En día pasados, el joven revolucionario Alexis Ramírez, hoy candidato a la Asamblea Nacional por el circuito que comprende en Mérida: El Vigía, Santa Cruz de Mora, Tovar y Zea, me lanzó la pregunta: “¿Y qué es un intelectual para usted?”
Menuda pregunta para una excelente tesis.
La canalla oligarca en sus reductos universitarios y académicos siempre anda aullando de que son intelectuales, que representan la intelectualidad venezolana, y que todo lo demás en este país es mojón de perro, cuando es todo lo contrario: ellos son la quintaesencia de la putibundez nacional. Cómo se las manosean unos a otros cuando se reúnen para presentar un libro, una tesis, un “paper” o proyecto.
Yo le respondí al amigo Alexis, que por los incluidos en tal concepto, los llamados intelectuales son por lo general unos protuberantes habladores de paja (pajudos) con cierto talento. Que un intelectual era definido en tiempos de nuestra guerra de independencia como un plumífero en contraposición al hombre de acción y de pensamiento. Por ejemplo, Páez definió a Santander como un plumífero. Aunque esos plumíferos suelen ser mortales por el veneno, la ponzoña que sueltan. Para mí, francamente, a Bolívar no lo envenenaron. No hacía falta. A un hombre de imaginación como él, bastaba con dispararle con la hiel de un Santander, con los dardos de un Vicente Azuero o Francisco Soto, de un Miguel Peña o Leocadio Guzmán para matarlo. En el “Diario de Bucaramanga” se ve claramente cómo afectaban al Libertador los libelos de sus enemigos.
Los intelectuales venezolanos han sido en su inmensa mayoría unos cobardes, unos acomodaticios, unos jala bolas inconmensurable.
Los adecos betancuristas tuvieron entre sus máximos jalas-jalas a Mariano Picón Salas y a Juan Liscano.
Carlos Andrés Pérez y Lusinchi le hicieron sendos homenajes a Arturo Uslar Pietri en Miraflores.
Manuel Caballero de un almuerzo en palacio salió a declarar que Lusinchi era más grande Bolívar.
Elogios similares le hicieron Pedro León Zapata y José Ignacio Cabrujas a CAP luego de la rebelión del 4 de febrero. Zapata hasta aparecía en un spot para VTV, defendiendo la democracia puntofijista.
En "Filosofía de la Ociosidad" de Ludovico Silva, él se nos muestra como un hombre débil y confundido. En ocasiones tienen algún valor sus observaciones y sobre todo sus comentarios sobre ciertas escrituras de poetas como Quevedo, Baudelaire, Rimbaud, Verlain, Poe, San Juan de la Cruz. Trata con desprecio a McLuhan y dice que era un pobre diablo con cierto ingenio. Yo vine a saber por este libro que Ludovico había sido de los intelectuales que Lusinchi y Blanca Ibáñez seleccionaron con pinzas para el almuerzo-homenaje que se le hizo a Arturo Uslar Pietri en Miraflores. Y Ludovico dice: creo que demasiado hacen con saludarme y hasta invitarme de vez en cuando a almorzar a Miraflores, lo que para mí constituye un honor realmente inmerecido. Añade: Yo admiro y respeto a Uslar, y no tengo ningún inconveniente en ir a almorzar al Palacio Presidencial en honor suyo.
Ludovico decía ser un progresista que no encontraba un partido al cual afiliarse. Pero progresistas también fueron aquellos señores que se llamaban a sí mismo liberales el siglo pasado. Pero Ludovico no sólo erró haciendo público un apoyo a la candidatura de Edmundo Chirinos para rector y a Teodoro Petkoff como candidato a la presidencia de la República (Así como Rafael Cadenas apareció en un remitido apoyando la candidatura a alcalde de Petkoff). Y estos "fracasos" junto con otros de este tipo, le fueron amargando la vida al señor Ludovico. Para mí que confiar en imbéciles, es como poner nuestras aspiraciones en las patas de un cerdo. Un escritor debe ser un hombre aislado, solitario, sin compromisos ni amarras con las veleidades de los politiqueros de cada momento. Debe protestar en medio de la soledad más absoluta, y sin esperar nada de nadie que no sean maldiciones. Para ver claro no puede depender de nadie. A un hombre de cierta sensibilidad las miserias de la diatriba partidista le consumen el alma, le devoran el pensamiento y la paz que necesita para crear, para decir sus verdades más crudas y terribles.
