¡Capitalismo!, aunque sea el corruptor de la sociedad

No hay capitalismo bueno. El capitalismo se sustenta sobre una base material la cual se resume  en la propiedad de los medios de producción en manos de pocos y en la explotación del trabajo del obrero; del trabajador. Y en una base espiritual, donde se encentra el consumismo. La conjunción de estos dos aspectos rompe la consciencia humana, aliena al hombre de su trabajo y de sus verdaderas necesidades. Es una locura que un trabajador después de que ha armado cuarenta camisas diarias, de esas que llaman “KE”, por el pago mensual de un sueldo irrito, que no compra ni siquiera una camisita, se lo exciten, se lo provoquen, para tener una de esas misma camisas al costo social que sea.  Es así como el capitalismo, sin consumo y sin consumismo, no funciona. La explotación del trabajo va de la mano de la “explotación” del consumo, convertido en consumismo.

Otro asunto es que el capitalismo no soporta planificación alguna. La ganancia, la acumulación de riqueza, la acumulación de capital está por encima de todo lo demás, es un patos, es una enfermedad que ata al capitalista la dinero y su poder comercial, a su valor de cambio, al punto de llegar a creer que el dinero por sí solo es un bien necesario para la vida. Solo pensemos en la suerte del Rey Midas, o en la maldición del fulano rey, el cual fue condenado por su ambición a que todo lo que tocara se convirtiera en oro. Ese así como el capitalismo desarrolla una sociedad que así como construye destruye. Pero hoy sabemos que destruye muchísimo más de lo que construye de lo que aporta a la sociedad. El capitalismo se ha convertido en la acción anárquica por excelencia. En él  "Todo lo sólido se desvanece en el aire". Es por eso que “consumir” dentro de sus reglas de mercado potencia su existencia.

El consumo irracional se da en el corazón de la misma sociedad. Las reglas están arraigadas en lo más profundo de nuestra alma. Ellas tienen que ver con el estatus, el prestigio, la moda, la acumulación de riqueza, con la competencia por tener y por poder tener. Hasta ahí llegan los mensajes fundamentales del capitalismo, a estimular esos sentimiento al máximo, y ponernos en la situación mental de tener que comprar y comprar, consumir y consumir todo aquello que pueda llenar el abismos de insatisfacciones con el cual el sistema ha socavado nuestra voluntad.

En nuestra sociedad no se puede dejar de consumir porque hasta ahora es este orden de las cosas el que tenemos, es esta escala de valores nuestra única referencia social. Chávez lo sabía y quiso cambiar el orden constituido, dando un ejemplo con su propia vida mostrando que tales aspiraciones de vida fundadas en la riqueza material y en el prestigio, son candilejas, fuego fatuo.

Muchas veces habló de su vida de su vida humilde aunada a la felicidad. Habló de sus sueños, de sus grandes deseos, y que yo recuerde ninguno estuvo desligado de la felicidad. De su felicidad que era la felicidad de todos, el socialismo.

Hoy estamos pidiendo, de verdad verdad, peras al olmo. El presidente maduro: “Los venezolanos tendemos a ser muy consumistas en todos los planos, debemos conquistar una vida de felicidad sin consumismo”, dijo desde Valencia, Estado Carabobo, donde preside una jornada de trabajo del Gobierno de Calle. (Noticias 24, AVN, 29 de abr de 2015 4:05 pm). Parecen palabra huecas ¿Acaso hemos hecho algo por dar el ejemplo de austeridad, de educar en vez de regalar cosas demagógicamente? No se entiende al presidente cuando muestra en televisión cómo le regala una camioneta nueva a una familia, solo porque juzgó que el señor la necesitada; o una vivienda a alguien porque se la pidió a través de un mango ¿Qué pensaría todas aquellas personas que todavía hoy están en listas para comprar carros y, peor aún, las que esperan por viviendas? Son actos impensados, caprichos del poder, los cuales vacían de contenido su petición por disminuir el consumismo.

Eso no va a pasar, señor presidente, mientras la lógica del capitalismo sea la lógica con la cual pensamos los problemas que más nos aquejan, a saber: la delincuencia, la corrupción, el consumismo, el derroche, y así, hasta llegar a la China.

El Grinch,  un  viejo capitalista se hizo bueno solo un día, pero después de haber visto todos los fantasmas, las secuelas de su alma miserable. Si se llega hacer bueno del todo deja de ser capitalista y ya. La lógica capitalista tiene sus reglas sociales, y están reguladas por instituciones capitalistas (burguesas, desde luego): por las leyes capitalistas, la justicia capitalista, la democracia capitalista, las estratificaciones capitalistas; por los medios capitalistas, la publicidad capitalista, los noticiarios capitalistas, la gran industria cultural capitalista, por los valores capitalistas. No nos queda más que cambiarlo todo.

Es por eso que resulta insultante que se pretenda falsificar a la revolución socialista chavista con esto que se puede llamar la voluntad de la mediocridad; es indignante habernos detenido de pronto, colocando el retroceso por falta de arrojo. Es lo que se percibe. Y lo que lamentamos más que eso es que nadie pueda explicar por qué: Porqué se vende el oro, porqué se activaron las minas de carbón en el Zulia, qué es esa provincia de Shandong en China y por qué queremos imitarla, por qué se modificó el plan de la patria, por qué se solicitó una Ley Habilitante solo para aprobar la Ley de las Zonas Especiales. Y así otros porqués que nos tiene decepcionados. Decepcionados pero no desanimados, esto solo nos hace más fuertes.

Vivimos un momento particular de nuestra historia donde hemos podido ser un ejemplo digno de la rebelión de los pueblos contra el sistema capitalista. Pero ahora podemos llegar a ser un ejemplo de cuán débil puede ser una “revolución” sin una idea clara que ilumine su camino. Pasamos de ser un pueblo chavista con vergüenza de clase a ser un pueblo avergonzado de su clase, que mendiga y no conquista. ¿Será entonces, como dice el poeta, que habrá que “apalear a los pobres” para que recobren su dignidad? Nosotros no nos vamos a dejar apalear; como dice el mismo poeta, no me someto “¡No quiero!”



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Héctor Baíz

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