“Claro que hay lucha de clases. Pero es mi clase, la de los ricos, la que ha empezado esta lucha. Y vamos ganando”.
Warren Buffett
“Yo creo que ser rico no es malo, todo el que trabaje honradamente por tener las cosas que quiere tener, pues bienvenido sea”.
Winston Vallenilla
“Las industrias de la subcultura han conseguido algo en verdad sorprendente, que nadie había logrado hasta ahora: que las masas no sólo soporten con agrado lo que contribuye a embrutecerlas sino que incluso paguen por ello: que paguen por ser embrutecidas”.
Eloy Terron
"El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo contra la enajenación.
Ernesto “Ché” Guevara.
Si algo nos enseña la historia de la lucha de clases es que ningún cambio político logra hacerse efectivo sino viene acompañado de una necesaria transformación económica, es decir, de un cambio en las relaciones sociales de producción. Pues, son las relaciones sociales de producción las que en última instancia determinan los diversos modos de percibir, comprender y explicar la realidad (conciencia social); y por ende, las que definen el nivel de competencias a la hora de las transformaciones políticas. De allí que, citando a Marx:
”¿Hace falta ser un lince, para comprender que al cambiar las condiciones de vida, las relaciones sociales, la existencia social del hombre; se modifican también sus ideas, sus opiniones y sus conceptos, en una palabra, su conciencia?
¿La historia de las ideas, no es una prueba evidente, de cómo cambia y se transforma la producción espiritual, con la material? Las ideas imperantes en una época, han sido siempre las ideas propias de la clase dominante”.1
Es claro pues, que todo compromiso con la idea de la necesidad de un cambio en favor de una sociedad más igualitaria y democrática; es decir, socialista, exige la necesaria comprensión de cómo se configura esta conciencia y cuáles pueden ser los diversos mecanismos empleados para adormecerla (alienarla). No olvidemos que imbuidas por la falsa idea de que el capitalismo es sinónimo de democracia, libertad y realización personal, las clases dominadas tienden a perder de vista los intereses objetivos ligados a su posición de sometimiento y explotación, retrasando así las posibilidades de una transformación revolucionaria de la sociedad.
Ahora bien, ¿cómo se encarna y transubstancia esa conciencia de clase, de manera que pueda convertirse en una poderosa fuerza de transformación?
¿Cuándo, cómo y dónde se da esta milagrosa toma de conciencia?
Recordemos que para la sociología marxista, la irrupción del modo de producción capitalista trajo consigo una inmensa masa de trabajadores, cuyos intereses en común –más allá de su falta de cohesión interna- permitían considerarlos como una clase social.
Lo que en el marxismo clásico se conoce con el nombre de Conciencia de Clase, surge como resultado de las luchas reivindicativas que los trabajadores emprenden en contra de sus patronos en aras de mejorar sus condiciones de vida y de trabajo.
Por lo general, estas luchas suelen reducirse a la simple búsqueda de reivindicaciones económicas (sindicales), y no políticas. A tal punto, que fuera de sus luchas contra los patronos, los obreros tienden a luchar muchas veces entre sí. Es decir, actuaban en ocasiones, movidos por sus propios intereses individuales y concretos en contra de otros trabajadores.
Para el marxismo clásico, el salto de estos intereses individuales y concretos de unos pocos hacia los intereses comunes y generales a todos ellos, es lo que se conoce con el nombre de Conciencia de Clase:
"Los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase, pues por lo demás ellos mismos se enfrentan unos con otros, hostilmente, en el plano de la competencia. Y de otra parte, la clase se sustantiva, a su vez, frente a los individuos que la forman, de tal modo que éstos se encuentran ya con sus condiciones de vida predestinadas por así decirlo; se encuentran con que la clase les asigna una posición en la vida y, con ello, la trayectoria de su desarrollo personal; se ven absorbidos por ella”.2
Marx hace referencia a dos tipos de conciencia de clase. A una la denomina conciencia de clase en sí misma, y a la otra, conciencia de clase para sí misma. La primera hace referencia a la conciencia de formar parte de un grupo diferenciado de la sociedad, con una posición determinada en la estructura de la misma, y con unas prácticas y experiencias de vidas hasta cierto punto compartidas3. La segunda, por el contrario, es la que se adquiere cuando ya se han dado pasos de lucha (acciones organizadas y coordinadas por parte de los trabajadores) y se ha entendido que esta misma ha servido y sirve para defender lo que se identifica como intereses propios de la clase (tanto a nivel sindical, como político). En palabras de Lockwood, “cuando la alienación individual se moviliza como solidaridad colectiva”4.