Otra debilidad que notaba en Ludovico era su obsesión sobre el suicidio que iba gestando en su intelecto, y la conciencia de ir llevando los rastros de su lento padecer. Quería matarse y no lo hacía de una vez. Pavese decía que el mayor error del suicida no es matarse, sino pensar en ello y no hacerlo. "Nada más abyecto que el estado de desintegración moral al que lleva la idea - el hábito de la idea - del suicidio". Por ejemplo, el escritor Argenis Rodríguez anunció en varias ocasiones que se suicidaría, y lo hizo.
Intelectual: un tipo con dos dedos de frente que con pedazos de tratados tratará de demostrar que tiene cuatro.
Intelectual: un ser insidioso, educado, prosopopéyico y meloso que habla chasqueando la lengua y frunce el culo cuando lo elogian.
Intelectuales: El 3 de diciembre de 1992, encendí el televisor y en el canal del Estado presentaban un programa especial dirigido por Joaquín Marta Sosa; en él intervenían Carlos Blanco, Juan Nuño, Aníbal Romero y José Urbina. El programa se titula “No Olvidar”, y era una especie de homenaje a los hombres que fueron asesinados en Venezolana de Televisión durante el alzamiento, el viernes 27 de noviembre. Los asistentes, sobre todo Juan Nuño, sostuvieron la tesis de que los alzados mataron, poniendo antes de rodillas a dos trabajadores de ese canal, algo totalmente falso. Estaban allí para darle fuerza al sistema político, cumpliendo ellos el papel que les asignaba la CIA, de ser la élite que debía orientar a la población en momentos sociales difíciles. Juan Nuño habló que no debía haber perdón con quienes en aquella oportunidad habían atacado al sistema, a la democracia. Aníbal Romero sostuvo la tesis de que había que montar una especie de policía intelectual que velara por las instituciones y mencionó a Uslar Pietri como el culpable del desastre nacional por sus reiteradas y obsesivas manías de decir que aquí nada servía. Estos tipos velaban por sus propios intereses. Creen en esta democracia en tanto y en cuanto el gobierno les satisface sus caprichos. Nadie podía decir en esa distinguida mesa redonda que aquí los señores políticos fueron siempre unos canallas que no estudiaban, que no rendían cuenta debidamente al Estado, que derrochaban a manos llenas, y que estaban prestos a cumplir a pie puntillas cualquier orden emanada del Departamento de Estado. Esta clase intelectual fue la que luego se horrorizó por la posición nacionalista de Chávez, la cual trataron de descalificar con burlas y sarcasmos, tratándolo de loco y de ridículo, de tener la cabeza llena de baratija ideológica marxista y que cuanto hacía era despreciable a los virtuosos ojos de los intelectuales.
Intelectuales: Los definió Ambrose Bierce como empleados “en el Departamento de Arte, Literatura y Agri-Cultura del Bulletin. Residente en Boston. Corto de vista[1]”. Dijo Ramón J. Sender que la América Hispana está enferma de intelectuales que todo lo intelectualizan y se preguntaban que quién podría ser el hombre que la desintelectualizará. A nuestros intelectuales en el siglo XIX les encantaba leer las obras traducidas del francés, no lo propio. Lo afrancesado les parecía maravilloso, exquisito, bello. Entonces comenzaron a escribir con amaneramientos horribles que aún no nos hemos podido arrancar. Fue peor que una peste. Todo tenía que verse, escribirse y decorarse según los patrones que nos llegaban de Francia. A Bolívar se le pensaba con los trajes y las manías de Napoleón. Eduardo Blanco escribió “Venezuela Heroica”, un amasijo de figuras y metáforas rimbombantes y hasta ridículas, con elementos de personajes a lo napoleónico, tragedia o poesías griegas o romanas. Lo mismo le pasaba a la escritura de Juan Vicente González o Manuel Díaz Rodríguez. Los que hicieron un intento desgarrado por hacer una literatura propia (y lo pagaron bien caro) fueron Teresa de la Parra, Cecilio Acosta, José Antonio Ramos Sucre, Pérez Bonalde, José Rafael Pocaterra, Pío Gil, Rufino Blanco Bombona, Enrique Bernardo Núñez, Mariño Palacios y Argenis Rodríguez.
Intelectuales: Le sirvieron de rodillas a Juan Vicente Gómez, y entre ellos podemos mencionar a Pedro Emilio Coll, Ángel César Rivas, Victorino Márquez Bustillos, José Lasdilao Andara, Esteban Gil Borges, César Zumeta, J. A. Cova., Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, José Gil Fortoul, Rómulo Gallegos, Rafael Requena, Francisco González Guinán, Manuel Díaz Rodríguez, Felipe Guevara Rojas, Samuel Darío Maldonado…