“(...) puede mostrarse cómo la línea que va de
Aristóteles a Marx muestra a la vez menos rupturas y mucho menos
decisivas que la línea que va de Marx a Stalin”. (Hanna Arendt)
"Estamos en mejores condiciones que Marx para
responder a esta pregunta. La nueva era bárbara está limitada por el
fascismo y la degeneración del estado obrero. Una alternativa de este
tipo -socialismo o servidumbre totalitaria- no sólo tiene una enorme
importancia teórica, sino también agitativa, pues a su luz la necesidad
del socialismo aparece con mayor claridad." (Leon Trotsky)
"Es absolutamente indiscutible, que la dominación
de un solo partido sirvió jurídicamente de punto de partida del régimen
totalitario Stalinista." (Leon Trotsky)
Existen
críticas del totalitarismo que tienen piernas cortas (pues son de cabo a
rabo de derecha), que aún no se descentran de su implicación subjetiva
en el totalitarismo suave o de baja intensidad de la sociedad
capitalista de mercado y su pensamiento unilateral de apologética del
“liberalismo democrático”; es decir, su fe supersticiosa en la
“democracia representativa”, o más bien en el “elitismo democrático”.
La crítica anti-totalitaria de corte capitalista,
repite a los cuatro vientos una racionalización defensiva de lo que
Marcuse llamó “tolerancia represiva”, sin indagar su emplazamiento en
los dispositivos de dominación, control social y disciplinamiento
propios del auto-designado “mundo libre y democrático”; es decir, del
actual Imperio global.
Plantean una suerte de
apropiación de derecha de la crítica del totalitarismo duro: el
nazi-fascismo y el estalinismo, pero ni una palabra sobre el
colonialismo, el imperialismo o el discurso hegemónico de la sociedad de
mercado neoliberal.
La crítica
anti-totalitaria de derecha omite la genealogía precisa del término: la
crítica en los años 20 del siglo XX del regimen fascista italiano. Omite
como Neumann (1942) describio el regimen nacionalsocialista de Alemania
como una economía monopolista totalitaria (¿recuerdan acaso a Speer?).
Omiten a Hilferding y sus crítica al estalinismo. Incluso, se oculta que
el propio Trotsky hablara de un sistema de dominio burocrático, como lo
haría Bruno Rizzi y su teoría del "colectivismo burocratico".
La implicación ideológica y subjetiva queda clara de la
crítica anti-totalitaria de derecha, cuando suponen que la “democracia
representativa” es el fin de la historia, donde una supuesta “esfera
pública” (sin incidencia de la concentración ni el control mediático),
aparentemente libre de coerciones, está caracterizada por una
deliberación artificiosamente “horizontal”, por el intercambio de ideas y
por el pluralismo ideológico, evacuando los conflictos y antagonismos
de la política, de la economía y de las ideologías. Toda una farsa
disfrazada de “seriedad intelectual”.
De allí
sus puntos ciegos, y su consecuente rechazo a profundizar en el vínculo
entre las interpretaciones libertarias de Marx sin grandes “ismos”, la teoría
crítica radical y los saberes contra-hegemónicos.
Para los críticos anti-totalitarios de derecha, no hay
duda alguna de que en el corazón del pensamiento de Marx está la semilla
del totalitarismo. La ecuación es simple Marx=Stalin.
Sin embargo, se quedan muy atrás de la interpretación
del totalitarismo canonizada por Hanna Arendt, al confundir el
pensamiento marxiano, con las codificaciones marxistas, sobre todo con
el “marxismo-leninismo ortodoxo” con marca patentada por Bujarin y
Stalin luego del VI Congreso de la Internacional Comunista.
Los cerebros de la derecha anti-totalitaria, desconocen
de cabo a rabo la polémica interior sobre la interpretación de la obra
abierta y crítica de Marx, sus procedencias, sus multiplicidades, sus
tensiones e incluso, sus disyunciones. Obviamente, hay que liquidar
ideológicamente al pensamiento marxiano como tal. - Muerto el perro, se
acabo la rabia -, dirán.
Pero en vez de
analizar a Marx, como un humano-demasiado humano, un intérprete
falible pero radicalmente crítico de la realidad histórica del
capitalismo, que tomó claro partido por la revolución comunista, usan el
expediente religioso desde el cual muchos marxistas dogmáticos
se aproximan al pensamiento de Marx, obviamente contra el propio Marx.
Confunden el pensamiento marxiano con las recepciones y
codificaciones centrales del “marxismo institucional”, incluso con el
“marxismo burocrático” de los aparatos estalinistas, sin pasearse por
una elemental cuestión: ¿acaso la socialdemocracia alemana y el
bolchevismo ruso son interpretes más o menos fieles del pensamiento
crítico de Marx?.
