Hipocresía y cinismo político


La política es un campo que se presta admirablemente a la hipocresía. No es el único, pero quizá sí sea el terreno en el que más se use.

Me explico iniciando con una definición de hipocresía en dos niveles. Todos tenemos una buena idea del hipócrita. Esa esa persona que busca dar una apariencia que no tiene, que persigue simular lo que no es. Hace esto con la intención de lograr algún objetivo de beneficio propio por medio del engaño a los demás. Ese es su rasgo natural, el engaño intencional.

Creo que es necesario distinguirlo del presumido, ese que también quiere dar una apariencia que no posee, pero que resulta inocente con respecto al hipócrita. Un presumido es más un vanidoso, un snob. El hipócrita es más profundo, más malévolo y torcido, alguien que busca no sólo aparentar sino engañar y mentir con esa apariencia.

Creo que esto es lo que merece una segunda opinión, la faceta del engaño del hipócrita. En la superficie, se entenderá rápidamente que el hipócrita busca engañar a los demás para de allí lograr un beneficio. Quiere hacer que los otros crean que posee alguna cualidad, la que sea, que en verdad no tiene. Es, al final de cuentas, un caso de fraude, de mentira. Pero hay mucho debajo de esa superficie de la hipocresía. Sí, todos entendemos que se trata de una mentira, de un engaño.

Pero hay otra posibilidad aún más aterradora. ¿Qué sucede si el hipócrita termina creyendo que es verdad lo que aparenta? Me refiero a eso de convencerse a sí mismo del engaño que hace a otros. Pongamos esto de manera sistemática. La hipocresía de primer grado es la que engaña a otros. La hipocresía de segundo grado es la que engaña a otros, pero también al mismo hipócrita, el que acaba creyendo cierta su mentira.

Un articulista venezolano, Edgard Perdomo A., decía en uno de sus escritos lo siguiente: por encima de las palabras y los conceptos, la batalla de las ideas no significa de manera alguna una consigna, sino que implica la total comprensión de los ideales de un pueblo en busca de su soberanía, independencia, paz y progreso.

Para muchos la batalla por la anhelada justicia social se ha convertido en una recia actitud de avanzar ante la vida misma. Abraham Lincoln decía: “Los poderes del dinero están sobre la nación en tiempos de paz y conspiran contra ella en tiempos de adversidad. Es más despótico que la monarquía, más insolente que la autocracia, más egoísta que la burocracia”.

Históricamente en la actividad política se ha comprobado que quien más utiliza los términos salvar a la patria del “régimen”, lucha a muerte contra la corrupción, la inseguridad en las calles, el alto costo de la vida de sus ciudadanos. Son los eternos politiqueros de siempre y los que más se han llenado sus bolsillos con el vil metal, a costa de los infelices ciudadanos que dicen defender.

Resulta paradójico y hasta incomprensible como en nuestro país, que pretende evolucionar hacia el desarrollo y ser una autentica expresión de la voluntad popular, todavía exista una casta de políticos que sigan pontificando sobre la demagogia cuando la “mediocridad filosófica” les brota por los poros, ante la mentira y la incapacidad manifiesta en el arte de gobernar.

La hipocresía política cuando se une al cinismo, siempre apunta hacia una complicidad manifiesta, ordenada y sociológicamente concertada, que repercute directa o indirectamente, en una práctica beneficiosa y no benefactora hacia el común de la gente.

El cinismo político implica por lo demás, la exaltación indiscriminada de la improbidad, de la práctica maliciosa y del doblez moral. Ocurre muchas veces que el político hipócrita no alardea de su incorrección, sino que siempre tiende al ocultamiento y a la circunspección cuando están al frente de los micrófonos y las cámaras de Radio y TV.

En cambio el cínico politiquero, presume mucho de lo que sabe: que es un impostor arrogante y pendenciero. Cada día con mucha indignación y, lo que es peor, con mucha indiferencia, buena parte de la ciudadanía de este país, que viven al margen de los círculos clientelares del poder, el nepotismo, el tráfico de influencias, el amiguismo, la falsa información privilegiada que pulula alrededor de alcaldías, ministerios, instituciones del Estado etc. son testigos del cinismo ramplón con el cual actúan buena parte de los políticos tanto del gobierno como de la oposición.

El cinismo, la hipocresía, la desvergüenza, la desfachatez, el descaro, la impudicia son los ingredientes corrosivos en el accionar político y son parte de la escuela filosófica socrática. Cuando el cinismo se junta con la corrupción. Entonces el deterioro afecta el cuerpo y el alma de la República.

Muy poco son los políticos que, cuando son criticados por los medios de comunicación, censurados por el pueblo o investigados por la justicia, intentan engañarlos o confundirlos, utilizando con frecuencia sus terminales mediáticos, para señalar que las críticas, en realidad lo que buscan es perjudicarlos.

