¿Cuándo perdió el rumbo la universidad autónoma? ¿Es que lo encontró y lo retuvo alguna vez? Con el ejemplo de la Benemérita, Bicentenaria y Autónoma (calificativos de discursos de autoridades) Universidad de Los Andes voy a dilucidar eso, so riesgo de que algunos colegas que leen clandestinamente a aporrea o de la misma manera visitan mi blog, me sigan mirando feo, refeo. Si me metiera realmente con los coroticos del pesebre y desarmara, por ejemplo, lo de la Universidad Bicentenaria, tendría que esconderme, por eso del maldiojo.
Mediados de los ´60, cuando la de Los Andes era una de las cuatro universidades del país y parecía que la universidad autónoma tomaban sentido, pues comenzaba a dejar de ser nido de vecinos merideños y privilegiados venidos de lugares remotos del país, y se iniciaba la famosa “masificación” estudiantil. Mi curso, de primer año de economía, de 100 estudiantes, era más numeroso que los del resto de facultad; y por ahí iban las demás facultades. Vale la pena anotarlo, de esos 100 estudiantes, unos 85 no éramos merideños.
Al mismo tiempo de ser “refugio” de subversión (afirmación para dejar a muchos contentos, pero que no lo fue tanto), se comenzó a debatir la “renovación”, movimiento al comienzo peligroso para el estatus, pero que pronto fue contaminado por otros objetivos que lo desvirtuaron hasta las raíces y lo convirtieron en completamente inocuo.
Las discusiones sobre la renovación se realizaban en facultades absurdamente “tomadas”, con la mayoría de profesores y estudiantes de “vacaciones” (las tomas frecuentemente sobrepasaban los 4 meses), y eran un tira y encoge teórico, que avanzaba y retrocedía, según la correlación de fuerzas y el ánimo de las izquierdas tradicionales y las de avanzada, entre la ortodoxia, la indocilidad y la resistencia al cambio. No se llegó a casi nada antes de contaminarse con la semestralización, la departamentalización, las renovadas apetencias de poder de grupos de derecha e izquierda, el “ahogo de la masificación”. Los pensa de estudios pagaron los platos rotos y el problema se redujo al cambio periódico del pensum de cada escuela, lo que generó prolongadas e inútiles discusiones para llegar a poco. Los logros parciales de mi facultad fue la expulsión del Cuerpo de Paz y de la Fundación Ford, que sin querer queriendo guiaban la facultad; pero para nada, porque su influencia se reencarnó en otros zombis, especialmente en la remesa de catedráticos españoles, franquistas en su mayoría, que llegaron para solucionar la “escasez de profesores”. Otros logros tontos pero que dan una imagen de la universidad recoleta, la erradicación de medidas absurdas, como la obligación de llevar “paltó” para entrar a la biblioteca de Derecho, donde, desde una toma, decidimos que hasta desnudos se podía entrar.
Pero no es historia lo que quería hacer; era demostrar la inutilidad de la universidad autónoma desde los tiempos en que aparentemente apuntaba a ser un instrumento de desarrollo de la sociedad en su conjunto, a servirle al país. Hasta el momento era una universidad recoleta, de regodeo de la ideología merideña, con la excepción de militantes, adecos en su mayoría, “luchadores” contra la dictadura; y, desde la insurgencia armada, la mayoría de militantes de los partidos insurrectos se paseaban sin ningún contratiempo por la universidad y la ciudad, haciendo gala de su militancia pero sin apenas ser tomados en serio por las policías represoras. Los dirigentes a sueldo o chantajeados por la Digepol y el Sifa fueron muchos e hicieron mucho daño (por ahí andan, algunos afamados escuálidos). Importante de ese período, que en el concepto de autonomía se fue privilegiando la famosa “inviolabilidad” del recinto universitario, sobre otros contenidos de mayor trascendencia… y lo que le paraba la policía a tal autonomía.
