embargo, los recientes cambios generados en la Educación Superior en Venezuela, en especial el impulso de la Universalización de este nivel educativo, expresada en la Misión Sucre, y la creación de una universidad de Estado en el año 2003 como es la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV), han permitido iniciar, con fuerza, un proceso real de inclusión social a nivel universitario, hasta ahora considerada sólo para élites sociales. De esta manera, se pretende avanzar en una ruptura definitiva del acaparamiento del poder del conocimiento en unos pocos y el consecuente crecimiento acelerado de la pobreza. El empoderamiento del conocimiento por parte del pueblo para la democratización del saber debe ser la meta de una nación que se dispone a derrotar el peor mal de la sociedad del siglo XXI: el hambre y la miseria.

Es así como la UBV rompe con el esquema del campus universitario concentrado en las principales ciudades y aislado de la realidad, por una visión de universidad con cobertura nacional que integre el trabajo comunitario y socioproductivo con la formación académica. La Universidad de esta manera se integra a las comunidades con el propósito de contribuir con el desarrollo equitativo del país, al colocar el conocimiento científico, tecnológico y humanístico de las distintas disciplinas al servicio de las poblaciones más deprimidas socio-económicamente. Todo ello con el fin de impulsar un diálogo permanente con los saberes del pueblo, de su experiencia, de su reserva moral y de su cultura. Esta situación obliga a inventar y crear organizaciones que permitan atender la dispersión de la demanda con calidad, pertinencia social y con garantía del trabajo colectivo.

Las comunidades no tienen que ir a la universidad; a esos grandes campus universitarios donde se reproducen las relaciones de dominación capitalista, y se representa la realidad en laboratorios, talleres y escenarios artificiales, donde los estudiantes deben simular situaciones antes de lanzarse al mundo laboral, sin garantía de pertinencia social. Es así como el estudiante egresa de la universidad para entrar a competir en el llamado mercado de trabajo y convertir su fuerza de trabajo y sus saberes en mercancía. Tampoco la universidad, para romper su aislamiento y poca pertinencia social, tiene que ir a las comunidades a impartir sus conocimientos, a ofrecer los saberes encerrados hasta ahora en bibliotecas y enciclopedias humanas. Aunque parezca generosa, no deja de ser una respuesta reformista a su ineficiencia en la solución de problemas concretos. La universidad está integrada a la comunidad, es parte de ella, o no es una universidad revolucionaria.

Toda la comunidad y en especial los estudiantes de una universidad revolucionaria deben adquirir competencias integrales para la transformación social durante su proceso de formación; lo que significa en la práctica, incidir en el cambio de modelo socioeconómico del país, donde el poder del conocimiento y la construcción política de saberes esté en el pueblo, radique en él, como única manera de elevar la calidad de vida de toda la población.

La universidad revolucionaria garantiza la integración de la educación y el trabajo como procesos fundamentales para lograr “los fines esenciales de la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes reconocidos y consagrados en la Constitución”1.

Los programas de formación (pregrado, postgrado y comunitario) propuestos, hasta ahora, por la UBV contemplan el desarrollo de los procesos de aprendizaje y la articulación del trabajo académico con los problemas de las comunidades, lo que implica la contextualización permanente del currículo y la validación de su pertinencia social, a través de procesos de acción-reflexión-acción. En otras palabras, la interacción de los estudiantes y los profesores con su realidad y la participación protagónica de éstos en la transformación de su entorno, exige una visión del currículo como construcción cultural. Es así como los programas de formación de la Universidad contienen un tronco común que los unifica a nivel nacional, inspirados en los principios y valores de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, en el conocimiento de la historia, de nuestros orígenes, del pensamiento político latinoamericano y caribeño que afianza nuestra identidad, y una formación especializada flexible que responde a las necesidades y especificidades concretas de cada campo académico y de acción social. Este campo específico está sujeto a una dinámica de socioconstrucción permanente, apoyado en la sistematización de experiencias concretas, donde docentes y estudiantes, integrados a la comunidad, son actores y autores de ella.

En cada contexto se produce una participación colectiva en la solución de problemas de naturaleza multidisciplinaria. Los estudiantes y los profesores universitarios, de distintos programas de formación, atienden sus especificidades e integran los conocimientos propios de las distintas disciplinas, a la sabiduría del pueblo conocedor de la realidad concreta, de su historia y de su cultura. De esta manera, se construyen aprendizajes significativos y una nueva cultura del trabajo en el mismo momento en que se está actuando socialmente en la solución de problemas de la comunidad y de las instituciones.
Un aspecto importante en la construcción participativa del currículo tiene relación con las particularidades de los lugares en los cuales se inserta la Universidad y sus colectivos. Para atender la demanda educativa y asociarla a esas diferencias socioeconómicas y culturales se ha tomado como referencia el municipio en la división política territorial de Venezuela. En la actualidad en las 24 entidades federales existen 335 municipios. Entre ellos se manifiestan importantes similitudes y diferencias culturales, demográficas y geográficas que obligan en algunos casos a desagregar en parroquias o a unir en subregiones (varios municipios) para atender la demanda de Educación Superior. Ejemplo de parroquialización (22 en total) lo constituye el Municipio Libertador del Distrito Capital (Caracas) por su alta concentración poblacional, y de subregionalización, la de Barlovento en el estado
Miranda que une 6 municipios en una extensa región geográfica.

