La Cultura Nuestra, 6 de octubre de 2015 – El dueño se acomodó en su despacho de España –tal vez haya sido en su casa– encendió skype, y mandó a llamar a que lxs trabajadorxs de la planta de Barquisimeto, al norte de Venezuela, se reunieran alrededor de la computadora en la oficina del gerente. “No tengo para invertir, la empresa está liquidada, el lunes pueden pasar a buscar su cheque”, dijo. Corto, conciso, desde lejos, su país.
Así recuerdan sus palabras quienes eran entonces empleadxs en Alfareros del Gres. No dejaba lugar a dudas: cerraba la planta, despidiéndolos a todos, el viernes 31 de agosto del 2012.
El primer instinto ante la noticia fue impedirle al abogado que se llevara maquinarias de la planta. El segundo, ponerle un candado a la puerta de entrada. El tercero comenzar a organizarse ante las informaciones que ya circulaban: la fábrica había sido vendida y su demolición sucedería pronto. Montaron tres grupos de vigilancia para tener el control sobre las instalaciones las 24 horas del día, de domingo a domingo.
A partir de ahí comenzaron los chantajes, intentos de desgaste y amenazas por parte del empresario, su abogado, el comprador del terreno, a la vez que el aumento de las necesidades de los trabajadores, el aprendizaje de una lucha de tiempo largo. Todo lo predecible a la vez que único en una pulseada donde había entrado en juego la propiedad misma de una fábrica.
De 150 alfarerxs quedaron 25, luego 19. Por falta de dinero, imposibilidad para dar respuesta a las urgencias de las familias. Quienes mantuvieron la toma pusieron en pie estrategias para sobrevivir: un toldo en la puerta de la planta para vender café, caramelos, lo que hubiera, y la búsqueda de apoyos solidarios que rápidamente aparecieron: el de la Federación Bolivariana Socialista de Trabajadores y Trabajadoras de la Ciudad el Campo y la Pesca -que montó la “operación kilo” para conseguir alimentos-, y el de los compañeros de la planta Altusa, que ya habían hecho frente al mismo dueño en un conflicto similar. Resistir entonces, esa fue la certeza en ese rincón de la zona industrial de Barquisimeto.
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19 meses aguantaron lxs alfarerxs, manteniendo cada maquinaria intacta, construyendo apoyo familiar, obrero, una conciencia honda, política y moral, la capacidad de enfrentar noches de viento y soledad. Ante ellos la planta era un silencio estático, y en su centro la pieza principal, que había funcionado durante décadas sin apagarse nunca: un horno de 120 metros de largo, 2.80 de altura, 60 de ancho, con una temperatura de 890 grados, con capacidad para 45 vagones en el interior. Uno de aquellos que “fueron creados en la segunda guerra mundial por los alemanes para quemar los cuerpos de homosexuales y judíos”, como explican los trabajadores.
19 meses hasta que un día, ante la falta de respuesta por parte del dueño y de las gestiones en el Estado, decidieron poner en marcha la planta, y para eso, necesariamente el horno. Para iniciar contaron con la ayuda de los trabajadores de Altusa, que habían aprendido cómo poner encender la maquinaria de su planta sin el patrón. “Estuvieron dos meses calentando el horno, les decían que si lo prendían iba a explotar Barquisimeto”, cuenta José Novoa, presidente de la Federación.
Ninguno de los peores pronósticos sucedieron, y luego de pruebas y errores -la dificultad por ejemplo para estabilizar la temperatura en el punto justo-, comenzó el calor del horno, el prehorno, los diferentes engranajes para hacer baldosas, aquello que siempre se había producido en esa planta.
Con el primer paso vino el primer problema: la falta de químicos necesarios para las baldosas. La solución apareció en seguida: producir tablillas y luego bloques, hechos con materias primeras sencillas de conseguir: arcilla, agua y melaza. Para eso fue necesario cambiar moldes, cortadoras, construir nuevas líneas de transporte. Se hizo, con la invención de los trabajadores. Y mientras comenzaba la producción se fue regularizando jurídicamente la situación: se registraron ante el Ministerio del Poder Popular para las Comunas como Empresa de Propiedad Social Directa -es decir sin participación estatal- Alfareros del Gres. La pulseada por la tenencia de la propiedad se inclinó a favor de lxs trabajadorxs.