José Martí decía: “Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura siempre lo que un pueblo quiere”. Por eso es que hay estar siempre en política con el: Veni, Vidi, Vinci con la ética y la moral siempre por delante. Porque hay una frase lapidaria que reza lo siguiente: “Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias tumbas”.

Este lenguaje hipócrita y cínico, que tanto utilizan muchos políticos, es lo que más desacredita la política. El doble y falso lenguaje. Tanto el heroico como el salvavidas. No es necesario citar nombres -de aquí y de allí-, para no reducir a anécdota la categoría. Además, estos días están en la mente de todos.

Decir lo que no se piensa es cinismo puro. Proclamar como propio lo que no es más que una consigna de partido, es simple teatro. Defender lo que ya se sabe que no se cumplirá, constituye vil engaño.

El cinismo, la hipocresía y la mentira no son instrumentos honestos ni válidos para la gobernabilidad. La política -se repite- es el arte de lo posible, y de hacer posible lo que parece imposible. Pero no con artimañas engañosas e impuras. Las conductas y los medios innobles o sucios,corrompen los objetivos más nobles, los idealismos más legítimos y las ansias de estabilidad más necesarias.

Todo puede defenderse en democracia, pero con sinceridad y honestamente. No con engaños ni imposiciones, de ‘iure’ o de ‘facto’. No atribuyéndose la representación de todos, cuando sólo se cuenta con la de una parte, dividiendo así a una sociedad plural. Esto contradice el principio democrático de la buena fe y el respeto al otro. El mismo fundamento de la convivencia.

En situaciones de grave tensión, generalmente alentadas por intereses partidarios o posicionamientos temerarios, y en que el apasionamiento suele ofuscar la razón, no se repara en los medios, que se creen justificados por inmovilismos trasnochados, de unos, o por idealismos quiméricos, de otros. Estamos en una de estas situaciones, que casi nadie quiere, pero que demasiados se dejan llevar por la fuerza del viento, quizás de un viento soplado entre bastidores, con más o menos buena o mala fe, con ánimo redentor de espesas nieblas pero con consecuencias devastadoras.

Por esto es tan importante para la ciudadanía, para el pueblo llano, detectar bien y a tiempo el grado de cinismo, hipocresía o engaño de los discursos políticos, de todo signo, que pretenden perpetuarle inmerecidamente en el inmovilismo o arrastrarle en la aventura de la rebelión. El tráfico político tiene su código legal.

Todo lo anterior se menciona porque, a pocos días del “informe de los primeros cien días” del gobierno del Partido Acción Ciudadana, con Don Luis Guillermo Solís a la cabeza, han empezado a surgir y a aparecer en la prensa (la eterna complicidad de la prensa) personajes desprestigiados, sobre los que pesan acusaciones gravísimas: deshonestidad comprobada al recibir comisiones por ejercitarse en el tráfico de influencias, o participación culpable en la elaboración de estrategias tendientes para engañar al pueblo, como fue el caso del “memorándum del miedo”, cuando estábamos discutiéndolo del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de América.

Solamente nos falta que el otro personaje, al que premiaron con una embajada ante la Santa Sede, nos venga ahora con actitudes devotas, invitándonos a un trisagio, rosario o rezo del niño, porque lo que es viacrucis lo hemos padecido todos los ciudadanos (excepto él, claro está).

Por otro lado, se cierne un manto de silencio sobre los grupos que llamamos “de oposición” que no augura nada nuevo. El cínico y el hipócrita conjuran primero en el silencio de sus guaridas, para luego salir pontificando a grito en cuello.

Y finalmente, se han dado ya algunas señales medio confusas, por no decir absurdas, del actual gobierno, como la ley que amplía los beneficios económicos que el Estado le otorga a la Iglesia Católica, hacia otras confesiones religiosas, cuando el compromiso era, precisamente, eliminar todo tipo de financiamiento a grupos religiosos, te cualquier confesión, respetando y protegiendo la libertad de culto, y estableciendo una cultura de respeto y consideración a quienes practiquen cualquier creencia, por más esotérica y absurda que fuese, pero distanciando el Estado de esas actitudes, y dejando que sean los propios fieles a estas creencias los que mantengan las actividades de devoción y otras en las cuales se encuentren involucradas.

Enviar semejante proyecto a la Asamblea Legislativa tiene dos interpretaciones: hipocresía ante quienes votaron mayoritariamente por este gobierno, porque creyeron en sus promesas, y aquí se incumple la primera; o cinismo, si es que se envía para darle muerte a semejante estropicio absurdo.

Pongámonos a pensar un poco, y no sigamos con esta actitud tan tica de “no hacer nada”. El pueblo habló con voz clara y fuerte, y cualquier desviación debe ser corregida de inmediato, mediante la protesta popular.


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