De acuerdo con los planteamientos de Peter Drucker para estos tiempos el saber se ha convertido en el modo de producción por excelencia colocando de lado el capital, haciendo esto que la universidad cobre mayor importancia, pertinencia y vigencia en aras de la construcción de un país. Tomando en cuenta estas serias afirmaciones (para algunos polémica por llamarse al saber modo de producción), debo decir que creo y pienso que la universidad venezolana y latinoamericana en ese sentido tienen mucho que aportar a esta discusión, y tienen mucho que aportar dado que estas precisamente representan el nicho de la formulación y la producción del conocimiento en nuestras sociedades. Imposible es separar, apartar, deslindar a la universidad de la realidad social, y por ende de la construcción y diseño de país. Imposible es también negar el valiosísimo y fundamental aporte de la universidad en cuanto a la producción de conocimiento en aras de un diseño de país. Sin embargo, surgen preguntas importantes, necesarias y dignas de responder, entre estas: ¿cómo ha sido la participación de la universidad venezolana en el escenario sociopolítico?, ¿cuál ha sido el aporte de la universidad venezolana al último diseño de país esbozado?, si colocamos la universidad como perspectiva y como proyección, ¿cuál es el rol del Estado venezolano?, ¿es posible conciliar posturas que entiendan que el conocimiento es necesario para avanzar en la construcción del país que queremos y para una verdadera conciliación política?, ¿se ha politizado la universidad de tal manera que dicha situación le ciega?, ¿marchan precisamente de la mano el Estado, sus políticas públicas de atención y la academia en Venezuela?. Por más que querramos afirmar lo contrario está muy claro que las respuestas a estas preguntas parcializan a la sociedad venezolana en dos posturas político-partidistas, aquellos que afirman que todo marcha de manera funesta y aquellos que afirman que todo marcha color de rosa, no obstante, impera la necesidad de que en un análisis profundo, crítico y serio, haciendo una lectura de la realidad social y bien podríamos decir en términos bíblicos “entendiendo bien los tiempos”, reflexionemos en torno a esta manifestación de la realidad en la sociedad venezolana. Más allá de la disyuntiva partidista latente y pulsante en cada milímetro de nuestra geografía no es sano caer en el radicalismo, ya sea de un bando o del otro. Y ojo, eso no significa debilidad y mucho menos “acomodación”, más sí significa prudencia, significa comprensión del momento histórico e inteligencia, significa paciencia y acción, pero acción desde el contexto de la participación en el debate nacional, participación desde la construcción a través de los saberes y la producción de conocimiento. La universidad venezolana actual está luchando desde sus cimientos y su principal foco de atención en esta batalla pasa por el cuestionamiento de sus propios objetivos y por una refundación ideológica, pasa por el cuestionamiento de los saberes y por la posibilidad de que estos se hagan útiles a la sociedad desde el momento en que se producen, pasa por el cuestionamiento de posturas políticas asumidas, pasa por la defensa de sus derechos sociales como institución pero también de los derechos sociales del ciudadano común, pasa por la aceptación más convincente y conveniente del rol de mediador político y no como un actor político-partidista a pesar de las voces agoreras que niegan rotundamente la posibilidad de la tolerancia política. Es necesario entender que históricamente la universidad en Latinoamérica y en Venezuela ha estado orientada hacia dos polos opuestos, a saber, hacia el polo de la generación de conocimiento o hacia el polo del poder, y claro está no me refiero al poder del saber sino al poder político. Pero, si la universidad venezolana cae en la trampa y tocando el extremo del radicalismo pugna por cuotas de poder pierde el norte, si cae en el fundamentalismo pragmático pierde no solo el norte sino también la brújula. Comprendiendo bien el concepto aristotélico entonces todo individuo es un ser político y en consecuencia hace política. El asunto en cuestión estriba en asumir el hecho y el compromiso de entender que se es naturalmente político y hacer política más no en que la universidad sea partidista y haga política-partidista. La universidad venezolana debe evitar en todo caso ser partidista, debe sí defender la libertad y la pluralidad haciendo política pero sin confundirse o amalgamarse con el sentimiento de sectores que aúpan la rebelión incontinente sin más propósito que el oportunismo de radicales de extrema izquierda o de extrema derecha. Debe en nombre del universo que representa defender desde su trinchera su posición libertaria produciendo conocimiento a la vez que se aproxima y se acerca a la sociedad y a la realidad nacional. Esta es apenas una de las razones por las cuales existe la universidad y debe a la vez gestar para continuar ejerciendo desde la academia nuestra esencia. Ahora bien (a manera de cierre de este espacio más no del debate), más allá de que no se entienda claramente en estos tiempos y de que no se vislumbre con transparencia la posición de la universidad, todos los que estamos inmersos en la vida universitaria tenemos la obligación y el deber irrenunciable de defender el origen y la razón de ser de la universidad. En consecuencia pregunto, ¿generaremos conocimiento para conciliar y construir el país que deseamos, o seremos finalmente un actor político-partidista más?. Tamaña pregunta, ¿no?, pero hemos de entender que si la universidad opta por la última vía se le hará un daño innegable a la sociedad nacional, y si por el contrario la universidad desde la comprensión que tiene de su propia importancia, su pertinencia y su vigencia histórica hace valer su participación en la construcción del país que queremos estaremos entonces en capacidad de responder a los retos y desafíos que los nuevos tiempos imponen.
(*)Prof. MSc.
Doctorante en Educación. UPEL-IPM
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