Dejan de lado, por demás,
un gran número de recepciones, traducciones y re-significaciones
periféricas del pensamiento marxiano, que en muchos sentidos son más
consecuentes con el espíritu libertario de Marx (Hal Draper hablaba de
las dos almas del marxismo, por ejemplo), que las propias
“codificaciones centrales”.
¿Cuál fue
entonces el canon marxista que circuló como el verdadero marxismo?
Por tanto, aún hoy hay que acercarse sin dogmatismos a
Marx y Engels. No para sacralizarlos, sino para pasearse por cierto retorno
al espíritu anticapitalista que anima su pensamiento crítico y
revolucionario. Retorno que toma partido y que se implica en una lectura
radicalmente libertaria de la teoría crítica marxiana. Les guste o
no les guste a los críticos de derecha, les guste o les guste a los
sacerdotes de los aparatos políticos y sus “escuelas” para cuadricular
los círculos y espirales marxianos.
Por otra
parte, para desmontar la tesis de que el llamado totalitarismo
estalinista es una simple desviación de las tesis de Marx o una mala
praxis de los actores revolucionarios, hay que optar por algo mas
contundente: el estalinismo es sencillamente una postura
anti-marxiana. No es una desviación, ni una aberración, ni es un
tipo de sobre-interpretación, ni una traición, es un patético
contra-sentido.
Mientras la derecha
anti-totalitaria construye su guión Marx=Stalin, el asunto sigue
siendo des-ocultar los hilos de una operación de mistificación que
trabaja en los enunciados y la fórmula política fascista como
“revolución pasiva”, como defensa del gran capital utilizando, como
planteaba Reich, una pasión revolucionaria con conceptos
reaccionarios; recuperando la planificación autoritaria, el
corporativismo y la economía dirigida, para neutralizar el movimiento
revolucionario. Sin embargo, Hitler, Mussolini, Franco, Salazar y más
cerca de nosotros, Somoza, Trujillo, Pinochet, Videla son las sombras de
los críticos anti-totalitarios de derecha.
La derecha habla de los crímenes de Stalin, pero calla
los crímenes de Mussolini, Hitler, Franco, Salazar, y de todas las
Dictaduras de Seguridad Nacional en Nuestra América. Calla la
recuperación y cooptación tanto de altos funcionarios del nazi-fascismo,
como de sus métodos políticos, en las entrañas del establishment
imperial.
Lo que quieren enterrar los
críticos anti-totalitarios de derecha, es la potencia constituyente
del pensamiento crítico y abierto de Marx, la visión libertaria de
la revolución social, como conjunción entre emancipación social y
política del proletariado, reconocer su lectura contextualizada
desde las coordenadas de la modernidad europea del siglo XIX, y
construir el guión de la equivalencia con el despotismo burocrático que
institucionalizó el estalinismo.
Como
planteaba en un claro texto Bensäid, es hora de distinguir entre
comunismo y estalinismo. En consecuencia, Marx anima aún la
potencialidad teórica libertaria, pero no justifica ninguna creencia
doctrinaria en un “marxismo puro y dogmático”. Las únicas lecturas de
Marx y Engels, que aún valen la pena realizar, son las que animan a
corrientes que desborden, el dominante-totalitario con
empaquetamiento “light” del capitalismo neoliberal y la “democracia de
baja intensidad”, planteando la construcción de alternativas que superen
el cuadro de relaciones de explotación, coerción, hegemonía, exclusión,
negación y destrucción propias del metabolismo social del Capital.
Para decirlo sin ambigüedades, en Marx hay una cruda
interpretación de la transición política post-capitalista en las
sociedades europeas y modernas del siglo XIX. Para nadie es un secreto
ni se pretende ocultar la significación histórica de la frase “dictadura
revolucionaria del proletariado”, en aquellas circunstancias concretas.
Que Marx fuese partidario, luego de la experiencia de
la Comuna de Paris en 1871, de la dictadura revolucionaria de la inmensa
mayoría en interés de la mayoría inmensa, quien puede ponerlo en duda.
Pero no hay una receta única para todas situaciones.
Ese Marx acartonado de las “leyes del desarrollo
histórico” de cinco modos de producción, de la inevitabilidad de ésta o
aquella fase de desarrollo, de una sola línea de evolución
socio-histórica, o de unas fases de sucesión políticas necesarias, ese
Marx es solo una cuadratura de círculos y espirales marxianos. Es solo
un invento de manuales para fabricar la mentalidad del
aparato-partido-doctrina-única.
Esto no
implica, por otra parte, desconocer el modo de ocultamiento de la
idea radical-democrática que anima la subversión marxiana en
aquellas coordenadas históricas, para la construcción de una comunidad
de productores directos libremente asociados.