Ni adecos antiperezjimenistas ni izquierdistas anti adeco-copeyanos tomaron en serio que la universidad tenía un entorno, ni entendieron cabalmente ese decir atribuido a Mariano Picón Salas de que “Mérida era una universidad con una ciudad por dentro”, y la universidad continuó siendo un enclave. Y así fue que se perdió o nunca se consiguió el rumbo de una universidad que, supuestamente, empezaba a cambiar. La extensión universitaria se limitó a actividades “culturales”, mayormente dirigidas a intelectuales y clase media universitaria, placenteras pero inocuas, vacías, aisladas. El entorno universitario siguió siendo el analfabetismo, la ignorancia, la enfermedad, la desigualdad, la explotación, la miseria, la precariedad de la vivienda y las vías de comunicación, la falta de servicios, etc., a pesar de que la división positivista por facultades formaba profesionales que tenían que ver con esas lacras sociales, también emplazadas en la propia universidad.
La docencia se convirtió en el más expedito camino para copar el mínimo porcentaje de ascenso social permitida por sociedades del tipo. Ingresaban pobres, porque el origen de clase de cerca del 75% del estudiantado era el pueblo explotado, y salían profesionales a quienes el día de la graduación los distribuidores trataban de fiarles un automóvil y la empresa privada había ya pasado reclutando profesionales que no fuesen como los “comunistas” que paría la UCV. Como gocho practicante de la gochitud, puedo afirmar sin que califiquen de “étnica” mi afirmación, que se trataba de la mejor universidad del mundo, porque ingresaban gochos y graduaba doctores… ingresaban pobres y egresaban profesionales Midas.
Se puede decir que también fueron los años de arranque de la investigación, que, salvo excepciones, nació errática, divorciada de las necesidades del pueblo y hasta de las de la oligarquía que dirigía por partidos interpuestos al país. Es decir, no le servía ni a los dioses ni a los demonios. Cada quien investigaba lo que le daba su real gana, lo que le gustaba, lo que estaba de moda en los países “del centro” (en boga, lo del centro y la “periferia”, lo del desarrollo y el “subdesarrollo”), sin que fuese trazada ni por organismos universitarios. Un aporte más para el concepto perverso de autonomía que estaba conformándose y que sigue como modelo de referencia actual; dejar hacer, dejar pasar era lo autonómico. Para ser justos con la investigación, debemos reconocer que unos cuantos “comunistas” investigaban chagas, parasitosis, enfermedades tiroideas y poco más del enfermo entorno andino; algunos hasta se atrevieron a estudiar modelos solución del problema de la vivienda, basados en materiales tradicionales… no pasaron de prototipos.
Todo eso me lleva a afirmar que la Universidad de Los Andes, nunca tuvo rumbo y por eso, nunca lo perdió. Y es que ni siquiera los fines clericales trazados en su origen fueron cumplidos a cabalidad (eso es otra historia); durante el XIX y casi mitad del XX, pasivamente fue aportando corto número de profesionales pasivos al país que precariamente la mantenía (otra, otra historia); durante la segunda mitad del XX acabamos de escribir sobre su falta de rumbo y en la actualidad, es un estorbo atravesado en la historia.
Donde siempre ha tenido éxito, es en su participación en la generación de la “ideología merideña”, telaraña tramposa en que han caído y han sido devorados hasta revolucionarios de armas tomar, y que constituye una de las piedras de tranca más importantes del desarrollo doctrinario de la zona. Continuaremos alguna vez, con mayor inspiración. Saludos cordiales, mis aguantadores lectores.
Fuera del artículo, una corta anécdota, que quizá matice en algo lo expuesto antes: Ya encaminado estudiante de historia quise cursar otra carrera y me inscribí en derecho… fui a una clase y salí horrorizado. Economía política, se llamaba la materia, que se reducía a un programa sui generis de “materialismo histórico”, presente en el currículo de casi todas las carreras de la universidad. El profesor era la referencia del revolucionario de Derecho, comunista, militante del MAS. Entre a clase y de repente alguien comienza a hablar de “marxismo” desde un púlpito, sí, un púlpito; no, no era una tarima, era un púlpito, de más de dos metros de altura. Coño, me dije, si este es el “revolucionario” de este antro, cómo serán los demás, “reaccionarios” casi todos; me darán clase desde el mismo cielo… y me fui para donde ustedes saben.
Valor agregado de esta anécdota: ese profesor de “izquierda”, que después fue reptor, fue el autor del más infame artículo aparecido en la prensa regional el 13 abril de 2002, lo que quiere decir que no es que esa izquierda cambió, sino que ya estaba maleada desde los sesenta-setenta.