RNV canal 91.1.
(Transcripción libre de Mariela Sánchez Urdaneta, especial para Aporrea.org ).
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Hoy vamos a tener que tomar otra vez como tema algunas consideraciones acerca de la condición socialista de Jesús, la actitud de la Iglesia Católica, el problema del dogma religioso y el problema del socialismo del siglo XXI, a propósito de unas palabras del presidente Chávez en un acto público hace una semana. Me preocupa el asunto porque la situación que se está creando en relación con esa discusión podría derivar en una amenaza peligrosa contra este proceso y de la que, al parecer, no se está muy consciente.
Hasta ahora la discusión sobre el real o supuesto socialismo de Jesús se había mantenido en el terreno de la opinión. El terreno de la opinión realmente no es un terreno muy problemático. El presidente Chávez insiste en que Jesús fue socialista exponiendo argumentos al respecto y voceros calificados de la Iglesia –no ha habido todavía un pronunciamiento oficial de la alta jerarquía religiosa- insisten en lo contrario, diciendo que Jesús no fue socialista, que no habría podido ser socialista. Hasta ahí no hay mucho problema. Pero la polémica empieza a tomar, pienso yo, un cariz peligroso al pasar del terreno de la opinión al terreno del dogma, al terreno del argumento de autoridad. Y es aquí donde yo veo el peligro que quiero advertir a tiempo.
Porque creo que esta revolución tiene suficientes problemas, suficientes enemigos poderosos como para tener, pienso yo que sin mucha necesidad, que entrar a pelear en un terreno delicado en el que el proceso revolucionario tiene posibilidades de sufrir una derrota desde el punto de vista ideológico político o de verse enfrentado a nuevas dificultades. Repito, el punto de partida es lo ocurrido el lunes pasado en el acto de graduación de una buena cantidad de médicos revolucionarios en el Teatro Teresa Carreño. Ahí el presidente Chávez dio una declaración acerca del socialismo de Jesús y, en mi opinión, lo dijo de una manera que tenía rasgos dogmáticos, rasgos de argumento de autoridad. Fue algo como esto: “Diga lo que diga la Iglesia, Jesús era socialista ... y si no, no se entiende qué misión vino a cumplir Jesús en este mundo”. Quizás no sean exactamente las palabras pero fue muy parecido. Aquí pareciera que estaba hablando un teólogo católico y no un presidente laico de una República laica, donde el Estado está separado de la Iglesia. Y es esto lo que yo estimo peligroso. Porque hasta ahora el presidente Chávez es presidente, pero no es teólogo católico ni es vocero autorizado de la Iglesia. Y aquí es donde puede brotar el problema que estoy avizorando.
Por ello es necesario volver sobre el tema del socialismo de Jesús, sobre la relación de este tema con la autoridad religiosa, los peligros que ello implica para la separación de la Iglesia y el Estado, condensando algunas reflexiones que he hecho antes.
De entrada, repito aquí, para hablar con seriedad acerca de Jesús, del tema de su existencia o no, de sus dichos, hechos, de los Evangelios, de los orígenes cristianos, en fin, de todos esos temas, no basta con haber asistido al catecismo en la niñez, como ocurre con la mayoría de los católicos, o con haber ojeado de vez en cuando los Evangelios. Eso lo hace o lo puede hacer cualquier católico sin salirse de la égida, del dominio, de la Iglesia y de la lectura o interpretación que hace la Iglesia de Jesús y de los Evangelios: Jesús es Dios. Jesús es Hijo de Dios, enviado por Dios al Mundo. Jesús es Mesías. Los Evangelios son Textos Sagrados escritos o inspirados por Dios. Cada palabra es Sagrada, como repite el papa Ratzinger, por el Espíritu Santo.
Soy de los que cree que para opinar con base, con seriedad sobre Jesús hay que estudiar. Hay que estudiar a fondo las religiones, el judaísmo, el llamado paganismo grecorromano, los orígenes del cristianismo, estudiar a fondo los orígenes de la propia Iglesia cristiana, los cultos orientales, en síntesis, hay que tener una buena información, seria, procesada, acerca de esto. Nosotros los seres humanos de hoy tenemos ya a nuestras espaldas, por lo menos, doscientos cincuenta años de estudios rigurosos, de investigaciones serias -que por supuesto en muchos casos han generado polémica, no podía ser de otra manera- entre historiadores de las religiones y teólogos cristianos. Y sin conocer bien por lo menos los resultados esenciales de tales obras, no se puede avanzar. Lo único que se puede hacer es seguir repitiendo lo que la Iglesia impone como dogma.
Repito, he hablado de esto en dos programas recientes (ver nota final). Lo he hecho porque he investigado el tema, he estudiado el tema. Generalmente hablo de cosas que conozco y este tema me ha interesado toda mi vida y, a lo largo de ella -entre miles de cosas que he podido hacer- le he dedicado mucho tiempo y muchas reflexiones a este tema. Y quiero puntualizar algunas ideas.
Lo que se puede tener claro en relación con la Iglesia cristiana, los orígenes el cristianismo, Jesucristo, los Evangelios, etc., pienso que es lo siguiente. En primer lugar, si se quiere estudiar y discutir acerca de Jesús –es decir, si se quiere hacer algo diferente de repetir como loros una supuesta historia sagrada que nos enseñan durante la niñez, una historia manipulada por la Iglesia en función de sus intereses-, entonces, resulta indispensable salirnos argumentalmente de la Iglesia y de la lectura religiosa. Es decir, suspender la fe, al menos por un momento. Porque si no, no se puede razonar. Si se parte de que Jesús es Dios o de que Jesús es Mesías o de que vino al mundo a salvar a la humanidad, es decir, de lo que nos inculcaron en nuestra temprana niñez, antes de que tuviéramos uso de razón, entonces no podemos entender ni discutir nada. Ese es el dogma enseñado por la Iglesia Católica en la infancia a cada uno de los católicos y, una vez que esto se acepta como dogma, como fe, ya no se lo puede discutir. Porque la fe no se discute. La fe no se razona. Se cree y se acabó. No importa lo absurdo o lo irracional que pueda ser lo que uno cree. Uno cree y se acabó. Con la fe no se discute.
