El rostro lo delató. Mientras más lo increpaba el entrevistador del canal del Estado la mañana del 6 de enero de 2005, más fruncía su seño y se le entrecortaba la voz. El miedo lo embargaba, no sabía qué responder: el público podía percibir sus convicciones capitalistas, liberales burguesas, fiel defensor del republicanismo, la ciudadanización y el Estado docente.
Giros más y giros menos, al fin se atrevió a decir: “Ciertamente. Chávez propuso anoche en el Gigantinho de Río Grande do Sur, el Socialismo del Siglo XXI; pero de algo podemos estar seguros: no se trata del fracasado socialismo real de la URSS ni se inspira en las obsoletas tesis de Marx y Engels. Hasta ahí; la entrevista concluyó.
Mientras esto acontecía en los espacios televisivos, el revuelo en los ministerios, cuarteles, gobernaciones, alcaldías y otros sitios oficiales no se hizo esperar. La perturbación era notable, las tensiones estaban a flor de piel; daba la impresión que el aedes aegypti había transmutado en otro virus: el socialismo. “¿Por qué Chávez afirmó esta insensatez? Nos metió en tremendo lío. ¿Cómo vamos a justificar ahora nuestros viejos valores y creencias?”, pensaron casi todos y todas, mientras se adelantaban los preparativos del retorno del comandante Chávez.
Los compañeros de armas se reunieron discretamente en uno de los cuarteles. Debatieron acaloradamente. Uno afirmó: “¿Y ahora qué le pasó a Chávez, qué bebedizo tomó esta vez?” Otro comentó: “Desde 1984 se acordó entre nosotros, después que fracasaron las conversaciones con Maneiro y Bravo, que asumiríamos la ideología bolivariana. Somos bolivarianos y punto y suscribimos las ideas nacionalistas y antiimperialistas de Bolívar, Zamora, Sucre, Miranda y Rodríguez. Con el barbudo de Tréveris no queremos nada; el socialismo y el comunismo son opciones ajenas a nuestra idiosincrasia e intereses”. La reunión se prolongó hasta bien entrada la noche.
En otro lugar se congregaron los civiles adheridos a la rebelión del 4F y los que se incorporaron después. El debate no se hizo esperar: “Ahora si nos jodimos con Chávez”, dijo el más conservador; lo acompañamos en la refundación de la república vía constituyente pero en los términos del liberalismo burgués y ahora nos sale con el socialismo del siglo XXI”. Uno de los reformistas alegó: “No se enrollen tanto. Sigámosle la idea, necesitamos al pueblo. Aprendamos junto a Chávez. Avancemos hasta que las circunstancias lo permitan; la restauración volverá en cualquier momento”. El debate continuó hasta que llegó la hora de reunirse con Chávez en el palacio de Misia Jacinta. Cuando ya se retiraban, desde el fondo del salón de aquel lujoso hotel se escuchó la voz de una mujer: “Camaradas, no tengamos miedo. Nos comprometimos con Chávez a hacer una revolución. Emulemos al Che y hagamos del socialismo una posibilidad cierta. En una revolución, se triunfa o se muere si es verdadera”. Era Inés, revolucionaria radical. Sus palabras removieron los miedos ancestrales de los allí presentes.
Pasaron los años. La propuesta socialista de Chávez adquirió nuevas formas y contenidos. El Plan de la Patria, su testamento político ideológico, los recoge y difunde.
Pasaron los años. Chávez ya no estaba físicamente; el cáncer que le inocularon lo separó del poder político más no del debate ideológico. El mismo funcionario, ahora con nuevas responsabilidades, entrevistado un domingo por un reputado periodista, respondió con firmeza y sin rubor alguno: El socialismo fracasó, el chavismo también. Fue en ese momento cuando su conciencia develó la coherencia de sus viejas convicciones.
Hoy, 4 de Febrero, la historia como ciencia de los hombres en el tiempo reivindica la valentía de aquellos hombres y mujeres guiados por Chávez en la consecución de un sueño: la posibilidad socialista. Es esa historia la que premiará la nobleza de los espíritus firmes y corajudos y castigará a los espíritus blandengues y pusilánimes. Los humildes, parteros del Gigante Chávez, también.
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