Paro Universitario I

Cuando estudié en el Instituto Pedagógico de Caracas, algún tiempo previo a la graduación, se suscitó una amenaza de paro universitario en reclamo al pago, quizás en reclamo al aumento salarial, no recuerdo bien. Lo cierto es que tenía que ver con el dinero. Recuerdo que era preocupante para nosotros los estudiantes, pues se veía afectada nuestra posible culminación del semestre y, por ende, nuestra graduación.

En aquella época el personal universitario tardaba hasta tres meses sin cobrar el sueldo. El gobierno alegaba carencia de recursos. El Pedagógico acató el paro convocado por los sindicatos y nosotros, los estudiantes, igual acudíamos a la universidad con la esperanza de que nos dieran clases (por lo menos así lo hizo el grupo en el que estaba).

Una docente, la Profesora Diomar Vázquez, de reconocida trayectoria en el área de Castellano y Literatura nos recibió en medio de la confusión. Ella me enseñaba en Prácticas Docentes, con ella nos fuimos a una escuela en San Agustín, dentro de un sector popular deprimido por derrumbes y pobreza. Ese día de clases, en medio del paro, nos recibió amorosamente (ella que era tan estricta, severa y disciplinada) y nos dio la clase correspondiente a esa semana. Le pregunté si se iba a sumar al paro y me respondió: "no apoyo este gobierno, no estoy de acuerdo con sus medidas, nosotros los docentes necesitamos un sueldo digno, eso es de larga data, pero por encima de mis carencias económicas está mi amor a la docencia y mi respeto a ustedes, los estudiantes. Mi paro sólo los perjudicaría a ustedes. Además, nos paramos y cuando corresponda el pago a nadie le descuentan los días que, en protesta, no trabaja y a mí no me gusta cobrar lo que no hago." Estas palabras me generaron lágrimas, de hecho, le escribí una carta de agradecimiento por la lección de vida que nos estaba dando. En ese momento pensé que no todo estaba perdido, que no me había equivocado en escogerla como docente en esas prácticas. Pensé que era coherente con su vocación, que su ética era inquebrantable. Recordé al maestro Simón Rodríguez, a Paulo Freire, cuyo amor a la enseñanza prevalecía sobre cualquier carencia y me prometí lealtad a mis estudiantes, me prometí espíritu de lucha con las aulas abiertas, me prometí mantener la fe en la vida, la alegría y la esperanza en un mundo mejor como utopía motora.

Me cuesta demasiado digerir que los docentes universitarios privilegiados en:

  1. Un horario flexible que les permite planificar su tiempo en cualquier área de la vida (beneficio que muchos utilizan, incluso, para cabalgar horarios e incurrir en irregularidades administrativas)

  2. No tienen supervisores, pues la "libertad de cátedra" muchas veces es tan tergiversada que algunos van a desahogar problemas personales, orientaciones político-partidista y hasta frustraciones de vida en el aula de clases. Algunos hasta se atreven a utilizar a los estudiantes asignándoles investigaciones para sus trabajos de Maestría o Doctorados. Varios casos conozco de esos y luego ni mencionan a los estudiantes en los agradecimientos.

  3. Pueden hacer la investigación que quieran así ésta no tenga que ver con la universidad o el país, así esa investigación no sea pertinente o contribuya con el desarrollo nacional, además que con esa misma investigación pueden viajar financiados por el Estado y aumentar su currículo para cualquier ascenso o proyección académica. Es decir, su mayor esfuerzo es empleado en hacer lo que les apasiona: investigar.

  4. El docente universitario es privilegiado, pues puede compartir con sus hijos en todos los períodos vacacionales, bendición que no todos los trabajadores tienen.

Por eso, cuando hago un balance, pienso que si bien es justa la exigencia, necesaria también es la autocrítica y el reconocimiento de nuestros beneficios. No niego la necesidad de un aumento salarial, no niego el derecho a reclamarlo, pero cuestiono los paros, siempre los he cuestionado desde que fui estudiante.

Sí hay que luchar por reivindicaciones, pero hay que reforzar nuestro aporte al país y sus universidades que en este momento atraviesan una crisis profunda de valores, que gradúan Médicos que le preguntan al paciente si es "chavista" en plena consulta u operación, que gradúan Maestros que no corrigen ni los errores ortográficos, que "castigan con tareas" a los niños cuando la enseñanza tiene mil caminos hermosos, que gradúan Abogados más interesados en el dinero que en la justicia, que gradúan Comunicadores Sociales farsantes (manipuladores de la información según la preferencia político-partidista) que tiene académicos cuya única preocupación es el alto costo de la vida, que tienen como Rectores o Rectoras personas que discriminan por condición social y son capaces de cuestionar la apertura de la universidad al pueblo, por ejemplo. Con esto no quiero denigrar a la universidad, con esto hago una reflexión sobre nuestro rol dentro de ella, sobre nuestros aportes reales, sobre nuestro compromiso más allá de la satisfacción de necesidades básicas a través de un sueldo digno. Sé que saldrán a mal interpretar lo que digo con el sesgo político, pero yo (como docente de corazón y por convicción) tengo la responsabilidad y el compromiso ético de multiplicar saberes, valores y principios, y esa responsabilidad no la condiciono, no la pacto, no la olvido.

francis.arguinzones@yahoo.com



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