Y cuando la fe es religiosa, menos aún. Con Dios, ¿cómo se va a discutir con Dios? De Dios no se pueden discutir los motivos, motivos insondables o motivos impenetrables, como dice la Iglesia. Pero claro está, a pesar de que son insondables e impenetrables, ella sí los sondea, ella sí los penetra y ella es la que nos los explica. Y entonces, una vez que aceptamos eso tenemos que aceptar que la Iglesia sea la Intérprete, la única Intérprete autorizada por el propio Dios para decirnos o explicarnos esos misterios que nosotros no comprendemos. Porque ella dice justamente que es la Autorizada para explicarnos las cosas de la religión tal como ella las ve o tal como ella, la Iglesia, o sea, la alta jerarquía religiosa, quiere que las veamos.
Así no hay salida. Así no hay salida. Jesús es entonces lo que la Iglesia diga que es Jesús. Por desgracia, la mayoría de los católicos, la casi totalidad de los católicos, piensa así. En materia de dogma no razonan; simplemente, creen. Porque, como afirma la propia Iglesia, los católicos son las “ovejas” y la Iglesia, es decir, ellos, los curas, sobre todo los obispos, los cardenales y los papas, son los “pastores”. Ellos son los únicos que piensan. Y al que intenta salirse del rebaño de ovejas, vale decir, al que intenta pensar, razonar y discutir lo callan, lo califican de “hereje”, lo expulsan del rebaño. Y hasta no hace mucho tiempo, lo quemaban vivo. Esta es la primera consideración que quería señalar.
En segundo lugar, quiero recordar que esos dos siglos y medio de estudios e investigaciones sobre Jesús, los orígenes del cristianismo y de la Iglesia cristiana, son la obra de una serie grande de investigadores y estudiosos -muy larga para mencionar aquí, algunos de ellos incluso son sacerdotes o teólogos católicos que fueron execrados y condenados por el Papado-, lo que esos dos siglos y medio de estudios de Jesús, decía, nos han enseñado o al menos, lo que hoy acepta la gran mayoría de esos estudiosos (y que la Iglesia Católica, el sector más atrasado y más reaccionario del cristianismo, se sigue negando a reconocer), fundamentalmente, lo que se acepta es que en la Palestina dominada por los romanos del primer siglo de nuestra era, de la llamada era cristiana, debió de existir -entre tantos predicadores populares, entre tantos candidatos judíos que vivían entonces y se querían proclamar como Mesías, es decir, como enviados de Yahvé o de redentores de su pueblo que entonces estaba sometido al dominio romano- debió de existir uno de ellos que pudo ser Jesús. Pero que no dejó ninguna huella que fuera recogida ni por los historiadores judíos ni por los historiadores romanos de su tiempo. Entonces, prácticamente, no sabemos nada.
Quizás podamos admitir que algunas cortas frases suyas sobreviven en los Evangelios, siendo que la mayor parte del pensamiento de ese personaje que sirvió para construir el Jesús de los Evangelios, la mayor parte de su pensamiento, era un pensamiento dependiente de la sabiduría judía de su tiempo, sobre todo, de la sabiduría de los fariseos.
El Jesús que describen los llamados Evangelios Canónicos, esto es, los tres Evangelios Sinópticos –que se atribuyen falsamente a Mateo, a Marcos y a Lucas- y el cuarto Evangelio, -el que se atribuye falsamente a Juan- sería entonces el único Jesús que podríamos conocer. Pero resulta que este Jesús, el único que podríamos conocer, fue construido y elaborado, por la segunda, la tercera y hasta la cuarta de las generaciones judeocristianas. Y fue construido, modificado y manipulado en función de la evolución y de los intereses de esa secta judía, herética, originaria, rebelde, que defendía la condición de Jesús como Mesías (a lo cual se oponía la mayoría del judaísmo), que se apoyaba en el judaísmo porque era la única forma de fundamentar la condición mesiánica y divina de Jesús, pero que para diferenciarse del judaísmo terminó enfrentándose a él y convirtiéndose al cabo de cierto tiempo en una nueva religión: el cristianismo. Religión que tiene muchísimo de judaísmo pero que también tiene mucho del paganismo grecorromano y de cultos orientales.
Así que, los Evangelios, que son obras tardías y manipuladas por razones políticas o dogmáticas de esas corrientes que dominaban en la Iglesia cristiana en construcción, no son biografías de un personaje real sino obras kerigmáticas, es decir, obras cuyo objetivo es mostrar que Jesús fue el Mesías. Y su caso, mostrarnos que Jesús fue el Mesías porque Jesús era Hijo de Dios. Porque había sido enviado por Dios. Y por tanto, todo recuerdo, real o supuesto, del casi desconocido personaje que le sirvió de base a la construcción evangélica, se subordinó a la idea de tener que mostrar su Divinidad, que debía fundarse en milagros para aquel momento usuales: caminar sobre las aguas, volar, multiplicar panes y peces, etc.(eso hacían los diversos milagreros o taumaturgos de esa época, tanto judíos como paganos) y se apoyó para construir el personaje en textos o en supuestas profecías bíblicas -es decir, judías- y también en la adopción por el judeocristianismo en formación, de diversos mitos paganos como la maternidad, la virgen madre, etc.
