Con frecuencia, a la educación se le atribuye potencialidades que, por sí misma, no posee; se le presenta como determinante para el desarrollo social y como desprovista de toda contradicción interna. No obstante, dicho planteo resulta falso, engañoso, iluso y, se quiera o no, profundamente reaccionario.
Se ignora así que la misma como elemento de la superestructura, es decir, como secundario respecto a la base económica, debe a ésta (con la que ciertamente establece una compleja relación dialéctica y no un mero vínculo entre lo determinante y lo determinado) su surgimiento y desarrollo: sin recursos materiales, existentes en mayor o menor grado, no hay educación posible.Se
soslaya el carácter clasista que este componente superestructural posee
y que su promoción en función o no del bienestar de la sociedad en
general, no se realiza partiendo de la supuesta posibilidad de
persuadir a los gobernantes de las bondades que la educación posee para
alcanzarlo, sino en función de los intereses económicos, políticos y
sociales de la clase que detenta el poder del estado. Ni al esclavista,
ni al feudal, ni al empresario capitalista interesa la educación para
otra cosa que para afianzar su poder respectivo sobre el resto de la
sociedad. Por ello, por geniales que sean las ideas o proyectos
educativos que se presenten ante un poder estatal basado en la
opresión, éste jamás los asumirá como necesarios a menos que respondan
a su afán permanente de reproducir las relaciones sociales de
producción existentes. Es ilustrativo al respecto lo que, a mediados
del siglo XVIII, Grigori Potemkin, ministro de Catalina La Grande, le previno a ésta en
relación con la idea de alfabetizar a toda Rusia: Señora... recuerde usted que educar al rico es inútil y educar al pobre, peligrosísimo (1).
Aníbal
Ponce advertía que confiar en la educación como factor de desarrollo,
entendible en una época en que no había aún ciencias sociales, resulta totalmente inadmisible después que la burguesía del siglo XIX descubrió la existencia de la lucha de clases (2). Creer lo contrario es caer en el plano de los socialistas utópicos que esperaban persuadir a la
burguesía sobre las ventajas del socialismo respecto al capitalismo,
para lograr que la misma estuviera dispuesta a desechar este último en
provecho del primero. Al respecto, Marx y Engels señalan: Aspiran [los socialistas utópicos] a mejorar las condiciones de vida de todos los individuos de la sociedad […]. De
aquí que no cesen de apelar a la sociedad entera sin distinción, cuando
no se dirigen con preferencia a la propia clase gobernante. Abrigan la
seguridad de que basta conocer su sistema para acatarlo como el plan
más perfecto para la mejor de las sociedades posibles (3).
Con
la educación hoy pasa exactamente igual: para promoverla en provecho
general se sigue apelando, ingenua u oportunistamente, a la sociedad
entera sin distinción…
El
planteo al que hacemos alusión lleva inevitablemente a concluir que el
desarrollo del primer mundo descansa en su alto nivel educativo y que,
por el contrario, el subdesarrollo -que caracteriza al tercer mundo-
tiene como causa primordial un bajo nivel educativo. Sin embargo, la
realidad del mundo es por completo otra: en la relación entre
desarrollo y subdesarrollo, el primero inequívocamente resulta de la
sujeción, explotación y saqueo del tercer mundo; el segundo, se
constituye en la condición sine qua non del progreso del primer mundo. Al respecto, Leonardo Boff, en una universidad de Munich, acotó: Señoras y señores, el bienestar que ustedes tienen aquí en Alemania [bien pudo haber dicho en Europa o en Estados Unidos]
no se debe principalmente a la aplicación del ingenio alemán. Se debe
principalmente a la sangre, al sudor y a las lágrimas de nuestros
hermanos que yacen allí en América Latina (4).
De
ser cierto el planteo en cuestión, Cuba que, gracias primordialmente al
sistema socialista que impera en ella, ha alcanzado altísimos niveles
educativos, niveles perfectamente comparables con los alcanzados en el
primer mundo, pertenecería al conjunto de países que conforman al mismo. Por
el contrario, Estados Unidos no debe a sus altísimos niveles
educativos, al menos no primordialmente, su condición de primera
potencia mundial, sino a las guerras que desata para vender sus armas y
someter a las naciones con abundancia de recursos naturales; al saqueo
que practica en todo el tercer mundo; a las condiciones de intercambio
desigual que, junto a Europa y demás países imperialistas, impone a los
mal llamados países en desarrollo, etc.
