La cubana y mi franela de Fabricio

Después del golpe de Estado del 11 de abril de 2002, Catia fue de los primeros sectores de Caracas en ser atendido con Barrio Adentro. Era apenas un plan y no la Misión que es ahora. El Amparo, como sucedió en otras zonas, puso a la orden del Estado algunos espacios que fueron habilitados como consultorios. La celeridad no estuvo divorciada de la eficiencia, y muy rápidamente en cada rincón fueron ordenados los utensilios médicos.
 
La primera vez que lo visité, llevé doblada bajo el brazo una franela sin estrenar para obsequiarla a quien me auscultara, en muestra de hermandad y agradecimiento. Resultó ser una mujer muy seria, madura, de piel clara, cabello corto y porte fuerte. Aunque no lo dijo, fue evidente que por primera vez veía tenía noticias de alguien llamado Fabricio Ojeda: su rostro estaba estampado allí, en la prenda de color blanco que ahora le pertenecía.
 
Abusando de los cortos segundos que duró la consulta, entre diagnóstico y récipe, le conversé sobre el héroe. Le narré de lo resteado que fue, a pesar de la represión, y de la audacia tipo película que significó estar como periodista al lado del dictador Marcos Pérez Jiménez entrevistándolo y –al mismo tiempo– ser el jefe de la conspiración que lo derrocó el 23 de enero de 1958.
 
A vuelo rasante, la ilustré sobre la renuncia que Fabricio presentó al Congreso Nacional el 30 de junio de 1962, adonde llegó como el diputado más votado y de donde se marchó al considerar y demostrar que el primer gobierno de la Cuarta República se arrodillaba ante el imperio, ahogando las esperanzas de justicia social del pueblo.
 
El regalo quedó en manos de la compatriota antillana. Con sinceridad, confesó que no la usaría mientras estuviera en Venezuela. Palabras más, palabras menos, me dejó en claro que privaban razones de seguridad. La historia demostró qué razón tenía.
 
Hoy, a estas alturas, aquella franela tal vez ya no exista. Pero no descarto que en el pensamiento de nuestra hermana cubana aflore el recuerdo de aquel detalle cuya esencia reposa desde hoy en el Panteón Nacional, donde siempre debió estar.
 
¡Chávez vive…la lucha sigue!!


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Ildegar Gil

Comunicador social

 ildegargil@gmail.com

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