El sistema educativo venezolano no se ha caracterizado precisamente por su espíritu de vanguardia e innovación, todo lo contrario, en su seno persisten los esquemas mentales obsoletos y una extraña contradicción entre tradición y reformismo. Por eso es frecuente que en los textos escolares de Historia de Venezuela, se repitan las viejas creencias que trajeron los conquistadores españoles cuando pisaron estas tierras, hace cinco siglos, llenos de incertidumbre y un poderoso anhelo de aventura y riqueza. En pocas palabras: parecen entidades atrapadas en el tiempo.
Para muestra un botón. El sello editorial Salesiana lanzó este año el texto Historia de la República Bolivariana de Venezuela para séptimo grado, del autor Antonio Gómez E., que salió por primera vez al mercado en 1989, un año crucial en el devenir venezolano. Este manual ya está disponible en las librerías y distribuidoras escolares de Caracas y nos trae algunos pasajes que causan asombro y perplejidad.
En efecto, la obra de marras se hace eco de las ideas racistas que alimentaron una empresa tan controversial y sangrienta como la conquista de América, y deja en entredicho todo el esfuerzo discursivo del Gobierno Bolivariano por modificar los contenidos de la educación así como el “pensamiento colonialista”.
Al tocar el contacto entre los europeos y los aborígenes americanos (suceso tradicionalmente conocido como el “Descubrimiento”), señala que una de las consecuencias de este hecho es que “se producen nuevas mezclas raciales y se mejoran las existentes”. (p. 54).
En primer lugar, el concepto de raza ha perdido vigencia en el campo científico, aunque todavía se sigue usando con fines simbólicos, demográficos e incluso policiales. Luego, habría que preguntarse en qué términos es que se produce el dichoso “mejoramiento racial” y qué componente de la población, integrada a la postre por un mosaico de negros, indios, blancos y mestizos, sería el afortunado. Aunque no lo dice en forma explícita, esta idea del mejoramiento racial podría apuntar a las viejas tesis de “blanqueamiento” de la población derivada del eurocentrismo.
Poblar es" blanquear"
Desde el siglo XIX diversos pensadores europeos y criollos propusieron “blanquear” el Nuevo Mundo como una manera expedita de impulsar su desarrollo y vencer el atraso ocasionado, según argumentaban, por la presencia de comunidades negras, indígenas e incluso mestizas. Verbigracia, el pensador venezolano Alberto Adriani, un férreo seguidor de las ideas racistas que predominaban en Europa en aquellos años que antecedieron el auge del nazismo en Alemania.
Para Adriani, arte y parte de una circunstancia histórica, el impulso al desarrollo de Venezuela implicaba poblar el país, en particular sus espacios vacíos o abandonados, donde podrían estimularse actividades agrícolas entre otras. Pero en realidad poblar era blanquear; es decir, se trataba de traer europeos (blancos, arios) que mejorarían la raza de estos pueblos donde abundaban negros, indios, mestizos, y contribuirían al despegue definitivo de esta tierra de gracia.
No olvidemos que en ese entonces, los años treinta, los teóricos positivistas consideraban que las comunidades negras e indígenas constituían un factor de perturbación para la añorada y supuesta “armonía social”; las veían como el elemento que “contaminaba” la sociedad, creencia en parte heredada de los expedicionarios españoles de antaño que desde siempre intentaron separar a la población blanca del resto, pero no pudieron evitar el mestizaje vernáculo.
¿Se trata más bien de un mejoramiento racial que apunta hacia otra dirección? Algnos teóricos solían invocar las bondades del mestizaje basándose en razones no menos absurdas: supuestamente los negros aportaban su fuerza (por algo habían sido esclavos), los indios su docilidad (habían sido sometidos pacíficamente y evangelizados) y los europeos su inteligencia y espíritu emprendedor (eran los conquistadores del mundo). ¿Por allí van los tiros?
La "verdadera religión"
Al referirse a los aspectos culturales del contacto, el libro de marras comenta lo siguiente: “…Sacerdotes y religiosos, muchos de ellos brillantísimos, se mostraron con grandísimo interés por encontrar nuevos pueblos para dejar caer en ellos la semilla de la `verdadera religión'”. (p.44)
¿La verdadera religión? ¡Por Dios! Nuevamente el autor incurre en una peligrosa práctica: desconocer el valor intrínseco de las religiones y cultos de las sociedades indígenas. La religión católica no era, no es, ni será la “verdadera”, tampoco la única. Afirmarlo nos ubica, una vez más, en el propio siglo XVI, cuando los conquistadores ibéricos desarrollaron a sangre y fuego la evangelización de los “infieles”, un verdadero holocausto americano.
Cuando aborda la clasificación de las naciones indígenas de América y Venezuela, cita a Julio César Salas, un antropólogo de principios del siglo XX que estableció dos grandes grupos basándose en criterios ya superados: el primer grupo lo denominó guerrero, estaba “representado por pueblos eminentemente belicosos”, por ejemplo los caribes de la costa; el segundo grupo lo llamó pacífico y consideró de tendencia sedentaria, verbigracia los chibchas de la región andina.
Esto de pueblo guerrero es un peligroso mito que ha servido para sostener otra teoría despectiva acerca del pueblo venezolano: por ser belicoso ha mostrado problemas de “disciplina” y “orden” que afectaron su desarrollo o progreso.
El libro de texto de Salesiana incluso establece una curiosa relación entre sociedades avanzadas y esclavitud cuando afirma: “Las sociedades más avanzadas tuvieron sus propios sistemas de aritmética y sus redes de comunicaciones, practicaron el comercio, e incluso la trata de esclavos…” (p. 34).
