La cultura del petróleo

La Venezuela petrolera, que se inició hace un siglo, fue desarticulando la cultura rural-agraria. La dependencia petrolera y el nuevo modelo de acumulación económica traen consigo un modelo cultural diverso, antagónico, contradictorio y profundamente dependiente de pautas culturales foráneas, eso fue llamado por algunos autores, como Rodolfo Quintero, La Cultura del Petróleo, quien -desde una perspectiva antropológica- se planteó analizar el fenómeno petrolero no como actividad económica sino como expresión de una cultura colonizadora. Su primer trabajo publicado al respecto fue La cultura del Petróleo de 1968, esfuerzo continuado por El petróleo y nuestra sociedad y Antropología del petróleo, publicadas en 1970 y 1972 respectivamente. (González Oquendo, 2006). Al respecto señala:
El fenómeno de la explotación de la riqueza petrolífera nacional por consorcios internacionales poderosos, es factor determinante de transformaciones de nuestras formas tradicionales de pensar, sentir y actuar; un elemento sociohistórico que ha modificado estilos de vida y sistema de valores de la sociedad venezolana. Hace más de cincuenta años la cultura del petróleo inició su penetración, se extendió y consolidó en el territorio de Venezuela. Cultura de conquista, que es un patrón de vida con estructura y mecanismo de defensa propia; de modalidades y efectos sociales y psicológicos que deterioran las culturas “criollas” y tienen expresión en actividades, invenciones, instrumentos, equipo material y factores no materiales: lengua, arte, ciencia. […]

