¿Quién le teme al Programa de Estudios Abiertos (PROEA)?

@petrizzo

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La educación formal o al menos, lo que conocemos de ella y que nos la dibuja como el único medio para la obtención de un fin necesario (el título), está configurada sobre un modelo de aprendizaje que garantiza la permanencia de prácticas, hábitos y visiones de mundo hegemónicos en buena parte de las sociedades contemporáneas, y condicionan desde la inserción laboral de los individuos hasta sus relaciones interpersonales.

La educación formal, sus mecanismos e instrumentos de aprendizaje, sus pedagogías y sus fundamentos metodológicos se aplican coo receta para el logro educativo, pese a las diferencias y particularidades de los distintos grupos a los que atiende, ignorando necesidades y características propias de éstos. Lo que conocemos de la educación formal: la masificación, la evaluación por demostración, la homogenización y la invisibilización de las diferencias, la implantación por vía de hegemonía no cuestionada de "verdades irrefutables de la vida", la negación de la otredad y la divergencia y, finalmente, la normalización, en suma, de nuestros modos de aprender, socializar y habitar en sociedad, son componentes aceptados como "buenos" socialmente y vienen, incluso, reforzados desde las maneras en que se interactúa en familia, hasta las formas en que una persona se percibe a si mismo en un proyecto individual o colectivo. El devenir de la construcción social ha hecho que una parte importante de la sociedad valore positivamente y casi sin cuestionamientos a esta forma de educación, ignorando que sus factores más resaltantes son al mismo tiempo, el envés de su impacto en la sociedad, por la vía de la insuficiencia para responder a una sociedad diversa, variopinta, matizada y compleja. Cualquier persona que falle en los logros que este modo de comprender los procesos de aprendizaje ha impuesto, lleva sobre si, casi de modo irrebatible desde la razón dominante, el estigma del fracaso, la falta de esfuerzo y la desatención.

Desde la educación popular hasta las experiencias de educación y pedagogías alternativas, varias han sido las iniciativas de grupos y colectivos para contrarrestar una suerte de accionar de resistencia frente a la "normalización" de la educación formal. En nuestro país la experiencia es variopinta aunque, pocas han logrado engancharse tanto en el sentir de grupos de trabajadores y trabajadoras, profesionalizados/as o no, como la posibilidad de conjugar procesos de aprendizaje desde su experiencia vital y su quehacer laboral.

El Programa de Estudios Abiertos (PROEA), liderado en este momento desde la Universidad Politécnica Territorial Kléber Ramírez en Mérida, pero con réplicas tutoreadas a lo largo de todo el territorio nacional, construye alternativas para el reconocimiento de saberes adquiridos en la experiencia de vida, y también habilita la formalización de este reconocimiento en el contexto universitario. Queda claro que este planteamiento interpela de modo directo a las insuficiencias de la educación formal. Este programa, que busca identificar desde la práctica cotidiana todos saberes habilitados en lo individual y hacia lo colectivo, supone un proceso profundo de descolonización y emancipación del ser, al reivindicar que como individuo y colectivo nuestro devenir histórico manifiesto en intereses, búsquedas personales y profesionales y destrezas, se cifra en el (re)conocimiento de los saberes que hemos aprendido en espacios no formales y no aceptados de aprendizaje y formación.

El quehacer del PROEA ha permitido revelar un conjunto de razones, otrora invisibilizadas y naturalizadas, en primer término de la desescolarización, la limitada profesionalización entre personas extraordinariamente hábiles y sabias; y en segundo término, de lo que pueden suponer causas radicales de las insuficiencias de la educación formal y el impacto de estas insuficiencias en el devenir productivo de nuestra sociedad. Este programa supone, pues, un verdadero desafío a la racionalidad instrumental del quehacer pedagógico aceptado como "bueno" por quienes silencian sus preguntas ante el fracaso de muchos en la educación formal. Y este desafio a la racionalidad instrumental no cuestiona sólo las relaciones entre docentes y estudiantes en el marco de los espacios formales de aprendizaje, sino también desafía, aún sin proponérselo, la comprensión que sobre los procesos educativos y de formación, se hace desde las instituciones que los habilitan.

Hace unos días tuve el privilegio de asistir como testigo a una presentación de portafolios de integrantes de distintas comunidades de aprendizaje. En la presentación a la que asistí, observé razones familiares ancladas en ideas fuerza equivocadas sobre la necesaria "normalización" de la rebeldía, la diversidad funcional, y el ímpetu o la fuerza con que se cuestionan algunas formas de aprendizaje institucionalizadas en las escuelas, por ejemplo; o también amparadas en carencias financieras que, lamentablemente aún hoy, justifican el retraso en el aprendizaje indvidual.

Escuchar las autobiografías allí presentadas de boca de sus propios protagonistas sirvió para que se me revelaran, casi de modo efervescente, preguntas sobre las razones radicales por las cuales aún frente a los avances en la masificación de la educación gratuita a escala nacional, persisten fallas en la profesionalización y reconocimiento formal de saberes. Casi de modo instintivo me respondí a una pregunta no hecha: quienes temen al PROEA emergen desde espacios donde sienten una amenaza clara a la subsistencia institucional de un modo de formar. Recordé que en el año 1933, Walt Disney popularizó en Estados Unidos una tonadilla con una simple letra que animaba a tres cerditos a enfrentar a un feroz lobo que quería darles caza destrozando lo que consiguiera a su paso, incluso si era una casa. Con la frase "¿Quién teme a un lobo feroz?" que al son de un baile improvisado cantaban entre si los tres hermanos cerditos para animarse y acompañarse, se instaló en la simbología popular una versión revisada del clásico David contra Goliath.

Muchas de las preguntas que emergieron aún son un murmullo para mi y otras están en latencia. Pero una respuesta se me enrostra de modo fuerte y claro: el impacto en la generación de procesos de descolonización y de emancipación de individuos y colectivos, son suficientes razones para temer al PROEA. Estas razones se anclan en lo institucional, lo formal, lo que ha sido normalizado. Pero desde el PROEA, definitivamente, hay cientos, miles de razones evidentes para no temer enfrentar de modo claro y decidido esos miedos que ante la incertidumbre subsisten en cualquier espacio hegemónico, institucional y formal que defienda su subsistencia.



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