La UBV como vanguardia de la Misión Sucre, en poco menos de dos años de fundada tiene presencia en casi la totalidad de los municipios del país, con cincuenta mil estudiantes en once programas de formación de grado. Sin embargo, el problema no es la cantidad de estudiantes que sea capaz de incorporar, esto sólo atiende una dimensión del problema de la exclusión. Se trata de comprender que el derecho al estudio como derecho humano es integral y para ejercerlo a plenitud no basta con tener cupo. Si no se atienden todas las necesidades como sujeto social, no sólo propiciamos otra forma de exclusión, con una mayor dosis de frustración y resentimiento social, sino que no podremos formar ciudadanos protagonistas de la consolidación de los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial y la convivencia, señalados en nuestra Constitución.
La relación universidad/comunidad que se establece en la metodología de aprendizaje de la UBV demanda un perfil del docente que medie en la formación de un ciudadano universitario para desenvolverse en el contexto nacional, regional y local, sin perder de vista nuestra inserción latinoamericana y caribeña. Un ciudadano que identifique las necesidades y las situaciones específicas del ambiente comunitario o institucional para actuar colectivamente en la solución de problemas concretos.

Esta oferta que implica la educación permanente del estudiante focalizado en la vida de la comunidad y en la solución de sus problemas, requiere un tipo de docente que propicie la interacción dialógica, que esté preparado para formarse como agente del desarrollo endógeno de su comunidad. Un docente que comprenda que la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, y como parte de éste asume su rol de mediador de aprendizajes. Está formado para formar y para participar activamente en un currículo construido entre todos, que implica la puesta en práctica de una política que exija, como prioridad, una educación de calidad para todos, integral, innovadora, democrática y participativa.
Las afirmaciones realizadas hasta ahora exigen un cambio en la perspectiva dominante en la universidad de hoy, donde el “saber académico” que adquieren los docentes en su proceso de formación, se entiende como un saber normativo, por tanto transmisible y aprendible a través de procesos instruccionales. Cuando actúa así, la universidad se considera depositaria de tales saberes y por tanto tiende a desconocer el carácter reconstructivo del saber social. Por el contrario, cuando se abre a la dinámica de la construcción del conocimiento y la participación del docente en ella, interactúa con la comunidad, de múltiples formas, para actualizar sus procesos de formación profesional, tanto en didáctica como en contenidos.

Las universidades tradicionales se empeñan en formar un técnico docente que instruye y evalúa según le indican los expertos en currículum. Un profesional, por lo general, poco creativo, sin autonomía y atrapado en criterios de desempeño docente asociados al tecnicismo y al eficientismo, disociados de la calidad educativa y de los procesos de transformación social. Un profesional que niega su propia subjetividad, su historia y su cultura para dejarse envolver en un cientificismo mal entendido de neutralidad valorativa, que lo conduce a la arbitrariedad, cuando menos y en algunos casos al abuso del poder.

Desde una perspectiva gramsciana asumimos como una realidad ineludible la crisis propia de todo proceso de transformación social, con la finalidad de propiciar una ruptura definitiva con las viejas concepciones y prácticas del pasado.

La comunidad y en especial el profesor universitario debe sentirse protagonista de la construcción del saber cultural y para ello requiere investigar su propia práctica y compartir los resultados con otros investigadores del área profesional a la que pertenece y con la comunidad. Esto fortalece su compromiso social y propicia un nivel de reflexibilidad elevado que les permite conquistar niveles altos de autonomía de acción profesional y mejorar su papel de mediador de los aprendizajes. Se les exige comprensión de la realidad, que llegue a la naturaleza del ajuste o transformación para cambiar una estrategia, que indaguen y emprendan investigaciones sobre su práctica profesional/docente para introducir cambios, que luego valorarán para reafirmar o modificar dicha práctica.

En otras palabras, el profesor universitario debe reflexionar colectiva y permanentemente su acción académica y social, para programarla, reprogramarla y para valorar sus logros, con el fin de incidir en la realidad educativa que involucra a sus estudiantes, a sí mismo y a la comunidad donde actúa socialmente. El docente debe abrirse para comprender el impacto de sus acciones más allá de sus intenciones.

