Los partidos políticos y sus semejantes tienen que transformarse. Acoplarse
a la dinámica que impone la evolución del Proceso. Su rol de intermediación
entre el Estado y las comunidades bajo la metodología del clientelismo
corresponde a una etapa ya superada. El clientelismo es sinónimo de
puntofijismo, demagogia, democracia representativa, pragmatismo, es decir,
la postura política de la conveniencia y manipulación que se le hace al
colectivo para alcanzar fines particulares o grupales. Clientelismo es la
práctica de la reforma. Pues bien, y para no caer en la aberración del
absolutismo, la mayoría de los partidos y movimientos políticos vigentes en
la escena política actual son clientelares. Aunque sostengan su apego a un
nuevo orden social basado en la Constitución Bolivariana, apoyen al Proceso,
se identifiquen con el chavismo, a pesar de todo lo que manifiesten sus
cúpulas dirigentes, su práctica no es revolucionaria. No han podido
deslastrarse de la cultura que hemos heredado de la IV República. Valga
decir: (i) sigue la cúpula siendo el ente que decide todo (mejor conocido
como el dedo); (ii) se apropia de las instancias populares y se le arrebata
al colectivo organizado la potestad de la participación para definir su
propio destino (lo que antes se hizo con las UBE y los Consejos Locales de
Planificación Pública, se intenta hacerlo hoy con los Consejos Comunales);
(iii) se organiza a la militancia para asumir el poder desde la concepción
burocrática (usufructo del poder); (iv) ausencia de humildad en las
inter-relaciones personales, auspiciando consciente o inconscientemente la
rivalidad entre todos; (v) actitud sectaria en lo que respecta a la creación
de una plataforma que unifique a todos los factores ³revolucionarios² para
alcanzar las metas estratégicas de la revolución.
Ahora bien, estamos en una coyuntura que hace propicio el momento para
empatarse en la transformación revolucionaria. La coyuntura 2006, la de la
conciencia y la reelección presidencial, tiene que estimular a todos las
organizaciones políticas a asumir un nuevo rol. La intermediación
clientelar no puede ser el fin del partido. Mucho menos ahora cuando esa
gestión la van a cumplir los Consejos Comunales. El surgimiento de los
Voceros (instrumento que lleva la voz de la instancia real del poder como lo
es la Asamblea de Ciudadanos) incide de manera determinante en derrumbar la
estructura cupular como entidad rectora de las decisiones que le competen al
colectivo. La vocería también va a dejar de lado la rivalidad; pues, ya no
será el individuo (sea alcalde, concejal, diputado, candidato o cualquier
elemento que administre una cuota del poder del Estado) quien tomará las
decisiones. Éstas, serán procesadas en colectivo bajo la metodología
asamblearia. Por eso es que los rasgos predominantes en esta fase del
Proceso, los Partidos tienen que acoplarse a la nueva dinámica. Sigue siendo
vital su papel. Principalmente el de instrumento electoral.
Es significativo señalar que en el nuevo paradigma establecido en 1997, la
revolución se busca, se alcanza, se consolida por la vía electoral. Y esa
vía la construye el partido político. Pero, ojo con esto, no es la vía
electoral para usufructuar el poder. Eso es repetir el esquema reformista de
la IV República. El acto electoral a asumir el Partido en su nuevo rol es el
revolucionario: ir a las elecciones para tomar el poder y transferirlo a la
comunidad popular organizada. Complementa la razón de ser del partido
político metiéndose de lleno en darle consistencia a los postulados del
poder popular. Su lucha está orientada a: (i) darle sustentabilidad a la
formación ideológica y a la enseñanza cultural de la concepción
revolucionaria como cambio de estructura; (ii) profundizar las diferencias
entre reforma y revolución a fin de que se asuman las fases del Proceso para
consolidar el bien común del colectivo; (iii) capacitar a las comunidades
para el ejercicio del poder popular y, muy particularmente en este momento,
la ejecución del mandato constitucional y de la ley creadora de los Consejos
Comunales; (iv) generar la carrera del militante político con base en la
formación teórica, su ejercitación práctica y su sometimiento a las
decisiones asamblearias; (v) contribuir con el poder del Estado en la
preparación del pueblo para la defensa integral de la Nación; (vi) estimular
el convencimiento que la revolución no es pragmatismo sino espiritualidad,
lo que determina una concepción del mundo y de la vida totalmente diferente
a la reformista; y (vii) luchar internamente para convencer a su militancia,
incluyendo a sus dirigentes, que en la revolución la rivalidad no es la
esencia, lo es la humildad. O el Partido se acopla a su nuevo rol o el
pueblo organizado le pasará por encima.
izarraw@cantv.net
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