Quienes no hayan vivido intensamente su juventud, más que pendejas o pendejos, estos jóvenes han sido castrados por viejos imbéciles, quienes para preservar el status quo han adocenado a nuestros jóvenes, apoyados en esa "trilogía embrutecedora" (Emir Rodríguez Monegal), que no solamente ha hecho daño al indígena, sino a nuestros jóvenes, en general, con las armas del: poder religioso, político y militar, todos desde la superestructura del capitalismo más asqueroso.
Afortunadamente, como la describe Ruben Darío en su poema "Canción de otoño en primavera", desde una distancia decantadora y reflexiva en el tiempo, la juventud sabe, siente y vive la irreversibilidad de este "Divino Tesoro" que se va para no volver.
Esto es, precisamente, lo que nos convida a contribuir a que la juventud no pierda su tiempo y no deje escapar su vida en: preservar lo viejo, a ser soporte de "viejos imbéciles" ( como los llamaba Arturo Úslar Pietri), a que no pierdan su presente, ni se lo dejen robar, como nos lo robaron a los de mi generación, que empieza a usar canas, como las anteriores.
Porque -siguiendo las evocaciones de Rubén Darío- a pesar de que "/ya no hay princesas qué cantar/", desde la madurez, podemos apreciar sin equivocarnos, que los jóvenes prometen más, es decir, esa "Generación de Oro", formada en nuevos valores, los bolivarianos, socialistas y chavistas, son ese presente de una revolución alegre, que la hace "irreversible", como diría el joven Diputado Robert Serra.
Desgraciadamente, a la sombra de esos viejos antivalores, han crecido otros jóvenes herederos del odio, del desprecio por la vida, hacedores de la muerte, envejecidos. Ellos y sus viejos resabiados, nos han cobrado vidas de jóvenes, en asesinatos guarimberos, en muertes impunes, como todos los muertos del 2013 y 2014, sin olvidarnos nunca del 2002.
Esos necrófilos y sus celestinos, asesinaron a Eliécer Otaiza, María Herrera, Robert Serra. Ellos, nisiquiera nos dejaban enterrar a nuestros muertos y borraron toda prueba, como le sucedió al joven de diecinueve (19) años, Alejandro José Pino Guzmán, mi hijo, el veintiuno (21) de marzo del 2014, en las inmediaciones de Chacao, a una cuadra de la Plaza Francia de Altamira, sin pruebas y sin ganas de conseguirlas a quienes corresponde, sin testigos, por el silencio cómplice y la complicidad institucionalizada, porque la guarimba los ha llevado a ocultar y/o desvanecer las pruebas de videos, gracias a la acción de otro joven envejecido, alcalde de Chacao, quien como sus viejos formadores, a quienes sirve, goza de total impunidad, por tantos crímenes. Hoy, la juventud víctima de esos asesinos, está pudriéndose a tres (3) metros, bajo tierra. Su memoria no descansa entre nosotros. Y los hacedores de la muerte, con sus celestinos, nos han ganado la partida.
Aún con todas las dificultades e infortunios irreparables, hay esperanza, gracias a nuestra Juventud de Oro, que se destaca y empina cada día, en el deporte, en la academia, en las calles, en el campo, en las barriadas y urbanizaciones, en la política, en el trabajo y en todo lo que comporta la vida nacional. Por ellos y con ellos, cada veintiuno (21) de noviembre, celebramos con orgullo y alegría esperanzadora el "Día de la Juventud", porque podemos decir, gracias a ellos, como en el Poema citado, que:
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro... Y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!