De seguro la inquietud girará en torno a la razón que me lleva a escribir acerca de estos temas que quizás, son poco atrayentes para el interés de algunos lectores/as de esta prestigiosa página que es Aporrea. Particularmente deseo agradecer públicamente que me hayan permitido expresar libremente lo que pienso, cómo lo he hecho hasta ahora.
El espejismo de ser libres. La libertad, ¿de verdad somos libres? No. Nunca lo seremos, por lo menos no desde la concepción de “libertad” que se ha establecido dentro de nuestra sociedad. La utopía de pretender alcanzar una libertad absoluta está cargada de un sin fin de subjetividades. La libertad es consecuencia de un proceso colectivo, la misma es inmensa y trasciende la individualidad. Mas allá de los formalismos jurídicos que pudiesen sacarse al debate, los cuales son propios de la estructura dominante, más allá de los íconos culturales que la representan, la libertad al igual que la justicia, son valores codiciados y relativos, pero también son valores secuestrados por quienes establecen las normas con el fin último de dominar. La especie humana, esos 6.3 billones de personas, conocerán y disfrutarán lo que significa libertad y justicia cuando esos valores dejen de estar supeditado a aspectos materiales y se redefinan las mismas desde otros escenarios, tales como el cultural, social, político, económico y especialmente desde el contexto místico-religioso. Muchos y muchas asocian la libertad a la economía, naturalizándose la mercantilización de la libertad. Pero, la pregunta es ¿en verdad, la libertad económica tan anhelada por muchos/as garantizaría la felicidad? o más bien tal logro se constituiría en el umbral de una crisis profunda y necesaria en otros espacios de la vida.
Esta reflexión me lleva a otra inquietud en torno a la Justicia y la consabida interrogante: ¿de verdad es ciega o imparcial? Particularmente, no creo en la neutralidad, y esta apreciación muy subjetiva, pondría en tela de juicio el sistema de justicia tradicional. Y quizás entonces nos preguntemos que es la “verdad” lo “real”, hasta donde podemos llegar, ficticiamente, imponiendo valores y patrones desde realidades particulares. Esto está tambaleándose, la “realidad” no es tal, no existe una sola interpretación de los hechos o acontecimientos. Esto nos obliga a míranos en torno a la posibilidad de reconocernos y reencontrarnos en el otro/a a partir del intercambio de pareceres, opiniones o impresiones, de manera tal que la resulta sea una, a pesar de la contradictoria diversidad, lo que no significa homogeneizar sino armonizar para vivir, pues hasta ahora, creo que son muy pocos/as los que concientemente han “vivido”. Es decir, se vive el estilo de vida que la lógica patriarcal-capitalista impone.
La modernidad, se ha convertido en una suerte de “Dios/a” para quienes necesitan el sostenimiento de lo que hasta ahora ha imperado, ella permite aferrarse y resistir ante la emergencia de otras posibilidades. Ese ambicionado hito de la historia, fundamenta su estructura en un espacio histórico, que ha marcado especialmente la zona sur del continente americano. Ese espacio histórico fue la revolución francesa, cuyos postulados: Liberté, Egalité y fraternité, es decir, “libertad, igualdad y fraternidad” han sido máximas de barro, y se han exportado como mercancía utilitaria y estándar a otros grupos humanos. El discurso de la modernidad es un discurso vacío, alucinante, inoperante y agotado que no llega a los resquicios de la especie en el sentido del quehacer humano, por lo que no es suficiente para satisfacer las expectativas de la colectividad en razón de una alternativa humana para la vida. En fin, tales apetencias troqueladas en el tiempo, papel y quizás en alguna pared, no se han consumado para todos y todas, y sin ánimo de ser fatalista creo que ya no lo harán. Desde la lógica occidental-europea es bien sabido que los verdaderos pilares de la modernidad son sus contracaras: Opresión, desigualdad y exclusión. Es decir, hemos o nos han hecho vivir una ilusión social. Y son precisamente estas contracaras y tal ilusión social, las que están pariendo la otra posibilidad.
Ingrid Castillo
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