La ruptura cultural, una urgencia impostergable

"Aunque corten todas las rosas no detendrán la primavera" (Pablo Neruda).

En términos históricos, los asuntos son abordados desde la perspectiva del hombre visto en el tiempo y el espacio, unido de manera umbilical a las sociedades siempre variantes e inexorablemente a su medio ambiente social

El hombre es el único ser capaz de crear su medio: la sociedad que resulta realmente compleja. Las condiciones materiales de existencia serán las que van a determinar su ser, y esta frase puede sonar disonante en estos momentos, pero como diría Serrat: "nunca es triste la verdad lo que no tiene es remedio", en nuestro caso es así.

Por lo general, las verdades científicas son duras; hace escasos algunos días uno de los más famosos astrofísicos del planeta reafirmó lo que Nietzsche había sentenciado: "Dios no existe". Para muchos, estas cosas pueden sonar estridentes, pero cada día el desarrollo histórico de la sociedad y la lucha que se genera en su seno, acentúan más las contradicciones; la diferencia entre los que no tienen nada y las minorías ínfimas que tienen todo, es más profunda y dinámica.

Por otro lado, la disparatada tendencia psicótica por la acumulación voraz de capital, se convierte en una aberración, "uno de los sueños más corrientes del ser humano: adquirir mucho poder y prestigio en la sociedad en la que vive. Trabajando lo menos posible" (Koch Paul, 2007).

Esta lógica ilógica de que unos pocos acumulen riqueza hasta más no poder en perjuicio de muchos, se hace cada vez más vergonzosa y rapaz. El trabajo humano y su valor, así como el plus producto de quien genera la explotación del hombre en un mundo más globalizado, también adoptan estas características, es decir, la sumatoria de las riquezas que generan los trabajadores del mundo son concentradas en las manos de una minoría de la humanidad, que controla las fuerzas económicas que esta misma ha creado.

Mientras tanto, en el otro extremo de la vida, ubicamos una masa de explotados sometidos no únicamente a la esclavitud del sistema asalariado, sino también al consumo como Dios moderno de este orden de cosas que no respeta nacionalidades, costumbres, credos religiosos, fronteras económicas, ni la tan endeble sensibilidad de la vida en el planeta.

La informaciones que se escapan de los laboratorios de la ciencia que se ha puesto de rodillas al sistema de la opulencia, nos dicen y predicen lo insoportable e insostenible que es este sistema de vida, alertándonos sobre la catástrofe planetaria a la cual asistimos, a veces de manera resignada, como si la soberbia, el consumo y la locura nos hubiese ganado la batalla de la vida. Si fueran usadas de manera racional, nuestras escasas reservas energéticas bien podrían servirnos para sustentar las posibilidades de vida de algunas nuevas generaciones, las cuales están realmente en peligro de extinción. Asistimos miserablemente como co-espectadores de una danza dantesca de la muerte de la especie humana, sus emociones, costumbres, modos de vida, culturas y hasta sensibilidades.

Hemos construido un mundo tan perversamente individual, que pareciera que la vida se remitiera a la distancia que media entre nuestra limitada visión y el ordenador. La soledad del Homo Sapiens es cada día más profunda, y la depresión global se convierte en la epidemia de un mundo conectado que se ha perdido en sus mismas veredas, aquéllas que ha creado para asegurarse de un sistema de vida que se volvió sencillamente insensible e incompresible.

Las expresiones de esta crisis planetaria ya son imposibles de ocultar, ya el Citalopram y el resto de los antidepresivos son parte de la dieta diaria de niños, mujeres hombres y ancianos de esta triste humanidad, en los anaqueles de las farmacias y grandes Malls ya son vendidos sin prescripción médica. Esto evidencia la angustia, la desesperanza y en sí, la tristeza que le gana cada vez más terreno a la vida, y la utopía se parece más y más a un sueño difícil de lograr. Pareciese que asistimos o vivimos los tiempos de los "poetas muertos" y no lo hemos notado o nos hacemos los locos para no aceptar los límites de esta estupidez planetaria.

Hace ya algunos días un luchador nuestro, mártir de la revolución de los trabajadores dijo: "somos la vida y la alegría en tenaz lucha contra la muerte y la tristeza" y por este credo él ofrendó su propia vida.

Creo en la profundidad de este pensamiento, lo acepto y milito en él, me niego como humano a asistir a los albores de nuestra propia extinción, ceder el paso a las fuerzas de la oscuridad sería fatal, por ello es que escribo estas palabras, algunas veces debo confesar, de forma desesperada, pero nunca escéptica, no me resigno a ceder a mi vergüenza humana. No podemos ni debemos ceder ni un "tantico así" a las macabras fauces del mercado y a su garra invisible e infernal; debemos creer profundamente en la bondad de lo humano, tener la más absoluta confianza de que se impondrá la inteligencia.

Debemos aferrarnos al pensamiento de que otro mundo es imprescindible, pues es urgente salvar la vida y sacarla fuera de esta tétrica escena del derroche. Los "mercaderes del templo" no podrán ocultar la belleza que resplandece en cada instante, cada momento en que ocurre el milagro de un nuevo nacimiento, una simple sonrisa cada vez que se le gana la partida a la muerte y la tristeza; por eso creo en la lucha como esa fuerza colectiva que nos liberará de esa especie de epidemia global de histeria a la que nos ha conducido el único responsable de esta locura: el capitalismo. Prefiero seguir militando en la locura de saber que: "Aunque corten todas las rosas no detendrán la primavera" (P. Neruda).

Nuestra fuerza es superior porque nos mueven las pasiones sublimes del hombre. El modo de producción dominante no podrá comprar la esperanza, porque no está a la venta ni aún en los estertores de la muerte, y, en definitiva porque ellos jamás comprenderán nuestro credo, el que sentencia: "en fin creo en mí porque sé que hay alguien que me ama" (A. Nazoa).


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Arnaldo Guédez


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