Así, el resultado de todo esto es que, aunque algunos recuerdos de ese personaje casi desconocido que sirvió de base a la elaboración del personaje cristiano Jesús en los Evangelios, aunque algunos recuerdos de ese personaje debieron servir de base para construir el personaje que muestran los Evangelios Canónicos y, con mucha mayor fantasía, los Evangelios Apócrifos, lo dominante en estos Evangelios es el objetivo místico, el objetivo religioso, mágico, milagrero, fabuloso, por lo que, como demostraron diversos estudiosos a lo largo del siglo XIX y más aún, del siglo XX y entre ellos, el más importante de todos los téologos cristianos, en este caso protestante, que estudió este tema, Rudolf Bultmann (el único que voy a mencionar) hace ya más de medio siglo, la dura realidad es que no es posible encontrar en esos Evangelios un Jesús histórico, no es posible encontrar un personaje real que vaya más allá de algo que, como sostuvo Bultmann en una ocasión, se puede resumir en unas cortas frases y en unas pocas líneas. Y esto lo acepta también esa parte de los estudiosos católicos que no son unos sectarios intransigentes que deban repetir lo que dice el papa o la Iglesia. Así pues el Jesús del que tenemos información, el único Jesús del que podemos hablar, es el Jesús que describen los Evangelios. Los cuatro Evangelios y también los Evangelios Apócrifos, con mayor fantasía.
Porque del personaje real que debió existir y que pudo servirle de base remota, repito, prácticamente no sabemos nada.
Por eso sólo aquellos que creen lo que dice la Iglesia, que creen que cada palabra de los Evangelios es Sagrada porque así lo dice el papa o los obispos, que cada palabra de los Evangelios es inspirada por Dios, olvidando que la Iglesia ha modificado y ha metido mano cada vez que ha querido durante estos siglos para adaptarlos a sus intereses, sólo quienes creen eso pueden afirmar –armados de la fe pero no de la razón- que Jesús dijo esto o que Jesús dijo aquello, como si estuvieran hablando de las cartas de Bolívar, del hablando del último discurso de Zapatero o de Fidel Castro. Repito. El Jesús de los Evangelios es el único Jesús que existe. Esa es la única referencia porque no tenemos ninguna expresión, documento escrito o fuente histórica que describa al personaje real que probablemente sirvió de base.
Esto es importante tomarlo en cuenta porque justamente ayuda a poner las cosas en su sitio. El Jesús del cual hablamos todos es el Jesús que está en los Evangelios. La construcción, a partir de un probable personaje real, de un personaje que es producto de una elaboración de diversos teólogos y en función de los intereses fundamentales y de la evolución de una iglesia que terminó siendo la Iglesia cristiana.
Ahora bien. La pregunta es: ese personaje evangélico, ese Jesús que aparece en los Evangelios, ¿fue socialista o no fue socialista? Como lo he dicho recientemente en dos programas dedicados al tema, voy a indicar solamente lo esencial. ¿Es ese personaje socialista o no? Depende, simple y llanamente, de lo que se quiera entender por socialismo. Si por socialismo se entiende un llamado a la justicia, a la solidaridad, al amor de los pobres y de los desamparados, se podría decir que el Jesús de los Evangelios se mueve a menudo, con frecuencia, en esa dirección. Y en ese sentido podría considerarse a Jesús un socialista. Pero, aunque esto es la base humana de cualquier lucha por el socialismo: el amor por los pobres, el sentido de justicia, de pertenencia a una comunidad, la lucha contra la explotación, la condena y la denuncia de la explotación de los ricos, aunque esa es la base humana de cualquier socialismo, reducir el socialismo a esto sería tener una muy pobre concepción del socialismo.
El socialismo es mucho más que eso. El socialismo es un modo de producción, el socialismo es un tipo de sociedad contemporánea, una sociedad que está en nuestras manos construir; un tipo de sociedad actual que sólo es concebible como sociedad enfrentada al capitalismo, como diferente del capitalismo, como opuesta al capitalismo. Y cuando hablo de capitalismo cuidado no me refiero al comercio ni a lo que podía existir en la Antigüedad. Aquello no era capitalismo sino componentes que luego se desarrollaron y maduraron y confluyeron a partir del siglo XVIII en la Revolución Industrial, en la Revolución Francesa y a todo lo largo del siglo XIX para conformar el capitalismo. En este sentido, el capitalismo supone la existencia de capitalistas por un lado y de obreros, asalariados, por el otro. De tal manera que eso no existía en la Antigüedad, aunque sí hubo elementos que a la larga se fueron configurando para conformar el capitalismo, éste no existió en la Antigüedad. El capitalismo es un fenómeno moderno, un fenómeno de los últimos siglos. En consecuencia, el Jesús evangélico no pudo haber sido socialista. Y no pudo haber sido socialista porque no había capitalismo y porque en ningún momento en los Evangelios aparece Jesús haciendo propuestas de transformación de la sociedad para convertirla en una sociedad distinta.
Esa es la realidad. No hay nada ni podía haber nada en los Evangelios que pudiera mostrar a Jesús socialista porque no hay socialismo antes del siglo XIX. De lo que se trata no es de repartir panes y peces, de lo que se trata no es de lamentarse por los pobres –lo que tiene profunda validez, no se trata de descalificarlo en absoluto-, de lo que se trata más bien es de construir con los pobres del mundo como protagonistas una sociedad moderna más democrática, más próspera y más justa. Y ese es un planteamiento que aunque pueda tener antecedentes en las luchas, en las críticas sociales y en lo que los Evangelios dicen acerca de Jesús -que sí la tiene- no es exactamente el socialismo que se construye sobre la base del capitalismo en el contexto de la modernidad.
