Dejemos de lado en este momento la curiosa manía de los conservadores en ciertas partes del mundo de ocultar su natural condición de derecha. Venezuela es una de esas curiosidades donde las distintas derechas hacen lo imposible por disimular su condición política, su pertenencia objetiva a un campo del pensamiento, a una determinada sensibilidad, a un marco de valores, a un cuerpo de interpretaciones sobre el mundo, a un específico sistema de intereses. Ocupémonos por ahora de delinear los perfiles de las dos derechas más representativas del mapa del conservadurismo político que habita todas las esferas de la sociedad, es decir, que están diseminadas en las diversas clases, grupos, capas y sectores sociales que conforman el complejo mapa de nuestra peculiar heterogeneidad socio-cultural.
La derecha histérica es una de estas vertientes animada en estos años por la singular crisis política que ha formado parte de los procesos de transformación que están en curso en esta década. Dicha tendencia se caracteriza por un extremo primitivismo en todos los terrenos donde el pensamiento político es la clave para delinear una fisonomía propia, un espesor, un posicionamiento en el espacio público. Esta versión de la derecha tropical debe en cierto modo su notoriedad al vacío que van dejando las decadentes parafernalias de la partidocracia que en nuestro país hace rato entraron en estado de agonía irreversible. Como en otras latitudes del mundo, en Venezuela esta derecha histérica se alimenta del tono fascistoide del “orden”, de las miserias del racismo, de las pulsiones fantasmáticas del odio de clase, del magma valórico de una clase media mayamera tan ignorante como trivial.
La novedad es que las peripecias del proceso político venezolano colocaron a esta facción de la derecha en una situación de extrema debilidad. Las sucesivas derrotas sufridas se le han endosado de una manera implacable. Hoy cuenta muy poco para cualquier definición prospectiva, su peso es insignificante y a falta de algún pensamiento que pudiera sobrevivir por fuerza de su heurística propia, pulula por allí rumiando su sed de venganza.
En tiempos electorales las cosas se ponen difíciles para estos operadores pues ese no es el terreno donde mejor les gustaría actuar. En la medida en que se ventila el camino electoral para las demás fuerzas de la oposición en Venezuela, la derecha histérica empieza a desesperarse. Cualquier arreglo político de cara a las elecciones significa en los hechos una nueva derrota para estos cultores del desastre.
La derecha liberal es otra cosa. Aunque es un campo muy matizado e informe, tiene como rasgo distintivo una clara definición en el campo lo político, es decir, juega con las reglas de la democracia procedimental, navega en una cultura política donde está obligada a cierta lealtad con la Constitución, por ejemplo. La derecha de esta derecha ha coqueteado con el golpismo y los buenos oficios de la CIA. La izquierda de esta derecha le hace ojitos a la derecha de la izquierda y nada cuesta que se entiendan (Si esta fuera una pieza de teatro podríamos escenificar con nombres y apellidos cada una de estas categorías políticas y así quedaría mucho más claro el mapa que pretendemos dibujar. Pero el lector ya tiene en mente a los actores de esa escenografía, así que me ahorro este ejercicio).
Una peculiaridad de esta tendencia de la derecha en el cuadro político actual es que la base de sustentación que puede soportarla está a una gran distancia de sus vocerías, de sus “representantes”, de sus interlocutores. Electoralmente hablando se supone que hay una cantidad de votos por allí disponibles en algún lado. ¿Dónde están? ¿Cómo hacerse de ellos? ¿Cómo transformarlos en una fuerza que sirva para algo? La condición massmediática de esta derecha (su virtud frente a los viejos aparatos de la partidocracia) es ahora su talón de Aquile. No porque el poder mediático sea secundario en asuntos electorales sino más bien porque la traducción de esa fuerza potencial no es una operación lineal.
De momento lo más notable del comportamiento político de la derecha liberal en Venezuela es su esfuerzo por encontrar un acomodo en el mapa electoral que está planteado, es decir, su visible voluntad por transitar la política de la mano de las reglas constitucionales, que son el horizonte inequívoco para cualquier chance de posicionamiento en el espacio público. Este dato es mucho más significativo si observamos que las posibilidades de triunfo electoral son más que remotas. Quiere ello decir que esta derecha liberal ha de estar haciendo cálculos propiamente políticos: en esta coyuntura electoral no es posible obtener una mayoría pero una recuperación visible del potencial opositor sería la plataforma para todas las jugadas que el tablero democrático proporciona.
Para la estabilidad política del país nada mejor que contar con un juego de fuerzas donde el fantasma de la violencia y el terrorismno ya no cuenten. Con la derecha liberal hay que entenderse para gobernar. Cada quien juega sus fichas con la picardía política que le es propia. La democracia verdadera que se construye hoy es justamente la máxima posibilidad de expansión de la diversidad, del pluralismo ideológico, de la diferencia que nos constituye. Sería una ganancia neta para el país que la derecha liberal termine de arreglar sus cuentas con la barbarie del golpismo y con los funerales de la nefasta partidocracia. Despejado ese camino, sacadas las cuentas el próximo 4 de diciembre, entonces podríamos augurar un escenario donde las ideas sean el único motivo por el que cada uno se alebresta. Como la política se hace es con ideas entonces tendremos un país en una fiesta permanente de las ideas.