Nuestro comercio exterior se haría dependiente en su mayoría con los Estados Unidos a quien venderíamos petróleo y le compraríamos casi todos los bienes y servicios, alimentos, vestidos, lujos, lenguaje, que las pautas de consumo vía medios de comunicación (también fundamentalmente norteamericanos) nos harían dependientes. Los rasgos predominantes del estilo de vida impuestos por la cultura del petróleo son el sentido de dependencia y marginalidad. Los grupos más “transculturados” llegan a sentirse extranjeros en su país; imitan lo foráneo y subestiman lo nacional. Piensan a la “manera petrolera” y prefieren comunicarse con los demás sirviéndose del “vocabulario del petróleo”. (Quintero, 1978:10-12).
Ya no sería Europa nuestro modelo a seguir, desde los enlatados, los pasatiempos, nuestro deporte favorito como lo es el béisbol pasando por el cine y la televisión y la moda y el estilo de vida de New York serian el modelo a imitar. En todos los países de la América latina existe una “cultura gringa”, pero en Venezuela la renta petrolera y la mayor dependencia con los Estados Unidos llevó éstos al límite, una cultura consumista, despilfarradora, del “quita y pon”, de no preservar. Por esto hay que dejar claro que el imperialismo y la dependencia se manifiesta tanto en el plano material de las tecnologías y la economía como en el plano de las ideas y la cultura. Para Tinker Salas el campo y la ciudad petrolera se convierten en el núcleo de formación de esta nueva cultura y ciudadanía:
El campo, y en cierta forma, las ciudades que se formaron a su alrededor, constituyeron un laboratorio social donde las empresas extranjeras promovieron un nuevo modelo de ciudadanía y participación social y política que a largo plazo, repercutiría en todo el país. …en el que la empresa no solo se preocupa por organizar los métodos de producción en sus instalaciones, sino que, además, desempeña una importante labor cultural y social para que los obreros y la sociedad en general se solidaricen con sus intereses… las mujeres jugaban un papel clave en la difusión de las actividades sociales que marcaban la vida del campo. Esta actividad incluía todo lo asociado con la reproducción social de la familia, y, particularmente la promoción de patrones de consumo, normalmente canalizados hacia las compras, realizadas en el comisariato del campo petrolero… Partiendo de esta perspectiva, la vida en los campos implicaba una rutina diaria que incorporaba a los obreros y sus familias en actividades deportivas, diversas funciones sociales, clases nocturnas de adiestramiento, sanidad, y hasta la instrucción religiosa, (Tinker Salas: 2006)
En el caso de la compañía Creole, este programa no sólo reúne una serie de revistas como El Farol y Nosotros, sino que también incorpora la publicación de circulares especializadas de amplia difusión, al igual que programas radiales como el Reportero Esson y a partir de 1953, programas televisivos como el Farol TV y el Observador Creole. Cabe mencionar que la mayoría de los campos también contaba con su propio boletín local como fue el caso del Correo de Caripito y el Pelicano de Amuay. Las otras empresas petroleras, también editaban un conjunto de publicaciones a escala nacional que incluía la revista Shell, y el Círculo Anaranjado, auspiciado por la Mene Grande. (Tinker Salas: 2006)
Desde la formación de nuestras Fuerzas Armadas, pasando por los estudios de pre y post grado en las principales universidades norteamericanas, han sido mecanismos de enclavar nuestra estructura política e ideológica a los intereses del imperio norteamericano. Romper con la dependencia económica no ha sido ni será tarea fácil, pero creemos que aún mas difícil es la lucha contra el imperio político ideológico, contra la dependencia cultural cuya lucha comienza con comprender para luego desconstruir el pensamiento con el que lo hemos formado, que nos hace reproductores del pensamiento del Norte y no nos permite percibirnos con nuestras propias perspectiva, sino bajo los ojos del amo.
La cultura del parasitismo estatal, el consumismo, la especulación, la búsqueda del dinero fácil, el peso de las actividades y de la mentalidad comercial y de servicio por encima de la mentalidad productiva forman parte del venezolano. Esta cultura de la extracción y del ingreso rápido y violento se ha internacionalizado en los genes y la psiquis de los venezolanos. Nos hemos acostumbrados a producir poco con alto ingresos, a obtener riquezas rápidas. Lógicamente este comportamiento es más predominante en los sectores de la burguesía, pero la clase trabajadora no está exento de ella, la cultura del azar, del vivismo, amiguismo, “ponme donde hay”, es decir una cultura anti moral y corrupta forma parte de la sociedad venezolana.
Luis Buttó relaciona a la cultura del Petróleo con la cultura de la pobreza. Para Buttó en el gobierno chavista este proceso ha llegado al clímax, ha degenerado en una cultura que exalta a la pobreza como símbolo de virtud, una cultura del conformismo, y por el contrario margina al trabajo y el esfuerzo productivo y la competitividad como ejes centrales del ascenso social:
La cultura que descalifica al rico (de allí epítetos como ladrón, explotador del hombre por el hombre, corrupto, burguesito, y demás) y que conlleva a que 87% de la ciudadanía esté a la espera de la actuación del Estado providencial para que le resuelva sus problemas individuales (Consalvi, 2000). La cultura que sostiene que Venezuela es un país rico, razón por la cual las carencias no son producto de la falta de empeño y dedicación de cada quien, sino de la injusta distribución de la riqueza, que pervierte el otorgamiento de lo que a cada uno le corresponde por derecho de nacimiento (Zapata, 1996). La cultura en la que hasta los ricos piensan como pobres (España, 2000) y la gran mayoría justifica su fracaso en la mala intención ajena, la superchería y la mala suerte. La cultura donde, a diferencia de los países más desarrollados, las transacciones económicas y personales se basan en la desconfianza mutua (Fukuyama, 1996) (Barragán, 1995), y en el deseo de engañar al otro mediante la actuación propia del "pájaro bravo". La cultura dentro la cual la gente no muestra interés alguno en construir su futuro, pues espera sentada que el mismo brote de la nada, encarnado en un formulario hípico o un billete de lotería. La cultura donde la gente come mal e insuficiente, pero usa zapatos de "marca" (Davies, 2000), y su principal sueño es comprar un auto con equipo de sonido capaz de reproducir en tonos estridentes, para pasear por las calles la prepotencia que resulta del tener, nunca del ser. En fin, la cultura del rancho, del Dorado, del populismo, del todo debe ser gratis, del Estado "piñata", de la competencia inversa (si a todos toca lo mismo, nadie hace un esfuerzo mayor; o a todos da lo mismo hacerlo mal), del carácter público de los bienes (todo es de todos, por consiguiente nadie es responsable del deterioro), de la exigencia por repartir una riqueza que nadie ha producido previamente.


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Pedro Rodríguez Rojas


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