Intelectuales y revolución

¿Cuál es el papel que debe asumir un intelectual de izquierda ante los desafíos que supone un proceso revolucionario? Esta pregunta debería, según creo, generar algunos debates importantes en la Venezuela contemporánea. Un intelectual orgánico de izquierda (para ir circunscribiendo este asunto desde la visión gramsciana) asume un rol crítico ante el estado de cosas de su tiempo histórico. Antes bien, hay que dejar claro que el intelectual escribe, asume un discurso público trascendente; su verbo es su arma; eso sí, debe ante todo abrazar una causa justa. Creo que el intelectual es la “voz de su tiempo” que analiza su contexto y propone matrices interpretativas para proyectar posibilidades de respuestas ante los desafíos que se presentan. De allí que el intelectual no debería vender su consciencia a causas partidistas; lo que no quiere decir que éste deba ser una suerte de eunuco ideológico.

El intelectual, como hijo de su tiempo y su contexto, abraza unas causas y rechaza otras. De allí que toma posiciones por un tipo de accionar político, se suma a unos ideales y combate otros. En esa toma de posición (toma de palabra) pública, asume el riesgo de decir desde sus propias convicciones; su “materia prima” es la alétheia: verdad que se revela a partir de la discusión de los grandes temas; en ese sentido, la verdad es un hacer siendo (ethos) comprometido con lo augusto (lo bueno, lo noble, lo bello, lo justo). No obstante, no nos llamemos a engaño, lo anterior obedece a una visión ideal del intelectual; sin embargo, como todo ideal, es un marco de referencia para quienes asumen esta labor tan importante para el devenir de la sociedad.

En Venezuela la intelectualidad está en crisis. Mucho guion pre establecido de uno y otro lado; lo que termina por acotar las posibilidades exegéticas. Si uno lee, pongamos por caso, a un Ramón Piñango, se advierte desde las primeras líneas sus sesgos intencionados. Son evidentes sus costuras político-partidistas en contra del RRRRRÉGIMEN. Por otro lado, si leo a Roberto Hernández Montoya, por ejemplo, pasa lo mismo, pero a la inversa (¿izquierda?): sesgos, discursos laudatorios, panegíricos revolucionarios por doquier, loas; a veces, como por descuido, deja caer algún comentario medianamente crítico, como pidiendo disculpas; nunca una nota discordante, un tono crítico ante algún desatino del Gobierno. En modo alguno el intelectual claudica cuando hace críticas a lo interno de su propio fuero político partidista. Su deber es buscar la verdad, revelarla. Cuando el intelectual sólo ve la realidad desde una visión monódica, termina por aburrir, se vuelve predecible, demasiado apegado a un guion, pierde credibilidad; gana de meretriz y pierde de intelectual. Un intelectual revolucionario es una voz crítica ante la injusticia, venga de donde venga.



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Johan López


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