Este
es el rostro de Marx en pleno siglo XIX: el humanismo militante y
revolucionario del proletariado como clase emergente, y como ruptura de
la matriz de relaciones de fuerzas que fundan los cimientos de la
economía política del Capital.
Basta revisar
los textos donde Marx anticipa distintas evoluciones políticas en los
países modernos e industrializados de Europa en el siglo XIX, y donde se
complejiza el asunto de la transición al socialismo, para
refutar la idea de un dogma político de la transición basada en la
llamada “dictadura totalitaria”.
Lo que si es
correcto, es colocar a Marx en la categoría de la crítica radical a
la democracia capitalista; es decir, de aquella apologética de los
regímenes políticos que mantienen la “esclavitud material del trabajo
asalariado formalmente libre”, separando forzosamente la esfera de las
instituciones políticas de la esfera económica de los regímenes sociales
de producción y su división social del trabajo, junto a la cuestión
social que se deriva de las relaciones de apropiación-explotación.
Para Marx, en circunstancias donde al pueblo trabajador
se le oprima mediante regímenes políticos despóticos de derecha, con
escasa presencia de instituciones de la democracia social y política, el
conflicto de clases tiende a asumir formas violentas. Una propuesta de
revolución violenta se justifica en términos marxianos, cuando están
bloqueados los caminos de una revolución por vías democráticas, legales y
pacíficas. No es que se justifique la violencia por la violencia, es
que las clases dominantes para Marx no entregan el poder, ni el mando ni
los privilegios derivados de la explotación de buena gana, respetando
la legalidad, los espacios y prácticas democráticas.
Así mismo, pese a sus contrastantes posiciones
con muchas de las ideas de Marx, Lenin no luchaba contra un régimen
político de amplias libertades, sino contra una autocracia despótica: el
régimen zarista en un país con un sistema económico y una estructura
social, nada comparable a Inglaterra, a Francia o a Alemania.
Desde allí, Lenin construyó su propia versión del
“marxismo revolucionario”, una variante leninista del marxismo heredado
de la propia codificación de la II Internacional, en continuidad y
ruptura con éste.
Los críticos
anti-totalitarios de derecha suponen que el camino de Lenin debió ser
una transición democrática pactada con el Zar. Allí proyectan
nuestros críticos anti-totalitarios de derecha, la actitud del cinismo
ilustrado y la ignorancia de las circunstancias, lo que los lleva al
palabreo teórico vaciándolo de su dimensión histórica efectiva.
Lenin interpretó no solo un legado teórico, sino unas
circunstancias políticas. Tampoco es cierto decir: Marx=Lenin. Entre
Marx y Lenin hay muchos cortocircuitos que quieren mantenerse ocultos.
Los críticos anti-totalitarios de derecha ignoran tanto
la historia efectiva de los acontecimientos singulares de la revolución
rusa, como sus circunstancias específicas, desconociendo además que la
propuesta de Dictadura del proletariado no es originaria
realmente de Marx, sino de Augusto Blanqui, de quienes participaron
activamente en los acontecimientos de la Comuna de Paris.
Marx toma y corrige con suplementos democráticos esta
tesis, al diferenciar una dictadura pura y simple de una minoría
conspirativa de una “dictadura revolucionaria”, pues no hay en Marx
complacencia con una “revolución de minorías”, ni un concepto de Estado,
que no sea traducción o expresión de correlaciones de fuerzas de clases
enfrentadas.
Por tanto, nada de defensa de un
Estado-arbitro, ni de síntesis de un interés general, o de una esfera
pública sin conflictos ni antagonismos. La forma política de la
transición al socialismo es una forma-Estado en desaparición.
La acrobacia estalinista de criticar al Estado para reforzar al Estado,
no es una maniobra marxiana, aunque si es atribuible justamente a una
degeneración burocrática que no se prefiguró por la veneración
supersticiosa del estado propia del estalinismo, sino por la propia
degeneración burocrática del partido bolchevique y su planteamiento
sectario del ejercicio del poder.
Lo que más
le duele a la crítica anti-totalitaria de derecha contra el pensamiento
crítico de Marx, es que ésta “dictadura revolucionaria” se diferencia
claramente de las “dictaduras de derecha”, abiertas o encubiertas, pues
efectivamente, constituye un reconocimiento realista del momento de
fuerza-coerción en la forma-Estado, más aún en momentos de transición
donde se pone en juego la política instituyente de la inmensa mayoría en
contra de la política instituida de las clases dominantes, no solo
privilegiadas sino minoritarias.
Debemos
repetirlo: entre el imaginario jacobino-blanquista y el pensamiento
marxiano no hay una dócil continuidad, sino cortes, discontinuidades,
rupturas. En cambio, es Lenin, quién si reivindica el jacobinismo, el
blanquismo, una política que re-significa el “elitismo revolucionario”
hasta llegar a la prefiguración del monolitismo del partido-único.