En consecuencia, pienso que es bueno repetir estas consideraciones con la intención de contribuir a disminuir la profunda confusión que existe al respecto. Y para terminar esta parte del tema quiero apuntar dos elementos más. El Jesús evangélico es además un personaje contradictorio. Al lado de muchas cosas hermosas, de muchas que son hasta revolucionarias, en cierta medida hay en ese Jesús evangélico (justamente porque es una construcción de diversas fuerzas e intereses que chocaban en la Iglesia por la hegemonía, por el poder, por orientar a la Iglesia en construcción), hay cosas en ese Jesús evangélico que no son revolucionarias, más bien, tienen signo contrario. De tal manera que lo que ocurre con Jesús, como ocurre con aquellos personajes más antiguos sobre quienes se puede fantasear más, es que hay “diversos” Jesús. Y cada grupo social, corriente social, política o ideológica, de acuerdo con sus intereses y perspectivas, elige a su propio Jesús. Hace su propia interpretación de Jesús.
Y entonces tenemos el Jesús que construye la Iglesia, quiero decir la alta jerarquía religiosa que se fue volviendo desde los primeros siglos, temprano, desde que pactó con Constantino y llegó al poder, se fue convirtiendo en un instrumento de justificación del poder, en un instrumento de la explotación y en un instrumento de los explotadores para mantener sometidas y engañadas a las grandes mayorías ejerciendo un dominio ideológico, como el que ejercen sobre esas mayorías a través de la religión. Y por otra parte está el Jesús de los pobres, de los más débiles, que siempre encuentran en los Evangelios elementos revolucionarios, elementos de lucha por la justicia, elementos de crítica de la injusticia y la desigualdad y hacen de ese Jesús un instrumento de lucha, un componente fundamental de las luchas sociales, sobre todo en este mundo cristiano, en este mundo occidental a lo largo de la Edad Media e incluso, de tiempos más modernos.
En resumen, se puede decir que hay un Jesús del pueblo y un Jesús de la derecha. Hay un Jesús que le sirve, por ejemplo, a la Teología de la Liberación, a los curas obreros o revolucionarios, y hasta a los curas guerrilleros como Camilo Torres. Ese es el Jesús del presidente Chávez. No lo dudo. Pero también, no debemos olvidarlo, hay otro Jesús, el llamado Cristo Rey, Cristo Rey al cual hay que tenerle terror. Porque el Cristo Rey ha sido el Jesús construido por las derechas católicas para servir a las derechas católicas: es el Cristo de los fascistas, es el Cristo de franquistas, es el Cristo de los cristeros, el Cristo del PP, es el Cristo de Aznar, es el Cristo de los reaccionarios católicos, histéricos, que gobiernan hoy Polonia: el par de hermanos que, incluso, acaban de designar a Cristo Rey, Rey de Polonia. El anticomunismo más furibundo acaba de designar a Jesús como Rey de Polonia. Es decir, hay un Jesús del pueblo y un Jesús de la derecha.
Y desgraciadamente es así para quienes, siendo católicos, creen y defienden ese Jesús del pueblo, ese Jesús con sensibilidad social, hay un límite serio porque al ser católicos y al tener una jerarquía católica reaccionaria que sirve a la derecha, que sirve a los explotadores, deben terminar sometiéndose a la jerarquía eclesiástica pues de lo contrario, quedan fuera de la religión y pierden su condición de católicos. Recuérdese el caso del papa Juan Pablo II cuando visitó Nicaragua humillando en público a Ernesto Cardenal, regañándolo y apuntando a la cara de Cardenal con el dedo índice –que estaba arrodillado al frente, sometiéndose a la voluntad arbitraria del papa porque es el Jefe de la Iglesia-, pues no se puede ser un cristiano revolucionario dentro de la Iglesia cuando la alta jerarquía es contrarrevolucionaria. O uno se somete o uno se sale.
Y ese es exactamente el problema.
Retomo la idea inicial. Si nos mantenemos en el terreno de las opiniones, así se trate de opiniones sin mucha base (disfrazadas de razón, como suele pasar en el caso de algunos católicos) no hay problema. No hay problema porque las opiniones son libres. Cada quien puede opinar lo que quiere y puede decir si Jesús fue socialista o si Jesús no fue socialista. Unos dicen que sí, otros dicen que no. No hay problema ahí. Pero a mí lo que me preocupa es que el presidente Chávez dijo la semana pasada otra cosa. Me pareció algo más grave y que podría tener serias consecuencias si la Iglesia decide tomar esto en serio y convertirlo en el punto de partida de un problema. Porque el presidente lo que hizo fue proclamar que, aunque la Iglesia lo negara, Jesús había sido socialista. Porque si no, ¿a qué habría venido entonces al mundo Jesús? Y aquí ya no se trata de una mera opinión. Esto es un argumento de Autoridad. Esto es una incursión política en el terreno del dogma, y del dogma religioso, devaluando a la manera de los discursos dogmáticos cualquier opinión distinta o cualquier opinión contraria por parte de la Iglesia, por parte de la autoridad religiosa. Y por eso esto puede ser grave si la Iglesia, como creo que va a pasar, lo toma en serio y si el presidente sigue profundizando, metiendo el dedo en esta llaga, más adelante lleguemos a unos resultados peligrosos, que comentaré al final.