Esta conformación de la conciencia de clase para sí, Marx la explica de la siguiente manera:
"En principio, las condiciones económicas habían transformado la masa del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado en esta masa una situación común, intereses comunes. Así, esta masa viene a ser ya una clase frente al capital, pero todavía no para sí misma. En la lucha, de la cual hemos señalado algunas fases, esta masa se reúne, constituyéndose en clase para sí misma. Los intereses que defienden llegan a ser intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política".5
Se supone que en este estadio, los intentos por parte de la clase dominante de hacer ver como propios y naturales sus intereses de clase quedan neutralizados, al entenderse en el seno de las clases dominadas, que “no todo lo que es debería necesariamente serlo”, permitiendo de esta manera el cuestionamiento a situaciones que históricamente se consideraban como naturales, irreversibles e imposibles de transformar.
En términos marxistas este nivel de conciencia implica –cuando es verdaderamente revolucionaria- cuatro elementos fundamentales:
- Una identidad de clase. Es decir, la definición de uno mismo como perteneciente a las clases dominadas.
- Una oposición de clase. Percepción de que el orden capitalista y sus agentes son el enemigo permanente de uno.
- Una totalidad de clase. La aceptación de los dos elementos anteriores como la característica que define, por un lado, la situación social de uno mismo y, por otro lado, el conjunto de la sociedad donde uno vive.
- Una concepción alternativa de la sociedad. Una meta hacia la cual uno se dirige a través de una continua lucha con el oponente6.
Como puede apreciarse, la conciencia de clase para sí alude a esa imperiosa necesidad de que la clase dominada -enajenada de los medios de subsistencia-, sea capaz de organizarse políticamente, haciendo propio (para sí) el sentir de que su situación es injusta; y que por lo tanto, debe ser transformada radicalmente. En otras palabras, se llega al nivel más alto en el desarrollo de este tipo de conciencia cuando ésta implica una concepción del conflicto de clase, es decir, cuando se reconoce la oposición irreconciliable de los intereses de la propia clase con los intereses de la clase dominante.
Esto exige, ciertamente, un discurso y un programa de acción común, producto de:
- La percepción del carácter ilegítimo del orden socioeconómico existente.
- El reconocimiento de la posibilidad de una reorganización de conjunto de ese orden.
- La creencia en que tal reorganización puede ser llevada a cabo por la acción de clase.7
En otras palabras:
“La premisa sustentada es que el capitalismo debe ser profundamente transformado, superado como modelo de producción y forma de organización social para que sea posible una vida democrática auténtica”.8
Sin embargo, la experiencia histórica ha demostrado que el proceso de adquisición de la toma de conciencia de clase no es un proceso inmediato o automático. A pesar de que en el capitalismo pueden darse ciertas condiciones que favorezcan una evolución más rápida de esta conciencia de clase para sí, hay una serie de factores que obstaculizan tal evolución. Uno de esos factores es lo que Gramsci llamaba “cultura hegemónica” o “ideología dominante”. Es decir, un sistema consciente de creencias, significados y valores impuestos, que permite a quien detenta la dominación material, ejercer también la dominación espiritual (cultural).
Recordemos que para Gramsci, la clase dominante no sólo impone unas particulares instituciones económicas, políticas y jurídicas. Impone también un conjunto de valores, representaciones, esquemas (cultura), donde antivalores como la competitividad, el individualismo, el interés, la necesidad de diferenciarse, la apatía, la indiferencia, etc., son percibidos como naturales y necesarios. En otras palabras, “La hegemonía, en el sentido de Gramsci, se entiende como la capacidad de las clases dirigentes para inculcar sus valores en las clases subordinadas y convertir estos valores en el sentido común de la época”.9
Esto se debe a que toda operación de refuerzo de la dominación de clase, requiere de un sólido sistema de valores y creencias que permita que todo el proceso social vivido, se organice sobre la base de estos valores o creencias específicas. Y, para ello, se necesita valorizar lo existente no sólo como normativo, sino también como deseado.
Es el caso de aquellos que en su anhelo por elevarse en la escala social en una sociedad asimétricamente dividida en clases, se resisten a poner en entredicho el carácter de clase de tal asimetría. Es decir, terminan aceptando pasiva y acríticamente sus normas, sus reglas, su lógica: la ideología dominante, en términos gramscianos.