Otra cosa sucede en Marx. El proletariado organizado en
clase política gobernante actúa conforme a la resistencia violenta que
opongan las clases dominantes y grupos de poder articulados al dominio
capitalista. Allí hay claridad política en Marx y Engels.
En Lenin, en cambio, comienzan a hacerse patentes, las
llamadas sustituciones. La vanguardia organizada en partido cumple el
"rol dirigente de toda la sociedad", pues las clases trabajadoras por si
mismas sólo llegan a una conciencia “tradeunionista”, o de pequeños
propietarios en el caso del campesinado.
Por
tanto, la idea de “profesionales de la revolución” leninista, no puede
ser equivalente con aquella otra idea que plantaba que la emancipación
de las clase trabajadora será obra de ella misma.
Finalmente, en Marx hay un claro compromiso entre el
desarrollo de la personalidad individual y el ser social, que se
entronca con el comunismo libertario de todos los pelajes. El llamado comunismo
de estado es harina de otro costal.
Lo
que no es Marx, es un apologeta del anarco-individualismo, ni de
nuestros contemporáneos anarco-capitalistas. Pero tampoco es una
apologeta del estatismo autoritario. Ya el sobrino de Bonaparte había
dejado huellas bastante marcadas en el pensamiento crítico de Marx, para
rechazar cualquier forma de bonapartismo, despotismo del ejecutivo y
estatismo autoritario.
Quien afirme que Marx
justifica que el individuo quede subsumido al Estado, demuestra una
patética ignorancia. Tiene mucha razón Hanna Arendt cuando dice que es
difícil pensar sobre Karl Marx.
Ya desde los
primeros tiempos posteriores a su muerte, las discusiones en torno a
Marx fueron duras, con el añadido de que Marx hablaba abierta y
directamente de política revolucionaria. Desde nuestro punto de vista,
el titulo de Lenin a aquella clásica obra siempre fue engañoso. El
asunto es “El Estado ó la Revolución”.
Los
críticos anti-totalitarios de derecha, podrían volver a leer en
profundidad a Hanna Arendt (“Karl Marx y la tradición del pensamiento
político occidental”), si quieren comprender que entre Marx y muchos
“marx-ismos” hay cortocircuitos, pues es la mismísima Arendt quién
señala hay una ruptura mucho más brutal entre Marx y el bolchevismo, que
entre Marx y los precedentes pensadores políticos de Occidente. En sus
propias palabras: “(...) puede mostrarse cómo la línea que va de
Aristóteles a Marx muestra a la vez menos rupturas y mucho menos
decisivas que la línea que va de Marx a Stalin”.
Lo que Arendt plantea es la insistencia en la
pertenencia de Marx a la tradición del pensamiento político occidental.
Pero no hay en Arendt la patética equivalencia de nuestros enanos
anti-totalitarios: Marx=Stalin.
El asunto es
interrogar las circunstancias, condiciones y razones para que el
totalitarismo estalinista haya surgido de una de las corrientes de
interpretación inspiradas en el pensamiento crítico de Marx. Hasta allí,
hay un programa de investigación.
El camino
implica de-construir la equivalencia Marx=Stalin, que no es más un
“script” de la derecha anti-comunista. Así mismo, de-construir la
equivalencia Marx=Lenin o Marx=Kaustky, para superar las codificaciones
oficiosas.
Cuando Arendt plantea en su crítica
a Marx que en la sociedad sin clases ni estado de Marx, el concepto de
libertad pierde todo sentido, “a menos que se conciba en un sentido
completamente diferente”, llega a la medula del planteamiento.
La libertad liberal, como libertad negativa,
no concibe el sentido completamente distinto de la libertad en Marx.
Tampoco Lenin llega a comprenderlo. Allí, la crítica anti-totalitaria de
derecha se queda, sencillamente, sin aliento. Allí también Lenin
comienza la historia de sus extravíos sobre la democracia y libertad en
Marx. Lo que para Marx fue esencial en la construcción del Socialismo,
Lenin lo reduce a prejuicios pequeño-burgueses, al liberalismo
adocenado. Lenin no logró comprender la diferencia entre pensamiento
liberal y pensamiento libertario.
Es este
aliento libertario (que no tiene ni la derecha ni el leninismo
ortodoxo), el aliento que Benjamin y Bloch muestran cuando hablan de la
historia de los vencidos y del principio esperanza.
Un Marx sin “ismos”, sin sacralizaciones sigue vivo,
abierto, cálido y radicalmente crítico. Un Marx herético, flexible y
radicalmente libertario y anti-estatista.
En
muchos de sus escritos, sigue presente el aliento a la esperanza de los
que fueron vencidos, y la potencia constituyente para quienes siguen
construyendo caminos de Democracia Socialista.