No cabe duda: El 7 de Octubre arribaremos al más determinante y trascendental entrecruce de nuestra historia contemporánea; y tampoco hay duda de que elegiremos la vía del Socialismos Bolivariano; la vía de la salvación del país, la ruta trabajosa hacia la justicia socio-política y económica plenas. Ese día, cuando sepamos que electoralmente hemos enrumbado al país hacia esa hermosa meta, se habrá duplicado el compromiso y tendremos que hacernos un llamado, hacer una reflexión sobre nuestro deber de cuidar y consolidar lo hecho y visualizar lo por hacer. Eso se lo debemos a muchos hombres y mujeres revolucionarios y combativos que por no estar hoy con nosotros, no tienen la alegría (por lo menos en esta dimensión) de ver estos significativos logros presentes; pasan por mi mente, además de los mártires del Módulo Canaima y de Puente LLaguno, Lina Ron, Luís Tascón, Guillermo García Ponce, William Lara, Alberto Muller Rojas y Carlos Escarrá Malavé.
Ha habido tantas coyunturas tensas, preocupantes y angustiosas en este último y detonante cuarto de siglo de nuestra historia política (que culminará de seguro con la decisión sólida, lúcida y de enorme mayoría el 7 de Octubre próximo de reelegir al comandante Hugo Chávez Frías como presidente) tantas coyunturas, digo, que no es inoficioso retrotraer algunas. Ese horroroso 27 de Febrero (El Caracazo); muertos y más muertos, incontables muertos para complacer a la insaciable sanguijuela capitalista y en menor medida a esa sarta de apátridas y especuladores de aquí, que se hacen llamar “sociedad civil”. Ese 27 abrió la alameda al 4 de Febrero de 1992. Reventaba Venezuela de impúdica corrupción, la inmoralidad política y administrativa era tal que unos muchachos de uniforme, algo bisoños en política pero amorosos de su nación, intentaron por la forma expedita de las armas, detener ese desastre; no pudieron “por ahora”, pero la revulsión expansiva de esa semilla cuajó en el corazón de millones de venezolanos y llegamos con constancia y trabajo a diciembre de 1998. La victoria que nos endureció el ser y encuadro nuestra existencia como país.
Ella nos impuso una toma de posición al tiempo que estremecía nuestra humanidad; ese ramo de esperanza que hasta hoy ha ido cristalizando con tanto trabajo, acoso enemigo, tezón y constancia viene de allí, del hombre lanzando la corbata y diciéndonos que había que hacer otra constitución para concretar lo que los venezolanos sólo soñábamos con ver: una verdadera política de vivienda, de salud y la idea constitucional centrada en apoyar a los más desasistidos, el bienestar de todos que, forzosamente, desemboca en la alegría. Después vino el Golpe de Estado, la ruindad rastrera y de mal olor de la traición, con protagonistas que saboreaban la muerte y lamían (lamen) la pezuña extranjera con placentera sumisión mientras un borracho gringo pronunciaba un repulsivo “él se lo buscó”. Fueron momentos duros, de angustia e impotencia; la incertidumbre hacía negro el futuro y únicamente había una certeza: la calle, la certeza que tendremos siempre.
Vino el retorno del presidente, de nuestro presidente. Ese helicóptero y esos muchachos militares (ya no tan bisoños) devolviéndonos nuestro voto, como diciéndonos: “aquí está de nuevo tu esperanza, no sufras, lucha”. Media un perdón y la zarpa lanza el Paro Petrolero. Dura prueba para la inteligencia del pueblo, claro en que se trataba de un hecho político, de una muy tenebrosa intención, negra como el alma de esa derecha mediocre y parejera donde se cuecen esos lideritos de una intelectualidad desechable cuyo analfabetismo craso, a veces no llega ni a funcional. La imagen de aquel buque petrolero moviéndose y pasando debajo del puente, allá en nuestro tórrido y afectuoso Estado Zulia, después de haber sido utilizado como arma de destrucción por los sediciosos golpistas, nos indicaba que habíamos ganado otra batalla. Refrescó nuestra intención de combate y seguimos.
Sobreviene reptante luego el recurso del referéndum. La invención de firmas, trácalas para borrar la majestad del presidente. Y aquella noche: cuando él, sobrio, decidido y digno (presidente, pues) nos arengó a la victoria, a triunfar en Santa Inés. No lo dudamos. Porque era necesario saber no sólo si lo queríamos como presidente sino cuánto se le quería como persona (…”con amor se paga”). Y hubo balcón del pueblo otra vez, hubo o se profundizó el empático acuerdo de independencia, libertad y soberanía del líder con su pueblo. Continuaron los ataques de esa derecha mercenaria, falta de escrúpulos y llena de odio que ha seguido con sus medios y su dinero manchado de sangre intentando quebrar nuestra voluntad de vivir con nuevos valores humanos y asumirlos cada vez con más fuerza como colectivo nacional y continental. Más adelante vino aquel día del anuncio del estado de su salud; de nuevo ahí frente a nosotros con su sinceridad de siempre pero acontecido, listo a luchar pero tocado nos informa en detalle sobre su peligroso quebranto.
Viene a la mente de inmediato la hipótesis de su ausencia, el abanico de salidas no basta para que no se cuele la incerteza y hasta el temor. Aunque la fuerza moral y la calidad ética de su tren gubernamental era y es, junto con todo el marco institucional de los poderes públicos, garantía de apego a nuestra Constitución, medraba la aprehensión; se trataba del líder, del nucleador de voluntades. No era fácil estar tranquilos ante una oposición que se babeaba con placer ante la idea de su muerte, que convulsiona de gusto ante un horizonte de anarquía y violencia que ella procura. Vinieron los partes médicos cada vez más optimistas y la recaída que afrontó con más seguridad pero expectante para nosotros y, finalmente, la recuperación que nos llenó de alivio y nos dispuso a la lucha política más intensa. Verlo recuperado por supuesto que nos produce alegría y esperanza enormes que deben compensarse con trabajo y empeño que confluyan en el gran regalo del 7 de Octubre; un regalo bien merecido para quien, luego de haber salvado tan aviesos e inesperados escollos, sigue mostrando su gigante vocación de servicio al país, a su gente pobre sí, pero también a sus otros compatriotas, el regalo tiene que ser grande y venir acompañado de algo más, de algo mayor: el no retorno.
Que las nuevas ideas y los nuevos proyectos cuajen en una forma que impida toda trampa o engaño mediático; que nuestra conciencia repudie hasta el aborrecimiento la mentira y asumamos para siempre la cultura de la verdad y de lo justo; que cualquier persona o ente público o privado sienta vergüenza de engañarnos y sienta nuestro rechazo colectivo y puntual. Así, de verdad que no volverán. Así estaremos en el umbral de gran potencia que se nos ha planteado. El 7 de Octubre el cruce hacia la izquierda debe ser arrasador para que las intenciones ciertas de desestabilizar del enemigo gringo y sus lamedores impúdicos de aquí, vean y sientan que el cambio es irreversible; y que lo vean y lo sientan en la calle. Siempre en la calle. El 7 de Octubre estamos citados en el Balcón. En el de siempre.
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