El presidente Chávez siendo un presidente laico de un país laico y no un líder religioso que tiene poder político, como ocurre en las teocracias, como ocurre en aquellos sistemas en los que lo político y lo religioso se concentran en la misma persona, el presidente habló en este caso prácticamente como una autoridad religiosa y lo hizo en oposición a la verdadera autoridad religiosa, la Iglesia Católica. Que por cierto es su propia Iglesia porque el presidente se proclama a sí mismo, y sinceramente lo es, católico. Y olvida entonces que como católico el presidente no es el líder de la Iglesia. El presidente como católico es un fiel más. Una simple oveja más sometida al poder de esa misma Iglesia reaccionaria cuyas actitudes él puede estar criticando, oveja sometida al pastoreo de la alta jerarquía católica. Y esto es realmente lo preocupante porque, sin que nos demos mucha cuenta, nos estamos metiendo en un problema serio.
Es verdad que afortunadamente ya no hay Inquisición en la Iglesia Católica. ¡Bueno! Eso tampoco es totalmente “verdad”. Mejor dicho, sí hay Inquisición en la Iglesia Católica. El papa Ratzinger era el jefe de la Inquisición hasta no hace mucho y ahora hay otro jefe de la Inquisición dirigido por él. Acabamos de ver al papa Benedicto XVI condenando al teólogo español centroamericano, Jon Sobrino, por “hereje”. Pero al menos ya no existe una Inquisición con la capacidad que poseía antes, de quemar a la gente viva. Hoy las opiniones religiosas son libres y se pueden emitir sin que la Iglesia, como antes, lo queme a uno vivo.
El presidente dice: si Jesús no fue socialista, entonces, ¿qué vino a hacer Jesús al mundo? Repito, aquí el presidente no habla de un hombre, está hablando de un dios. Ninguno de nosotros, los seres humanos, hombres o mujeres, venimos al mundo a cumplir ninguna misión. Nosotros nacemos aquí y no nacemos para cumplir ninguna misión. No. ¿Es que Bolívar nació para ser Libertador? No. Uno escoge sus misiones. Uno elabora y asume sus misiones en el curso de su vida, pero no antes, nadie está predestinado para hacer nada. Solamente los dioses o los enviados de los dioses vienen a cumplir misiones a este mundo, si es que uno cree en dioses o si es que uno cree en enviados de los dioses. Y ahí nos movemos en el terreno del dogma religioso y no en el terreno de la opinión política. Y cuando se pasa del terreno de las opiniones y se entra en el terreno del dogma –el argumento de Autoridad- se cae justamente en el terreno propio de la Iglesia, en el terreno que la Iglesia domina porque la propia sociedad se lo reconoce como tal y en ese terreno la Iglesia es invencible porque la Iglesia es la Autoridad. Me refiero a la alta jerarquía religiosa: ella es la Autoridad. Ella es la que posee el secreto de entender a Dios, la que dice lo que Dios piensa y es la que transmite la voluntad de Dios a sus ovejas. De tal manera que todo católico está obligado a aceptar que esa es la Autoridad. En ese terreno no se puede discutir con ella. La única forma es salirse de su dominio para poder discutir con ella.
El problema es que quienes como el presidente Chávez cuestionan la opinión dogmática de la Iglesia son también católicos, dependen y aceptan el poder de la Iglesia. De modo que si la Iglesia no acepta sus opiniones, a ellos, a cualquiera de ellos, le quedan dos caminos: o se rebelan contra la Iglesia y quedan fuera de la Iglesia como “herejes” y pierden la condición de católicos o simplemente, como Ernesto Cardenal, se someten y se callan.
Y aquí es donde se halla verdaderamente el problema central. El problema central es el problema de la separación de la Iglesia y el Estado. También he comentado ese problema en otras ocasiones. (...)
Veamos esto: a la modernidad capitalista se le pueden hacer críticas muy profundas. Se le ha criticado su eurocentrismo, su imperialismo, su colonialismo, su racismo, pero la modernidad capitalista sí tiene un logro indiscutible: haber separado -así sea en lo esencial- la Iglesia del Estado. Frente a un mundo medieval, renacentista, en el cual la Iglesia tenía poder sobre el Estado (el Estado era una suerte de apéndice de la Iglesia) y la religión, la intolerancia absoluta del catolicismo, dominaba, finalmente desde el siglo XVIII y sobre todo en el siglo XIX, se logró separar la Iglesia del Estado. Se declaró el Estado laico, se definió el Estado como laico, vale decir, carente de religión, no religioso, no sujeto a ninguna religión, ni siquiera a la religión mayoritaria, y se hizo de la religión un asunto privado. Lo que costó por cierto bastantes peleas y luchas contra la Iglesia.
El Estado se ocupa de la política y la Iglesia se ocupa de la religión como asunto privado, y no como asunto del Estado. Y así como el Estado no acepta la injerencia de la Iglesia, de ninguna iglesia puesto que en un país libre pueden existir diversas iglesias, en la política asimismo el Estado permite la libertad religiosa como asunto de cada ciudadana y de cada ciudadano.
Aquí haré una digresión para luego retomar el tema. Porque aquí siguen habiendo una trampa, una trampa que hasta ahora ha sido inevitable. La separación de la Iglesia del Estado no se ha logrado prácticamente en ningún país, ni siquiera en los países occidentales que se proclaman como los más laicos. Y aquí hay una trampa que hasta el momento ha sido inevitable. Trataré de explicar rápidamente en qué consiste. Esa trampa hace que la separación entre la Iglesia y el Estado sea insuficiente y sea relativa. La religión que aparece como mayoritaria -dentro de cualquier país nuestro que tenga separación entre Iglesia y Estado- es la católica. Y es “mayoritaria” porque le fue impuesta a la gente a la fuerza, matando y quemando vivos a los que no la aceptaban. ¿Cómo se impuso el catolicismo aquí? ¿es que los indios americanos eran católicos? ¿o los esclavos africanos eran católicos? No. Simplemente llegaron los españoles a sangre y fuego, matando, cortando lenguas, torturando, destruyendo templos y de ese modo impusieron el cristianismo, el catolicismo.
