Cuando la necrofilia carcome el cuerpo del adicto, solo queda el nauseabundo olor del odio

Una universidad se hace pública porque su comunidad dedica su tiempo vital a dar cabida al pensar con sentido social, a la creación de los espacios para que la reflexión trascienda y para que la crítica propositiva transforme a la sociedad, transformándose a la vez. Así es una verdadera universidad pública y democrática, no se dobla ni se desdibuja al enfrentar con racionalidad y argumentos al poder del Estado, pero tampoco agacha su cerviz y se voltear para lamer los intereses del poder económico nacional y transnacional.

No existen universitarios asexuados políticamente ni neutros a la hora de actuar. Siempre nos mueve el interés por algo, no somos sujetos de la espontaneidad política o de la reacción casual.

Atacar hoy al gobierno nacional es entendible si no se está de acuerdo con él y haya razones válidas para hacerlo. Esto está constitucionalmente permitido porque en este país hay libertad de expresión y de conciencia para hacerlo, pero no se diga que escribir contra el Presidente Maduro, favorecer la especulación y el remarcaje de precios y apoyar las guarimbas, sea un acto inocente que no responde a intenciones políticas, buena parte de ellas, comprometidas con la conspiración del orden democrático, con la guerra psicológica contra la población y con la desestabilización económica del país. Desafortunadamente la universidad venezolana carece de una mirada medianamente crítica hacia la oposición, es como mirarla sin verla, como si no existiera. Y, además, que la vida del país la determinara exclusivamente el gobierno.

La universidad no se ve así misma simplemente porque no posee auto observación, carece de introspección y de autocrítica, por esa misma razón es que no puede ver a la oposición, no ve a sí misma, se auto desaparece y se convierte en un instrumento de la conspiración al colocarse peligrosamente al margen de la ley por más disimulo y político que exprese.

Escribir es un acto comunicacional racional y es un poderoso instrumento para el debate de las ideas claras y contundentes sobre la verdad de la realidad. Pero si las motivaciones que alimentan la escritura están alimentadas por la mentira, la mezquindad, el irrespeto, la irracionalidad, el odio y la intolerancia, no estamos haciendo universidad ni construyendo opinión política. Desde esta perspectiva estamos incursionando en otros terrenos de la no ética, de la actividad forense y de las patologías científicamente no tratables con facilidad todavía, como los efectos de la disociación psicótica, la pérdida acelerada del sentido patrio y el odio fraternal.

Escribir con odio no genera ningún placer en ningún lector sano. Seguramente se disfrutará si se adicto al odio y se comulga con los propósitos escriturales del autor. Acá los placeres son mutuamente enfermizos y dañinos para los demás, si se hacen públicos. Si se realizan en el silencio de la individualidad estaría muy bien porque es un acto personal y privado sin trascendencia social.

La universidad es el lugar de la luz donde se anidan los espíritus del bien y del buen pensar que como seres humanos trascendemos por lo que pensamos, pensamos y hacemos en el triángulo perfecto de la coherencia y la sindéresis. Una universidad que diga ser tal, nunca será el recinto de los sujetos que actúan motivados por los intereses tenebrosos de las sombras, la ceguera de la intolerancia y los bajos instintos que jinetean en los lomos de la violencia y el terror.

Si esto se hace desde una institución que se define y se afirma en el concepto de universidad, entonces quienes allí viven practican el mundo de los antivalores y la violencia camuflada, nunca serán dignos huéspedes de ella, simplemente están de más porque la niegan con su filosofía y con su acción. Por su parte, si una universidad se presta para vivir con sujetos que detestan las virtudes y la civilidad democrática, pierde en consecuencia su autoridad y soberanía histórica para pensar libremente y actuar con responsabilidad, desperdiciando infelizmente su condición de institución pública. Y lo peor, convertida en enemiga de la sociedad y del país.

El querer dejarse vencer por las sombras la transforma en un vulgar sitio desprovisto de la virtud, la rectitud, el saber y la verdad. Muere sencillamente, así tenga nómina, presupuesto, rector y decanos.


El autor es profesor de la ULA

rivaspj@ula.ve


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