En aras de alcanzar tan ansiada meta (“ser rico, pero honradamente”), se debe aceptar que la clase social de donde se proviene es inferior, evitando en la medida de lo posible cualquier identificación con ella. Esto lleva a que cualquier proceso de identificación sea dirigido, sólo a la identificación con los valores de aquella clase a la que se considera superior y que actúa como grupo ideal o de referencia (¿los ricos?). De esta manera, la ascensión individualista produce una especie de aletargamiento que impide que el conflicto de clase se haga presente en la conciencia. Por otro lado, las tensiones que producen la desigualdad social y la injusta carrera por alcanzar la cúspide quedan neutralizadas a nivel ideológico, debido a que a un mayor grado de movilidad social ascendente, menor el grado de intensidad en el conflicto de clases. En otras palabras:
“Las sociedades capitalistas alimentan en millones de hombres por medio de numerosos mecanismos la ilusión y la esperanza de ascender a las máximas cimas de disfrute y de poder que hace posibles la riqueza. Este es probablemente el elemento más fascinante y sugestivo del capitalismo actual: convertirse de golpe en héroe, en famoso, por disponer del poder irresistible del dinero (de trabajo social sublimado) para conseguir todo lo que se le antoje al individuo. Todo pequeño burgués puede llegar a ser un gran capitalista. Todo empleado puede tener suerte en las quinielas, en la lotería, etc..10
Uno de los efectos de esta sutil forma de manipulación y control social, es el rechazo por parte de los miembros de las clases dominadas, al uso de categorías como plusvalía, explotación, ideología, lucha de clases, alienación, a la hora de comprender y explicar las asimétricas relaciones de clases a las que son sometidos. Por el contrario, en un extraño proceso de desdoblamiento se apela a la comparación de situaciones reales valorándolas sólo en función a la ideología de la clase a la que consideran superior, midiendo estratégicamente en base a esta ideología, los costos que exigiría cualquier acción reivindicativa: “Quiero hacer un gobierno donde la tendencia política no sea lo primordial” (Winston Vallenilla).
Lo esencial, por tanto, no es el nivel de poder, ingresos y preeminencia social en el que se encuentran el resto de los miembros de las clases dominadas, sino el nivel de poder de aquellos privilegiados, que en una lucha desigual, tratan de elevarse socialmente sobre el resto de sus compañeros de clase.
En esta desenfrenada lucha por “superarse”, el consumismo adquiere un valor fundamental para la promoción personal y la internalización de la ideología dominante. Entra a formar parte de esa compleja red de creencias, cuyo único fin es el de inculcar falsas necesidades y aletargar la conciencia de los dominados mediante “una creciente, insaciable e indetenible “inquietud adquisitiva” de mercancías”11.
Se cree adquirir “libremente” objetos que se necesitan (una Hummer, un Mercedes Ben, por ejemplo), cuando en realidad no se hace más que perpetuar en forma condicionada, una lógica (código) que busca remarcar las diferencias de clase12. De esta manera, ciertas conductas asociadas al consumismo, como la envidia, el oportunismo, el status, el derroche, el lujo suntuoso, son presentadas en términos de necesidad, incluso justificándolas, cuando en realidad nada tienen que ver con necesidades reales, excepto la necesidad de diferenciarse: “Tengo una Hummer, un Mercedes, todas esas cosas que uno tiene con trabajo, las sigo teniendo con orgullo y no tengo porqué esconderlas” (Winston Vallenilla).
El papel que juegan acá las clases dominadas, queda supeditado a la imitación de los “estilos de vida” de la clase dominante, que tienden a ser adoptados como símbolo de distinción o status por las clases dominadas. Los objetos (una Hummer o un Mercedes Ben, por ejemplo) quedan desvinculados del significado que les da su función social (valor de uso), y pasan a formar parte de un nuevo universo en el que adquieren un nuevo significado como signo de prestigio o distinción (valor de signo)13.
Vemos pues, como a través de este efectivo mecanismo de control y manipulación social, la clase dominante impide una comprensión cabal del funcionamiento de la sociedad capitalista; a la vez que obstaculiza el largo, duro y laborioso trabajo de disputarle al capitalismo el dominio de las conciencias de las clases dominadas, de manera de movilizarlas e impulsarlas a levantarse en contra del orden social capitalista y sus diversos mecanismos de alienación (conciencia de clase para sí):
“Inmersos en ese limbo de cosas y de imágenes de éstas los hombres dejan de guiarse por las ideas (por el pensamiento) para guiarse por las mercancías de consumo, realizándose en ellas y encontrando en ellas su libertad. De manera que no son las ideas las que condicionan la conducta sino que las cosas que se adquieren y los cambios de las cosas reordenan la conducta, siendo el trabajo el precio a pagar por el derecho a vivir en ese limbo”.14
Visto desde esta perspectiva, es claro que expresiones como “ser rico no es malo”, impiden una correcta comprensión de la mecánica de explotación y dominación capitalista. Ocultan –consciente o inconscientemente- la relación conflictiva e irreconciliable que existe entre trabajo asalariado y capital, entre alienación y conciencia de clase, entre socialismo y capitalismo, entre reforma y revolución.