Ciertamente, la religión católica sigue siendo “mayoritaria” (recordemos siempre que fue impuesta a sangre y fuego), sigue siendo “mayoritaria” porque se le sigue imponiendo a la mayoría, esta vez por voluntad propia, sin necesidad de quemar a nadie. La religión católica se le sigue imponiendo a la mayoría, a la casi totalidad de la población. Los padres y los abuelos nuestros son católicos porque sus padres y sus abuelos los hicieron católicos a ellos cuando eran unos niñitos que no tenían uso de razón. Y entonces ellos hacen exactamente lo mismo con sus hijos y con sus nietos. Y sus hijos y sus nietos hacen lo mismo con los suyos, de tal manera que la religión se transmite en la primera infancia por la vía de los padres y de los abuelos, y se conserva de esa manera la “mayoría” de una religión que originalmente fue impuesta por la fuerza, a sangre y fuego.
De tal manera que se trata de un círculo vicioso: el Estado sigue favoreciendo al catolicismo (el cardenal se sienta junto al presidente en los actos protocolares, el presidente o el ministro tal o cual asisten a misa porque el catolicismo es la religión que a ellos les enseñaron cuando estaban pequeños, etc.) y así el catolicismo es “mayoritario”. Y entonces el Estado, como el catolicismo es mayoritario, contribuye también a que siga siendo mayoritario mediante la educación primaria, la enseñanza de la religión, mediante los subsidios y prerrogativas que se le continúan ofreciendo a los curas, a los obispos y a los cardenales.
Si el Estado actuase realmente como debe actuar en cualquier sociedad, no me estoy refiriendo concretamente a Venezuela, si el Estado actuase de verdad como un Estado laico, no habría preferencia alguna por ninguna religión. La religión sería realmente un asunto privado, personal, de cada quien. La enseñanza y la educación serían absolutamente laicas. A ninguna niña o niño se le enseñaría ninguna religión. Y sólo, después de que alcancen la mayoría de edad, se les daría acceso, ya como ciudadanos, al estudio libre de la religión. Y así los que quieran, pueden “escoger” una religión producto de sus razonamientos, de su madurez, de su capacidad para comprender las cosas. Sin la trampa que permite que una religión sea predominante –en el caso de que se trate-, que una religión se convierta en “mayoritaria” simplemente porque se mete en la mente de niñas y niños que todavía no saben pensar, que todavía no saben razonar, que no son capaces de distinguir entre los enanos de Blancanieves y los Reyes Magos, que no son capaces de distinguir entre el lobo feroz y Herodes y que se tragan, como todos los niños, cualquier fábula, siempre y cuando la fábula venga respaldada por la autoridad de los padres, las madres, los representantes, de las maestras y de los curas. O cualquier figura de Autoridad.
Sin embargo, lo que tenemos en el mundo occidental es mejor que nada, es mejor que lo que había en la Edad Media o lo que había en el Renacimiento: aquel poder político terrible que tuvo la Iglesia durante esos siglos persiguiendo a los pensadores, a los científicos, tildándolos de “herejes”, quebrándoles su voluntad o quemándolos vivos, como todo el mundo conoce los casos de Galileo y de Giordano Bruno.
Quiero insistir otra vez en que no hay nada más terrible, más violento y más sanguinario y destructor que una guerra religiosa, una guerra de religión. Que la lucha política, cuando se carga de odios religiosos y cuando los enemigos poderosos de la derecha se enfrentan al pueblo, apoyados en las banderas de la Iglesia (banderas de vírgenes, de santos, con autorizaciones papales, con autorización de cardenales y de papas): eso es lo más horroroso que le puede ocurrir a una sociedad.
En nuestro país, afortunadamente, la Iglesia se separó del Estado temprano, apenas se generó la República de Venezuela de 1830, después de la división de la Gran Colombia. Y ese es un logro que le debemos a los conservadores. Fueron los conservadores –Páez- que logró someter en 1830 al obispo Méndez y lo obligó a jurar sobre la Constitución, y como el Obispo se negó, lo expulsó de Venezuela. Y ese proceso lo completó, en la década de los setenta del mismo siglo, Guzmán Blanco con sus reformas liberales: separación de la Iglesia del Estado, se le quitó a la Iglesia el control de los nacimientos, de los matrimonios, de las defunciones, de los diezmos, etc., y se convirtió a Venezuela en un país prácticamente laico.
Gracias a esa separación de la Iglesia y el Estado, Venezuela se salvó de las guerras religiosas del siglo XIX y de algunas del siglo XX. Mientras en Venezuela no hubo guerras de religión sí las hubo en Colombia, en México, en Ecuador y en todos los países donde se intentó separar a la Iglesia del Estado. Es más, la Guerra Civil Española, la revolución española de los años treinta del siglo pasado, tuvo como todos sabemos un tremendo y terrible contenido de guerra religiosa.