Es revelador lo que en relación con el asunto que estamos tratando señala un documento intitulado La educación como factor de desarrollo, presentado en la V Conferencia Iberoamericana de Educación, realizada en Buenos Aires, Argentina, en septiembre de 1995 (5). En él, se reconoce que la
relación entre educación y desarrollo es compleja y se ve afectada por muchos factores, tanto endógenos como exógenos. Más importante aún es que, en él, se admita: Su importancia [la de la educación] no se ha podido verificar ni medir con exactitud, pero […] existe un notable grado de acuerdo en resaltar […] que […] es condición indispensable, aunque no suficiente, para el desarrollo económico, social y cultural.
A renglón seguido se lee: En consecuencia […] cuando
existe una estructura social que permite la movilidad ascendente y un
contexto económico favorable, la educación produce un capital humano
más rico y variado y reduce las desigualdades sociales, endémicas en
los países no desarrollados. Una política educativa puede, por lo
tanto, convertirse en fuerza impulsora del desarrollo económico y
social cuando forma parte de una política general de desarrollo y
cuando ambas son puestas en práctica en un marco nacional e
internacional propicio.
Sin estas premisas, la educación no puede ni podrá jugar un rol preponderante para el desarrollo de las naciones.
La educación como base de desarrollo social es imposible en un planeta en el que se registran más
de 260 millones de niños y niñas que trabajan, de los cuales 128
millones se ubican en el tercer mundo. Datos de la OIT acusan que en
América Latina y el Caribe existe un total de 20 millones de niños y
niñas que trabajan, significa que en la región uno de cada 5 menores
trabaja. Esta cifra equivale a cerca de una sexta parte de los niños latinoamericanos y representa el 5% de la PEA de la región (6).
Menos posible es aún que la educación juegue el rol que se le atribuye en un mundo en el que, según datos del Banco Mundial, de sus 6000
millones de habitantes, 2800 millones poseen un ingreso inferior a dos
dólares diarios; se sabe que al culminar el 2003, en América Latina y
el Caribe había 20 millones de pobres más que en 1997; que, en ella, el
44,4 por ciento de sus pobladores (227 millones) vive debajo de la
línea de pobreza (7).
Con
base en lo expresado, es fácil percibir que no hay nada que se parezca
a una educación que, por sí misma, actúe como elemento de primer orden
para alcanzar el desarrollo social en función de la sociedad en
general. Lo planteado coincide con la crítica al eufemismo de la sociedad del conocimiento: la reproducción y expansión del modelo capitalista neoliberal derrochador, hiperconsumista -escribe Ismael Clark-,
parece confirmar más allá de toda duda que bajo sus premisas el
conocimiento no se multiplica como un bien público, sino como una
fuente de competitividad, de apropiación cada vez más privada,
corporativa, al cual sólo puede tener acceso una fracción minoritaria,
cada vez más pequeña pero con más solvencia, de la sociedad (8).
Hablar
de la educación como si de ella dependiera en lo fundamental el
desarrollo social no sólo resulta engañoso, falaz e iluso sino, además,
como sostuvimos al inicio de este escrito, profundamente reaccionario,
por cuanto con ello se aleja a la misma de una auténtica contribución
con ese desarrollo; propiamente, del compromiso que debe asumir, si en
verdad se pretende que llegue a todas las personas en general, con las
luchas sociales y, por tanto, con una revolución social que coloque en
manos de la sociedad en su conjunto los medios fundamentales de
producción y de vida y, junto con ello, el poder sobre todos los
asuntos públicos, incluyendo la educación. Sólo entonces se podrá
hablar con propiedad de una educación dotada de todas las posibilidades
para dar su máxima contribución al desarrollo social. Cuba es ya una
muestra papable de ello. No en vano, José Steinsleger la llama con toda propiedad potencia educativa,
Notas:
1. Steinsleger, José. Cuba: Potencia educativa. http://www.jornada.unam.mx/2002/09/18/018a1pol.php?origen=opinion.html
2. Ponce, Aníbal. Educación y lucha de clases. En: Ponce Aníbal. Obras. Casa de Las Américas, 1975, p. 211.
3. Marx, K; Engels, F. Manifiesto del Partido Comunista (1848). http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
4. Boff, Leonardo. Cómo celebrar el Quinto Centenario. http://www.fespinal.com/espinal/llib/es44.rtf
5. La educación como factor de desarrollo. http://www.oei.es/vciedoc.htm
6. Revista Brasileira de Educação vol.12 no.34. Trabajo infantil e inasistencia escolar. Rio de Janeiro Jan./Apr. 2007 http://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1413-24782007000100006&lng=em&nrm=iso&tlng=em
7. Gelman, Juan. Las cifras del escándalo. http://www.aporrea.org/actualidad/a9598.html
8. Clark, Ismael. Acerca de la información como fetiche ¿Sociedad del conocimiento? http://www.voltairenet.org/article149351.html