Pero hay más. Cuando explica las corrientes migratorias de indígenas que se establecieron en Venezuela antes de la llegada de los europeos, menciona varias oleadas de distintas sociedades así como “oleadas de bajo nivel intelectual”. (p. 29).
¿De bajo nivel intelectual? Otra idea racista del siglo XVI, que aparte de justificar la evangelización y conquista de estos territorios, se coló hasta bien entrado el siglo XX y en boca de los positivistas sirvió de argumento para explicar (una vez más) el “atraso” venezolano.
En realidad no está demostrado que algunos grupos humanos tengan mayor o menor nivel intelectual que otros, lo que sí es evidente, es que factores como la nutrición, la salud, la educación y la calidad de vida, pueden incidir en el desarrollo de cada individuo como ser racional.
Esta idea del “bajo nivel intelectual” tuvo su apogeo en Europa a finales del siglo XIX. Algunos pensadores se atrevieron a establecer presuntos grados de capacidad “intelectual” o “racional”, partiendo de las características físicas de las personas, entre ellas el tamaño del cráneo, tesis que sería retomada luego por los nazis durante la limpieza étnica que practicaron en Europa. Tampoco faltaron los teóricos del determinismo geográfico que sostuvieron que los pueblos del trópico, debido al clima y otros factores, eran de “bajo nivel intelectual” y por ende “atrasados”.
Calificativos obsoletos
Otra categoría utilizada por Gómez para referirse a algunas sociedades indígenas es la de “pueblos marginales”. Escribe: “Pueblos marginales: Nómadas, cazadores, recolectores, todos ellos con mucho atraso cultural”. (p. 14).
No se entiende por qué hace uso de la expresión “marginales”, la cual se presta a diversas interpretaciones. ¿Marginales en el sentido de no formar parte de un núcleo territorial o poblacional, de estar al margen? ¿O será más bien en un sentido social peyorativo?
Tanto o más preocupante es que en este y otros libros constantemente se hace referencias a las sociedades indígenas como grupos “primitivos”, “atrasados”, de “bajo nivel cultural”, conceptos rechazados por la antropología y las ciencias sociales, pero que han sido utilizados para la construcción de teorías que justifiquen el sometimiento de estas sociedades, así como el hecho de colocarlas como objeto exótico, digno de observación y extrañamiento. Suerte que también tocó a los pueblos africanos que los belgas estudiaban como si se tratara de extraterrestres.
Otros términos no menos controversiales son el de “etnia venezolana”, el cual se supone que englobaría a toda esta nación ubicada al norte de Suramérica. Imposible sostener la tesis de una “etnia venezolana”. En todo caso, en el país coexisten diversas etnias. El mismo error se presenta al abordar la presencia de africanos en América: “etnia africana”. ¿No sería más bien etnias africanas?
Con respecto a los viajes de Cristóbal Colón, que finalmente condujeron al contacto o encuentro entre América y Europa, en casi todos los autores se mantiene el término descubrimiento, derogado por el discurso del Gobierno Bolivariano. En este caso, la polémica establece dos interpretaciones: por un lado, contacto o encuentro, y por el otro, la vieja tesis del descubrimiento. Los textos escolares al menos deberían explicar estos puntos de vista y los argumentos de rigor.
Baja autoestima, vergüenza étnica
La Guerra de Independencia sigue siendo uno de los contenidos más destacados en los manuales. Esto, aparte de exaltar momentáneamente el orgullo patrio, ha arrojado un terrible mensaje en el comportamiento colectivo venezolano: después de ese "período heroico”, el país se vino a menos; los venezolanos comunes y silvestres que sucedieron a los libertadores, son cosa de menor valía, son poco frente a esos dioses, no han hecho grandes cosas. Es parte de un complejo que hemos cultivado y reproducido. Es parte de una baja autoestima histórica que contribuye a alimentar lo que Maritza Montero denominó la “desesperanza aprendida”. (Ver: Maritza Montero: Ideología, Alienación e Identidad Nacional, Universidad Central de Venezuela, 1984)
Un estudio de María del Pilar Quintero ya exponía que los contenidos y el enfoque en la enseñanza de la Historia de Venezuela contribuían a generar baja autoestima, vergüenza étnica y desarraigo, entre otros aspectos. (Ver: María del Pilar Quintero “Enseñanza de la historia y construcción de identidad 1944-1992”, en: Diversidad Cultural y Construcción de Identidades, Fondo Editorial Tropykos, Universidad Central de Venezuela, 1992).
En general, los libros de Historia de Venezuela dan mayor importancia a los incas y aztecas, que a las demás sociedades indígenas que existieron para el momento en que los aventurados europeos llegaron a América. De hecho, las consideran “más desarrolladas”, “altas culturas”, frente al resto.
Cuando tratan los aspectos culturales derivados del contacto, es poco lo que se ofrece respecto al aporte indígena o de los africanos. Nadie duda que la sociedad española se impuso, pero los aportes indígenas y africanos son mucho más numerosos que la simple pigmentación de la piel, los tambores, el casabe o la cachapa, incluso abarcan formas de organización social todavía vigentes en algunas regiones del país.
En fin, lo que nos revela la Historia de la República Bolivariana de Venezuela de editorial Salesiana (y otros que deben andar por ahí bajo los mismos enfoques) es que una parte de nuestra sociedad todavía vive estancada en eso que los historiadores denominan permanencias, es decir, esos modos de pensamiento (algunos descabellados e ingenuos) que se cuelan de generación en generación, y son capaces de vencer todas las resistencias posibles, todo anhelo de cambio o renovación.
*Periodista/ Maestría en Historia de América
humjaro@yahoo.com