La única reforma posible y verdadera es aquella que pueda romper con los exclusivos privilegios de quienes detentan los equipos rectorales y decanales. La revolución bolivariana no ha llegado a las universidades porque se ha dejado cobear con eso de que allí hay gente inteligente (meritócrata), culta, académica, sesuda y genial. Pura bazofia si a ver vamos, y por eso de que por sus productos y producciones los conoceréis. Despójeseles a esos genios y REPTORES de sus carros de lujo, de sus chóferes, de las jugosas primas que reciben por sus cargos (y que se prolongan más allá de la jubilación y de sus miles de entierros que han gozado y sufrido); de sus espléndidos despachos, amanuenses, pajes y besamanos; e impídaseles que sigan administrando presupuestos a sus desbordados antojos, para complacer caprichos y apetencias de sus amigazos de turno y conmilitones. Despójeles de estos poderes y quedará el terreno despejado para que actúen quienes de veras desean entregarse patrióticamente, por amor y por vocación de servicio, a las carreras del saber, del conocimiento y de la investigación. A los buscadores de votos que han parido esa caterva de REPTORES de nuestra emputecida “democracia” del pasado no les interesa una reforma seria, porque los primeros en desaparecer serían ellos; en una reforma quedarían como los Pinochets o Milosevics de la universidad nacional. Resplandecerían como el ludibrio y la vergüenza del conocimiento, del saber y de la cultura; como los Al Capones de cuarenta años de infamias, robos, crímenes, fraudes, extorsiones y de mentiras sostenidas que aquí no quiere morirse.
La plaga que dispone, como le viene en gana, del 80% del presupuesto universitario está apenas conformada por un 3,5% del profesorado: son los que representan el tren ejecutivo, administrativo y directivo de nuestras universidades, siempre enroscándose en los cargos, enlodándose en los acuerdos, rotándose entre la ingle y los sobacos de las ladillas intergremiales, embadurnados en los negocios y en las prebendas de los banqueros y sucios empresarios.
¿Valdrá la pena acaso reformar un cáncer? ¿Podrá un cuerpo con metástasis recibir alivio de unos mafiosos que llevan 20 o 25 años engangrenando su autonomía y su misión primordial que debe ser enseñar y formar hombres dignos para la patria?
El peor crimen que puede cometer esta revolución es dejar el asunto de la Ley de Universidades en manos de estos barones de la incultura y de la ignorancia.
En nuestro país sobran universidades porque abundan los brutos que las dirigen; sobran profesores y sobran estudiantes, porque las han cogido como grandes redentoras de males de todo tipo, las han empantanado. Hoy, un doctor nos inspira pánico, porque aunque hable muy bien ya nos está sacando la cartera sin darnos cuenta. En su gran mayoría resultan unos patanes, inocuos e inicuos, pero eso sí, petimetres muy vivos y sinvergüenzas. Un 69% de nuestros profesionales no sabe escribir una carta, y 92% jamás han leído a un clásico. A un 85% les importa un comino la historia, la música o la literatura. No saben nuestros profesores pensar, criticar ni valorar sus propias funciones.
Divina Academia
Dios mío, cómo será el zulo de los robos, esa asfixia de la incompetencia; el secreteo de los secuestros millárdicos de los presupuestos para fines oscuros y caprichosos, y en esa cloaca perenne de denuncias que siempre, por ejemplo, han colocado a la ULA en un récord mundial como universidad con merequetenes judiciales de todo calibre; hace diez años vibraba con la existencia de 46 expedientes que cursaban por los tribunales de Mérida, Táchira, Trujillo y Barinas[1], ¡y cómo estará hoy!
Equivocados estamos quienes escogimos la universidad creyendo que por medio de ella se podía evolucionar, prepararnos, ser más humanos o razonables. Quienes así lo hemos hecho, descendimos a los círculos del Infierno.
En ella se pasan veinticinco o treinta años, y se sale amargado, lleno de recelos y de envidias, despotricando unos contra otros. Es como una gran estafa. Y como no se puede emitir un pensamiento propio, so pena de ser considerado loco, advenedizo, raro, qué sabe uno, te echan el plato de lentejas advirtiéndote de las servidumbres, y de acatar en todo al de “arriba”. Por atavismo te enteras de la barbarie que impone el cacique, que no es ajena a esa atmósfera opresiva de hipocresía y disimulo, de temores inscritos a la fría crueldad de unas leyes ridículas, mil veces restregadas en el rostro de todo mundo (como símbolo de civismo, y que luego con el peor de los sarcasmos son violadas en cambote por los Consejos Universitarios, por los Consejos de Apelación o equipos rectorales o reptales).
Qué mofa: la Sección II de la Ley de Universidades, artículo 28: “El Rector, los vicerrectores y el Secretario de las Universidades, deben ser venezolanos de elevadas condiciones morales[2]”, poseer título de doctor[3], poseer suficientes credenciales científicos (sic) y profesionales[4], de haber ejercido con idoneidad funciones docentes y de investigación en alguna universidad venezolana durante cinco años por lo menos[5]”. Parágrafo Único: El respectivo Consejo Universitario, determinará en el reglamento que al efecto dicte, las condiciones que han de exigirse para ocupar los cargos de Rector, Vicerrector y Secretario a los profesores que no hayan obtenido el título de doctor, en razón de que el mismo no sea conferido en la especialidad correspondiente por esa universidad”.
De esto hemos tenido más de mil inmorales rollos y a casi nadie parece haberle importado.
Definitivamente son como todos los dedicados a buscar votos y cargos, flojos para el estudio, para la docencia y la investigación, pero muy duchos en hablar pendejadas.
[1] Informe suscrito por el Coordinador del Consejo Jurídico Asesor, Dr. Mario Díaz Angulo, en oficio Nº 0.088.001 de fecha 12-03-01.
[2] ¿Cuándo lo han sido?
[3] ¿Quién de ellos en los últimos cuarenta años lo ha poseído?
[4] ¿Qué carcamán de estos posee tales prendas?
[5] ¿Cuándo hemos visto que en alguna universidad venezolana, a excepción de Heber Sira, estos señores hayan ejercido tales funciones?