Cuando el oportunismo de los cazafortunas es la ley que prevalece y la constructiva recomendación al dirigente es bloqueada por actores invisibles, se está instaurando un rígido anillo de aduladores. Cuando el camarada Stalin gobernaba Rusia, una impenetrable argolla de lisonjeros, lo alabó hasta la muerte, más allá del bien y del mal.
No obstante, con la llegada de su sucesor (Kruschev), los estalinistas de la aristocracia, condenaron al difunto líder como brutal dictador, siendo el mayor acto de traición en la historia revolucionaria; ninguno recordó el triunfo ruso en la segunda guerra mundial ni la exitosa industrialización soviética. No menos pertinente es citar la obra escrita por el respetable científico José Ingenieros, titulada El hombre mediocre (1913), gran reflexión sobre los elementos de mediocridad, arribismo e idealismo dentro de la compleja sociedad humana. Definitivamente, mientras el rígido anillo está en el poder, glorifica a su amo, simula ser manso, no opina y al mismo tiempo se empeña en aislarlo para que no pueda escuchar las advertencias ásperas pero sabias que sólo los individuos honestos y desinteresados pueden dar.
Dice el pueblo: No todo el que nos aplaude es amigo, ni todo el que difiere es enemigo. No en vano, se compara lastimosamente con las focas del circo a quienes desde el puesto de subalternos aplauden incondicionalmente las fallas de los jefes. Es por esto que no dudo en advertir que la hipocresía y la adulancia nunca podrán ser directrices que lleven a la humanidad hacia el desarrollo revolucionario.
(*) Constitucionalista y Penalista. Profesor Universitario.
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