Esa separación entre la Iglesia y el Estado hay que preservarla a toda costa. Hay que preservarla. Y sería, no sólo triste, sino también increíble y trágico, que fuera la revolución bolivariana la que nos hiciera retroceder en este terreno, la que nos metiera otra vez en un pastel de religión con política que nos pueda llevar a un conflicto civil terrible, de corte religioso, y con el veneno que significa la amenaza religiosa o el uso de la religión para enfrentar los conflictos sociales o políticos. No olvidemos que la alta jerarquía de la Iglesia Católica es un poder enormemente reaccionario, cuadrado con la derecha, servidor de la derecha. La historia completa de la Iglesia y del Papado en estos casi veinte siglos lo demuestra con toda claridad.
Es más, las venezolanas y los venezolanos de hoy lo vemos y lo sufrimos a diario: las declaraciones, las actitudes de esa alta jerarquía religiosa, conferencia episcopal, cardenales, nuncios, etc., nosotros lo sufrimos a diario. Pero en nuestra Venezuela esa Iglesia no tiene poder político porque el poder es laico, porque el poder se mantiene laico. Pero si el Jefe del Estado se asume a sí mismo como teólogo y empieza a utilizar su autoridad laica para meterse en los problemas del dogma religioso, no sólo el Jefe del Estado perdería toda autoridad moral para impedir entonces que la Iglesia se meta de lleno en la política (más de lo que ya hace) iniciándose así un conflicto religioso, sino que ello colocaría a muchos miles y miles de católicos que apoyan sinceramente este proceso bolivariano en una situación difícil, en una situación conflictiva, teniendo entonces que elegir entre sus simpatías y su compromiso con el presidente y con el proceso revolucionario que el presidente encarna y defiende, y su fe. Tendrían que escoger una posición.
Desde aquí hago una vez más un llamado dirigido, en cierta forma, al propio presidente de la República, a cuidar estas cosas. El presidente Chávez es el presidente de todos los venezolanos, el presidente Chávez es el líder indiscutible de este proceso revolucionario, pero el presidente Chávez no es teólogo ni es líder religioso. Y una cosa es opinar y otra cosa es pretender decirle a la Iglesia, a la alta jerarquía religiosa, que la opinión que se tiene no sólo es opinión sino auténtica verdad. Sobre todo es peligroso cuando se trata de un tema tan confuso y tan delicado como el tema del socialismo de Jesús.
Y para terminar voy a hacer una especulación. Una especulación para que se vea el peligro al cual podría conducirnos esta conflictividad, si asume forma dogmática. La alta jerarquía religiosa de la Iglesia Católica no sólo es reaccionaria y contrarrevolucionaria en Venezuela. Hay otros países en los que incluso es peor. En todo caso, es reaccionaria en todas partes. Pero en particular la Iglesia Católica venezolana tiene poderosos tentáculos en Roma, en el Vaticano. Y en la medida en que esa Iglesia Católica hoy asume por todos lados posiciones profundamente contrarrevolucionarias, opuestas a cualquier posibilidad de cambio y de defensa social, que condena la Teología de la Liberación, esa Iglesia Católica venezolana con poderosos tentáculos en el Vaticano, se encuentra con que hoy dirige el Vaticano, preside la Iglesia Católica como Pontífice, un papa profundamente reaccionario, profundamente derechista y retrógrado. Un papa que es una suerte de Bush con sotana. Un papa que fue nazi en su adolescencia, un papa que es reaccionario por principios, un enemigo declarado de la Teología de la Liberación (ahí participó Juan Pablo II, no hay duda, pero la mano derecha de Juan Pablo II era el cardenal Ratzinger, él era el Jefe de la Inquisición y fue el represor directo de todos los teólogos de la Liberación). Un papa que ha atacado al Islam diciendo que es una falsa religión, lo cual significa un retroceso profundo en el ecumenismo que, al fin, después de muchos siglos, la Iglesia Católica aceptó, en la persona de Juan XXIII, el verdadero y único papa bueno que yo por lo menos conozca. El papa Ratzinger, Benedicto XVI, continúa diciendo que la “esencia” de Europa es el cristianismo y que por tanto los turcos no pueden pertenecer a la Unión Europea. El papa Ratzinger apoya a los fascistas católicos que hoy gobiernan en Polonia, los que acaban de proclamar a Cristo Rey Rey de Polonia. El papa Ratzinger quiere volver a la misa en latín. El papa Benedicto XVI acaba de condenar por “hereje” a Jon Sobrino, como si estuviéramos en plena Edad Media. De tal manera que ese papa, profundamente reaccionario, es el líder espiritual de todos los católicos. De ese papa se puede esperar todo, hasta las actitudes más reaccionarias, y ese es el líder de todos los católicos. Incluso es el líder de aquellos católicos venezolanos que respaldan y apoyan firmemente este proceso de cambios que se está dando en Venezuela para convertirla en una sociedad más justa, más democrática, una sociedad menos excluyente, una sociedad distinta de la sociedad capitalista. De tal manera que hay una contradicción latente ahí.
Ahora, imaginemos por un momento (y esto no es una fantasía; es algo bastante probable, pienso que se está cocinando en silencio) lo siguiente. De manera oficial hasta ahora la Iglesia venezolana no ha declarado en términos dogmáticos, en términos que comprometan a los católicos, que Jesús no fue socialista. Opiniones ha habido: Ugalde, algunos cardenales, pero han sido opiniones. No ha habido una declaración. La Iglesia todavía no se ha atrevido a emitir una declaración que trate de colocar en su lugar a Chávez diciendo que Chávez, como católico, tiene que obedecer lo que la Iglesia diga y no seguir insistiendo dogmáticamente en que Jesús es socialista. No lo ha hecho hasta ahora, pero estoy convencido -conociendo como uno conoce a esta Iglesia reaccionaria venezolana y la no venezolana y sobre todo la vaticana- de que la Iglesia debe estar tramando algo peor, un argumento de Autoridad mucho más fuerte que el de ella misma a nivel de Venezuela: una encíclica papal. Y de este papa se puede esperar algo.