Desde una orientación social-reconstruccionista, como diría Tejada (2000) el profesor es un profesional autónomo que reflexiona sobre su práctica para comprender tanto las características específicas de los procesos de enseñanza-aprendizaje, como el contexto en que tienen lugar, de manera que su acción facilite el desarrollo autónomo y emancipador de los que participan. A lo que podríamos agregar que esa reflexión parte de una responsabilidad propia y compartida para producir y reproducir saberes significativos para el colectivo.

Por otra parte, la dinámica pedagógica que vincula la Universidad con la comunidad es tan rica y variada que hará de cada práctica una experiencia única, valorizando así el verdadero equilibrio entre la autonomía profesional y la necesidad de responder a un compromiso social de igualdad que obliga a atender elementos comunes. Cada experiencia educativa es diferente. Pequeñas realidades particulares que se van construyendo cotidianamente en el salón de clases u otros ambientes de aprendizaje expresan la historia, la sociedad y la cultura de cada uno de los actores que participan en esa compleja realidad.

Si asumimos que la formación y la creación de conocimientos, así como los cambios en los planes de estudio, deben ocurrir en el marco de la articulación de la Universidad con la comunidad, entonces se debe avanzar en la construcción del tejido social Universidad/Comunidad. Esta debe contar con una red de ambientes a nivel municipal (administrativos, académicos y comunales), tanto de la UBV como de otras instituciones, una red de profesores con formación multidisciplinaria y una red de múltiples colectivos estudiantiles de los distintos programas de formación, que a su vez se integren en grandes redes comunitarias que posibiliten el más amplio diálogo de saberes. Diálogo entre lo local y lo nacional e internacional, entre lo específico y lo general, entre los viejos y nuevos conocimientos, y entre la teoría y la sistematización de las múltiples experiencias sociales. Una red que permita la interacción simultánea de distintos colectivos en diferentes localidades. Sólo es posible concebir esta convergencia social, esta interrelación humana que vence el tiempo y la distancia, con el apoyo de las tecnologías actuales de la comunicación y la información. En la medida en que se vayan creando los distintos colectivos se hace indispensable garantizar la comunicación y la interacción entre ellos. De esa manera se comparten las experiencias, los saberes culturales, los resultados de las investigaciones, y se fortalece la identidad regional, nacional, latinoamericana y caribeña.

En esta gran red nacional de comunidades y de interacción entre múltiples colectivos soportada en el campo tecnológico, los flujos de información recorren distintos caminos y con diferentes propósitos. Se evidencian procesos de interacción social, de investigación acción participante, de reflexión y formación individual y colectiva. Se procesan datos, se simulan situaciones de la vida real, se sistematizan informaciones. Se realizan foros y conferencias sin fronteras, se crean aulas virtuales, y todo aquello que permite la democratización de la tecnología para la socialización del conocimiento que propicia una educación con calidad para todos y se ofrecen formas concretas de equidad y pertinencia social. De allí nuestro compromiso universitario de no aislarnos de la comunidad.

En síntesis, la política de municipalización que emprende la UBV, rompe las paredes que la aíslan de la realidad. Por un lado, la Universidad se integra a la comunidad para crear y recrear, para hacer y rehacer el diálogo permanente de saberes del pueblo como parte de la formación del ciudadano universitario integrado al trabajo socio-productivo y comprometido socio-políticamente y, por el otro, garantiza la iteración humana entre los distintos colectivos de docencia/investigación en las localidades para generar el más amplio tejido social educativo que potencia y viabiliza la construcción colectiva del conocimiento para la transformación social.

Construir una universidad revolucionaria supone la validación en la acción, producto de la reflexión colectiva. Tomar en cuenta la historia y la cultura de donde partimos, sin perder de vista el horizonte. Partir del principio de que sólo en colectivo es posible construir conocimiento significativo para incidir en la sociedad.

Para construir nuestra universidad revolucionaria se requiere acabar con el modelo jerárquico de poder. Consolidar la ética de lo colectivo e impulsar la corresponsabilidad participativa de toda la comunidad universitaria en este proceso social. Sin embargo, esto no es un problema de la UBV, es un problema social de Venezuela, de la cultura política dominante, asociada a un modelo económico, basado en la competitividad, en el individualismo y por lo tanto en la exclusión. Acabar con toda forma de discriminación, opresión, exclusión y explotación es una lucha nacional e internacional que toma forma concreta en cada escenario de la vida social. A la UBV le corresponde asumir su cuota de responsabilidad a lo interno y su articulación con el resto de la sociedad.

En tal sentido, existe una inmensa fe en este pueblo de Bolívar, en el ejercicio de sus poderes creadores. En su poder de hacer y rehacer. De crear y re-crear. Como diría Freire, fe en su vocación de ser más, de transformar al mundo, que no es privilegio de algunos elegidos sino derecho de todos los hombres y mujeres.


Elizabeth Alves
Secretaria General de la Universidad Bolivariana de Venezuela
Barinas, abril de 2005


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