Pensar ingenuamente, que en la construcción del socialismo sólo el aspecto material cuenta (alcanzar el estrellato de las élites, es decir, ser rico), es crear entre las masas la ilusión de que se pueden seguir obteniendo mejoras materiales sin la necesidad de hacer cambios profundos en la estructura económica de la sociedad. A nuestro modo de ver, un simple “mejoramiento material” en las condiciones de vida de la población (más computadoras, más celulares, más lavadoras, más neveras y otros enseres como una Hummer o un Mercedes Ben) no resuelve el problema esencial en la lucha contra el modo social de producción capitalista: el carácter alienante de sus relaciones sociales de producción. De modo que, recordando al Ché Guevara, podríamos decir:
“un sistema socialista que no tolera la divergencia, que no representa nuevos valores, que trata de imitar a su adversario capitalista, que no tiene otra ambición que alcanzar y superar la producción de las metrópolis capitalistas, no tiene futuro, si el socialismo pretende luchar contra el capitalismo y vencerlo en su propio terreno, en el terreno del productivismo y del consumismo, utilizando sus propias armas, el mercantilismo, la competencia, el individualismo egoísta, está condenado al fracaso".15
Realmente, no dudamos de la buena fe de algunos camaradas que creen ver en el desarrollo de las fuerzas productivas, la vía expedita para llegar al socialismo. Sin embargo, es necesario recordarles, que gracias a la “buena fe” en el carácter “reconciliable” de los intereses entre pobres y ricos, explotados y explotadores, dominados y dominadores, entre mercantilismo e individualismo egoísta, innumerables revoluciones han terminado en la derrota. Y es que mostrar como “modelo socialista de ciudadanía” la búsqueda del éxito material (tener una Hummer y un Mercedes Ben) no creemos que sea una buena lección pedagógica o una virtud revolucionaria que merezca ser promovida.
Si algo nos enseña la teoría marxista, es que los sistemas de oposiciones antes mencionados, sólo cobran sentido a la luz de la lucha de clases. Y sólo pueden ser superados de manera dialéctica, una vez que las clases dominadas adquieren conciencia de clase para sí. En términos dialécticos, una nueva tesis, implicaría un nuevo orden económico, político, social y cultural.
¿No implica esto a su vez la necesidad de un nuevo hombre?
Por ello, sólo sobre la base de una falsa conciencia (conciencia alienada) -como la manifestada en las palabras del camarada Winston-, puede justificarse un modo alienante de organizar las relaciones humanas (Homo Consumus), donde toda esperanza de emancipación queda reducida al sueño de: “algún día seré”, “algún día tendré”. Efectivo mecanismo para intensificar el conformismo de aquellos de los que ya no puede decirse: “no tienen nada que perder salvo sus cadenas”.
Fuentes consultadas:
1 Marx, Karl; Engels, Federico (2005). Manifiesto del partido comunista. Texto en la web. Recuperado en:
http://www.educarteoax.com/
2 Marx, Karl (1974). Miseria de la filosofía. Madrid. Ediciones Júcar, p. 257.
3 Es decir, una clase es en sí misma, sólo por el simple hecho de existir como clase.
4 Lockwood, David (1958). The Blackcoated Worker. A study in Class Consciousness in Moder Spain, American Journal of Sociology, vol. 83, núm. 2, pp. 386-402. En: López Aranguren, Eduardo. Paro y conciencia de clase. Revista española de investigaciones sociológicas, N° 44, p. 53.
5 Marx, Karl (1959). La ideología alemana. Montevideo. Ediciones Pueblos Unidos, p, 60-61.
6 Mann, Michael (1963). Connsciousness and action among the Western Working Class,Londres, Mcmillan Press. En: López Aranguren, Eduardo. Paro y conciencia de clase. Revista española de investigaciones sociológicas, N° 44, p. 53.
7 Giddens, Anthonny (1965). The class estructure of the Advanced Societies. (ed., orig.,1973). New York: Harper and Row. En: López Aranguren, Eduardo. Paro y conciencia de clase. Revista española de investigaciones sociológicas, N° 44, p. 55.
8 Moulian, Tomás (2000). Socialismo del siglo XXI. La quinta vía. Santiago de Chile. Editorial LOM, p. 17.
9 Miliband, Ralph (1997). Socialismo para una época de escépticos. México. Editorial Siglo XXI, p. 15.
10 Terron, Eloy (2002). Estado y conciencia en la sociedad de clases. Texto inédito. Recuperado en: http://rebelion.org/docs/
11 Ibid., p. 200.
12 No en balde, sociólogos del consumismo como Barthes, Baudrillard, Bourdieu, Lasch, ven en la práctica consumista un efectivo espacio para la construcción de identidades.
13 Cuando tales objetos son consumidos, no se está satisfaciendo una necesidad. En realidad, se está haciendo uso de unos signos cuya radical lógica sólo tiene como fin mantener incólumes las diferencias de clase.
14 Terron, Eloy (2002). Op.Cit., p. 210.