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La producción actual, luego de un año y medio de funcionamiento, es de 10 mil bloques por día. El total, cuando se haya completado el proceso de automatización, apoyado por la Misión Saber y Trabajo, será de 30 a 35 mil unidades diarias. “Ninguno es profesional, la mayoría de los que dirigimos la empresa no tenemos bachillerato”, explica Pedro, uno de los 19. El era “todero”, como se autodenomina: reparaba los subsuelos del horno, hacía albañilería, arreglos mecánicos, bañaba los perros.
Para poner en marcha esas seis hectáreas sobre las cuales se extiende la planta debieron organizarse todavía más. Pusieron en pie cuatro unidades: administración, gestión productiva, formación y contraloría. Pedro por ejemplo se encuentra en la tercera. “Las unidades se eligieron por asamblea, fuimos descubriendo qué tarea podía hacer cada uno”, cuenta. En las instalaciones se ven parte de sus tareas: murales, frases, consignas, la estética chavista de la fábrica.
“Dicen que no sabemos gerenciar y producir, con los hechos hemos demostrado lo contrario, y es fuerte pero hemos aprendido, todo está dirigido por los trabajadores, la empresa está en nuestras manos, tenemos que cuidarla”, dice Jorgina Catalina, de la unidad de administración. Ahora en Alfareros son 85 trabajadorxs, la mayoría jóvenes, menores de 25 años. El objetivo es llegar a 150, cuando la planta produzca 35 mil bloques que saben continuarán siendo comprados por la Misión Vivienda Venezuela.
“Es importante resaltar que no es como dice la derecha: una fábrica sin patrón y con los trabajadores unidos sí produce”, explica Pedro. También sabe que con ahora las ganancias son repartidas equitativamente entre quienes producen los bloques, no como antes, donde “de las ocho horas de trabajo, dos eran para el productor y seis para el patrón”.
Lxs alfarerxs también tienen la conciencia de ser una experiencia de avanzada, no solamente por tratarse de la EPSD de más gran escala, sino porque son una de las pocas fábricas recuperadas y administradas enteramente por trabajadorxs. Mantienen una alianza fuerte con las dos otras experiencias similares que conocen, ambas en Barquisimeto: Beneagro –antigua Pollos Souto- recuperada y puesta a producir por lxs trabajadorxs, y Proletarios Uníos –ex Brahma- donde se resistió al intento de despido con la ocupación de la empresa, y se espera la expropiación para ponerla en marcha.
“Son contadas con los dedos de la mano las empresas tomadas y administradas por los trabajadores”, analiza José Novoa, quien maneja los siguientes números: en la actualidad existen 1800 empresas entre recuperadas, nacionalizadas, ocupadas y aliadas, es decir donde existe una fuerte presencia y control sindical.
Alfareros del Gres es una de esas que se cuentan con los dedos de una mano, que logró resistir, encender, producir, vender y crecer. Sin bachilleratos, ni dueños extranjeros, ni expertos venidos de afuera para aconsejar o sumarse a la dirección. Tienen sus desafíos, como los de equilibrar las dinámicas entre lxs 19 y quienes se incorporen –el grupo que resistió no cobró sueldos durante dos años, ¿cómo reponerlos sin generar diferencias?- realizar una gestión colectiva, eficiente, transparente, mostrar, tanto para ellos como para las batalla de ideas que vive Venezuela, que sí existe la producción socialista, es decir organizada por sus trabajadorxs con y para la revolución.
Ahí están entonces, en la zona industrial de Barquisimeto, llevan encima la historia de una lucha, un poder obrero que descubrieron en sus manos que ahora hacen bloques para las casas de particulares, de la Misión Vivienda Venezuela, de este tiempo de transformaciones. Sus puertas y sus historias están abiertas, así como el espejo que ofrecen: el de la posibilidad, la necesidad de multiplicar su ejemplo, producir el país nuevo.
Texto: @Marco_Teruggi
Fotografía: Milangela Galea