¿La culpa es del socialismo?

Es sábado en la tarde y  cae una lluvia pertinaz. Desde hace varios días llueve  en la ciudad de San Cristóbal  y eso viene preocupando a todos los que vivimos en esta ciudad y en este estado andino. Sin embargo, eso no es impedimento para que Cipriano Carpio vaya al supermercado a comprar algunas cosas. Protegido por  su infalible  impermeable de color azul, va caminando precavido para no mojarse. A medida que avanza ya siente que los pies se le van poniendo fríos y las medias comienzan a empaparse. ¡Carajo! estoy más jodío que malacho, dijo con preocupación. Y pensar que los zapatos están más caros que las alpargatas, volvió a decir en silencio.

      Cuando entra al supermercado, siente una corazonada: ¡Carajo! de aquí salgo atracado. Efectivamente, apenas empezó a buscar los productos, sintió como un latigazo en la espina dorsal, que le produjo un breve temblor en todo cuerpo.   El cartón de huevo, o de ñema como le decimos en oriente, costaban 450 bolívares. Respirando profundo agarró dos cartones y los puso en su “carrito”. Así fue seleccionando uno que otro producto de precios exagerados en la especulación,  el robo en vivo y directo, pues. Por allá, se escuchaba uno que otro gafo diciendo “esto es culpa del socialismo”. Don Cipriano Seguía por los pasillos del supermercado y los comentarios absurdos no se dejaban de escuchar, sobre todo de los jóvenes, esos que usan tatuajes y zarcillos en sus orejas. ¡A muchachos  para gafos! decía mi amigo Cipriano. Escuálidos gafos.

          Así, como el que no quiere la cosa, mi amigo Don Cipriano se fue acercando a donde estaba la carne. De allí salió pálido, espantado, como si hubiera visto un fantasma. Se repuso y siguió caminando despacio, atento a los precios de los atracadores. Pasó por donde estaban las verduras y allí fue asaltado nuevamente. Todo golpeado por la maldad y el egoísmo  de los saqueadores con licencia, fue a la sala de quesos, luego donde estaba el champú y otras cosas necesarias para la casa. Cuando ya se disponía a dar una vueltica por donde estaban los licores y comprar una botella de sangría, sonó su celular. Aló, aló, mira mijo, vente ya para la casa, le dijo de manera determinante Doña Horacia, esposa de Cipriano. Una orden.

         Como preparándose para la horca o bien para ser fusilado, Cipriano Modesto Carpio caminó cauteloso hacia la caja, donde debía cancelar los productos especulados. Con un tono áspero y de desprecio, la cajera le exigió su cedula de identidad, advirtiéndole que tuviera el dinero completo para que no tuviera problemas. En la cola para cancelar de las otras cajas era la misma cantaleta. Que todo esto era culpa del Maduro, del gobierno, de Chávez y del socialismo. Que todos estos precios caros eran porque el socialismo es así. Mejor es el capitalismo, así sea el egoísmo puro, decían.

          Una vez llegó a su casa, Don Cipriano se puso a pensar en cada una de las estupideces que escuchó en el supermercado. Pero más que pensar, eran interrogantes precisas que el mismo se hacía: ¿Cómo es eso de que nos están robando y es culpa del socialismo? ¿Los especuladores  están matando a la familia y es culpa del socialismo? Que va, se respondió el mismo. El verdadero culpable de todo esto es el capitalismo, los empresarios miserables que no les importa el dolor de la gente, con tal de conseguir ellos sus ganancias abultadas. La culpa no es del socialismo, sino del miserable capitalismo y de todos los escuálidos seguidores de tal doctrina. ¡Que muera el capitalismo! ¡Que viva el socialismo! Así debe ser.



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Eduardo Marapacuto


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