Cambiar la economía

Cambiar la economía (es decir, la estructura económica del modo capitalista de producción) representa, sin duda, la dimensión más radical y profunda de los cambios revolucionarios  de una “formación social” que puja por la forja del tránsito socialista a partir del capitalismo que la contiene y conforma como el modo de su existencia y de su vida. Pero este cambio es imprescindible, y los esfuerzos consecutivos y denodados por desencadenarlo y conducirlo, consciente y direccionalizadamente, en términos de una gran ruptura con la trama económica de la mercancía y, por tanto, con el sentido y lógica, históricos, del capital, constituyen hoy, paradójicamente, “una prioridad postergada” por la Revolución Bolivariana, que se debate, aun, por la mejor y más acertada elección de sus  pasos, en la construcción y profundización del Socialismo.

Cambiar la economía no sólo supone la determinación categórica de una voluntad política firme, irreversible e irrenunciable, erigida por  el gobierno revolucionario, sobre el apuntalamiento de una democracia radical y, por tanto, basada en el poder popular, sino, fundamentalmente, desalienar la consciencia que nos conecta con la” existencia social”  y, aun, con la” consciencia social” del sistema que se articula, sobre y entorno, al régimen de producción capitalista, el cual configura, estructuralmente, el contexto de nuestra formación social.

No es una tarea fácil porque el “sistema” se prolonga en nosotros, hasta incluir a nuestra subjetividad, instalándose en ella como un “dominio extranjero interior” que semeja ser, auténticamente, lo propio; y es justamente aquí donde se anuda el tuétano del problema; nuestro capitalismo petro-rentista, acumuló su historia y desarrolló su modalidad particular, en el ámbito, geodependiente  y determinante  de la periferia mundial capitalista. Allí se hizo, allí cobró su rostro, perfil y caracterización propios; allí recibió, fatalmente, los signos de su destino de discapacidad industrial y perennidad rentista, por designios de la dominación “globocolonizante”, del  centro metropolitano.

El imperialismo contemporáneo, que remonta su “fase superior” en la “globalización” omnímoda de su presencia ubicua, aparece, se reitera y reproduce en las “formas cosificadas” de nuestra  economía capitalista, de nuestro “modo de producción”; y es aquí donde se endurece el asedio del Imperialismo a nuestra Revolución y donde adquiere su máximo poder de entronización y determinación de nuestra economía, y de nuestras conciencias, natural e indisolublemente ligadas a ella dado que toda economía capitalista es, en su estructura y dinámica, como creación y producción histórica de los hombres, un enjambre de relaciones humanas, de relaciones sociales de producción, que asumen ante nosotros y entre nosotros el carácter de “cosas”; cosas que entrañan, en si mismas, algo que se ha denominado “valor”, un extraño “valor”, “valor económico”, que no es más que la forma social que asume el trabajo en la sociedad capitalista; o lo que es lo mismo, “valor” que es sólo un producto más del “mundo humano”, una relación social, una relación de producción entre los hombres, disfrazada de “cosa”, de “valor económico”; ese es su misterio, ese es su secreto, esa es su realidad detrás de su “fetichismo”.

Ante este formidable y aparente misticismo de los productos del trabajo, una vez que aparecen en la historia humana como mercancías, y la mercancía intensiva y extensivamente desarrollada, en la órbita madura, históricamente, del capital, podemos decir que los más perdurables y resistentes trenzados del entretejido histórico del mundo humano, son las relaciones sociales de producción, las cuales han sido producidas por los hombres, y a través de las cuales, éstos se han producido a sí mismos. De modo tal que esta economía reificada que desnaturaliza el sentido vital y reproductivo de la producción social  (porque toda producción económica no es, en su esencia, más que una producción social) determina la alienación o enajenación  de las conciencias ( y esto quiere decir, de la” conciencia social”) que se articulan a élla, necesariamente, como forma cotidiana del pensamiento que acompaña a la lucha diaria por la producción y reproducción social de nuestras vidas. Esta conciencia social alienada, así determinada por esta existencia social reificada ( la economía capitalista) verifica el silencioso y más acendrado sojuzgamiento del Imperialismo, actuando como por inoculación, a través de un sistema reiterativo de su matriz económica de poder, que imposibilita la liberación y desalienación de la conciencia que forma, insensiblemente, articulación con él.

Ahora lo vemos claramente; si la relación consciente con nuestra economía, la cual nos incluye permanentemente, es la causa más recurrente de la enajenación de nuestro pensamiento económico, y social en general, y por tanto, de nuestra conciencia de la realidad, cambiar revolucionariamente nuestra economía se impone como la tarea, prioritaria y urgente, de cortar el vicio de un circulo de dominación, estratégicamente reproductivo, que impuesto desde el entramado internacional Imperialista que nos incluye, geoestratégicamente, y desde el interior de nuestra propia subjetividad, sólo   encontrará como respuesta efectiva cualquier pensamiento  o acción, insurgentes, que , en sus intenciones y objetivos constituyan “un asalto al capital”

 


americoideofil@hotmail.com



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