Chávez de cemento

Veo, gigante, que te están haciendo exactamente lo que no te gustaba. Estatuas y Bustos, nombres de carreteras, hospitales, CDI's, y cuanta obra requiera de un buen nombre para ser bautizada.

Igual fue al gigante Simón. Así ha sido con otros gigantes de la historia. Así es más fácil creer que cumplen con tu legado. Así te tienen rígido, sin voz ni voto. Inanimado. Con la mirada extraviada. Inmóvil. ¡Con esa mutilación que tienen los bustos! ¡Sin brazos ni piernas!

Han proliferado los Hugo Chávez de bronce, de cemento, de barro, de arcilla de hojalata, de cuanto material garantice que no se mueva, ni respire, ni grite, ni camine, ni reprenda, ni clame en favor del pueblo. Las estatuas no se arrechan.

Un legado no cabe en una estatua. Menos el de Hugo Chávez. Ese legado de gigante se tiene que honrar en las luchas sociales que aún no tienen respuestas; en las letras del abecedario de nuestros niños; en los surcos vacíos de nuestros campos que esperan por la semilla para ser sembrada; en el mercado donde compra el campesino y el obrero; en los anaqueles donde se alimenta el pueblo venezolano; en las aulas universitarias llenas de ideas, debates y esperanzas; en los yacimientos petroleros que garantizan la solvencia de la república; en los hospitales con insumos para la vida en contra de la muerte; en los cuarteles donde se defiende la soberanía; en el corazón de una patria nueva pletórica del verbo encendido del arañero. ¡En la dignidad del indio y del anciano; allí donde nace el arco iris de una nueva república, socialista, humanista, solidaria, sustentable, posible y verdadera! Nada de eso lo garantiza una estatua que sólo servirá para ser cagada por los pájaros del olvido. Los mismos que auguraron tu muerte para entronizarse con tu nombre pero sin tu moral. Los mismos que te erigen estatuas para garantizar que estás muerto.

Sin embargo, gigante, ellos no tienen la última palabra, que es tuya. Ellos no tienen fuerza para levantar tu bandera. Sus engañosos discursos, se secaran en la rauda palestra de la muerte.

Hoy nos duele Venezuela, porque somos chavistas y Chávez es Venezuela. Chávez es el pueblo, nosotros somos pueblo y por tanto, nosotros somos Chávez.

Evocamos un Chávez vivo en el proceso que inició su legado; la mejor ofrenda que podemos rendirle a su memoria, es rescatar lo que otros pretenden usufructuar para sus propios capitales políticos.

El sacrificio fue una constante en la vida de este gigante. Sacrificio familiar, profesional, humano. Un sacrificio cuya firma moral rubricó el sacrificio del gigante Simón Bolívar. Aquel caraqueño, a quién le llovieron y llueven estatuas de todos los rincones del globo. Pero a quien, aún en vida y fresca aún la gesta libertaria de las Américas, fue traicionado por algunos de sus cercanos colaboradores. Traición que amargó hasta los tuétanos el resto de la poca vida que le restaba en saldo sacrificial.

Muchos fueron los traidores, que después de apagarse aquel candil universal, redundaron en lisonjas, en proclamas vacías, en homenajes iscarióticos al estilo del más chauvinista de los sentimientos de la mentira institucionalizada.

Tanto en Caracas, Lima, Quito, Guayaquil y Bogotá. Todos los que lucharon en contra de su ideal integracionista, posteriormente erigieron monumentos faraónicos en su nombre.

Al gigante de Sabaneta, el integracionista del siglo XXI, también le están preparando muchos monumentos. Ya hemos visto unos cuantos. Sin embargo, al contrario del gigante caraqueño, hoy hay un pueblo maduro y arrecho que no come cuentos. Un pueblo que aprendió las lecciones de la historia develada que mostró Chávez, como parte del legado bolivariano que propició el huracán revolucionario cada vez que Simón Bolívar, como decía Neruda, despierta

Hoy, al igual que hace 200 años, se vuelve a equivocar la canalla traidora. Ni siquiera hablamos de la oligarquía de turno, sino de muchos que sudaron el mismo sudor, profesaron los mismos propósitos y hasta lucharon las mismas batallas. Hablo de la traición que significa deshonrar un legado a cambio del beneficio propio,artero y egoísta que esconden las agendas ocultas. Coincidieron en creer que al morir el gigante de turno, el momento de sus glorias aviesas había llegado, y el colofón de sus victorias coronado con los consabidos homenajes póstumos.

Error. Simón y Hugo están más vivos que nunca. Ya el pueblo grueso lo sabe. El pueblo de a pie, al igual que los lanceros de Carabobo, de Pichincha, de Bomboná, y otras tantas tierras de valor. Los ejércitos libertarios que levantaron estos gigantes, son inamovibles y pasarán por encima de los traidores del tamaño que estos sean.

Neruda lo pintó con los siguientes colores:
Capitán, combatiente, donde una boca
grita libertad, donde un oído escucha,
donde un soldado rojo rompe una frente parda,
donde un laurel de libres brota, donde una nueva
bandera se adorna con la sangre de nuestra insigne aurora,
Bolívar, capitán, se divisa tu rostro.
Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo.
Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado.
Los malvados atacan tu semilla de nuevo,
clavado en otra cruz está el hijo del hombre.

Hugo, libertador del siglo XXI, la estatua que te dedicamos tiene olor a rosa, tiene forma de libertad y tiene el tamaño de la América que nos legó Simón.

Libertador, Simón, un mundo de paz nació en tus brazos.
La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron,
de nuestra joven sangre venida de tu sangre
saldrán paz, pan y trigo para el mundo que haremos.

Hugo, la patria verdadera, sigue, a pesar de las estatuas muertas.


lgraterolh@gmail.com


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