Ojalá las cosas se queden donde están y –repito- no se siga metiendo más el dedo en esa llaga. Ojalá la Iglesia se quede tranquila en este terreno pero, si la discusión dogmática sigue, no me extrañaría que la Iglesia (que debe estar ya tramando eso, piensen en los cardenales y nuncios que se mueven por ahí) consiguiera que el papa Benedicto XVI emita una encíclica en la cual el papa diga que Jesucristo no fue socialista. Y recordemos que para los católicos, según un dogma completamente absurdo e irracional que los católicos aceptan, el papa es infalible, el papa no se equivoca. Cuando el papa habla ex cátedra -como lo estableció el papa Pío IX en el Concilio Vaticano I en 1870-, en principio sentado en la silla de Pedro, es decir fundamentalmente cuando el papa habla de temas de religión, de temas de dogma, el papa es infalible. Lo que dice el papa es Dios. Está hablando Dios a través del papa. De tal manera que una encíclica papal, en la cual el papa le diga a los católicos que Jesucristo no fue socialista, si eso llegara a pasar -ojalá no ocurra- ¿qué sucedería entonces aquí en Venezuela con los católicos? ¿qué harían los católicos que apoyan el socialismo del siglo XXI? ¿qué haría el propio presidente Chávez y qué harían muchos de sus ministros que son fieles católicos sinceros? ¿no sería mejor tratar de dejar las cosas del tamaño actual, sin agudizar una contradicción innecesaria que lleva la discusión al terreno del otro, al terreno donde el otro –la alta jerarquía religiosa- es el que tiene todas las de ganar y que por tanto podría hacerle mucho daño a todos los que queremos, como usted, presidente, seguir profundizando este proceso con el apoyo de la gran mayoría de los venezolanos y las venezolanas? ¿No tenemos suficientes enemigos, enemigos poderosos tanto afuera como adentro de este proceso para entrar en una pelea como ésta absurda e innecesaria? ¿no basta con mantenerse en el terreno de las opiniones, que cada quien opine lo que quiera, que cada quien escoja su Jesucristo; el Jesucristo de la izquierda, el de los luchadores revolucionarios, el Jesucristo de la Teología de la Liberación, el Jesucristo del pueblo, el Jesucristo sensible a los problemas de las mayorías, de los pobres, y que la derecha, la alta jerarquía religiosa tenga su Cristo Rey, reaccionario, fascista, como lo han tenido en otras oportunidades pero sin que entremos, por favor, en un conflicto de dogma, de querer decir que lo que se opina ya no es opinión sino dogma, y entrar en el terreno de esa Iglesia reaccionaria que -en ese terreno- sí tiene todas las de ganar y crearle un conflicto serio, terrible, a este proceso revolucionario que ya tiene suficientes enemigos, suficientes adversarios poderosos tanto dentro del país como fuera.
De tal manera que esa es la reflexión que he querido hacer a propósito de esta intervención del presidente Chávez, que me dejó verdaderamente preocupado por la forma en que fue dicha y por el contexto que -yo veo- está configurándose aquí. Pero quiero terminar diciendo una última cosa importante.
Nosotros no estamos ya en la Edad Media. Nosotros estamos justamente en el siglo XXI, justamente en el siglo XXI. El socialismo del siglo XXI no necesita ninguna fundamentación religiosa. El socialismo del siglo XXI no necesita basarse en una afirmación dogmática, discutible por lo demás, acerca de que Jesús fue socialista. Si Jesús fue socialista, como pueden creer e interpretar algunos, magnífico, y por supuesto eso alimentaría el socialismo del siglo XXI. Si Jesús no fue socialista, si Jesús es Cristo Rey, el socialismo del siglo XXI tiene que seguir su camino. El socialismo del siglo XXI no puede, por favor, fundamentarse en la religión, en ningún dogma religioso.
El socialismo del siglo XXI puede utilizar en su apoyo textos evangélicos, pasajes muy hermosos en los que ese Jesús de los Evangelios habla de amor, habla de fraternidad, habla de justicia, habla de solidaridad con los pobres y con los débiles. Esos textos pueden y deben ser una de las fuentes de este socialismo humano, solidario, masivo que estamos tratando de construir. Pero aun cuando pueda apoyarse, entre otras cosas, en fuentes religiosas, el socialismo del siglo XXI es laico. El socialismo del siglo XXI tiene que ser laico.
El socialismo del siglo XXI puede y debe respetar las religiones, mientras las religiones no se meten en política, pero no puede ser, no debe ser un socialismo religioso. El socialismo del siglo XXI no nace del cielo, no nace de ninguna religión. ¿O es que acaso los judíos, o es que acaso los musulmanes, o es que acaso los budistas, o es que acaso los shintoístas, los hindúes, que también son religiosos y son muchos más que los católicos, pero no creen que Jesús haya sido Dios ¿acaso ellos entonces no pueden ser socialistas, porque para ser socialista hay que ser cristiano y partir de Jesús? ¿y los ateos, los que no creen en Dios, los que no creen en ninguna religión, es que no pueden ser socialistas? Por favor, el socialismo es humano.
El socialismo es de todos nosotros, de todos los seres humanos y puede sostenerse solo, sin necesidad de ningún fundamento religioso. El socialismo es una necesidad humana. Este socialismo del siglo XXI, como todo socialismo, nace de las necesidades humanas, no divinas. Nace de la necesidad de tener que enfrentar ese sistema terrible e injusto que es el capitalismo en el cual vivimos, en la necesidad de derrotar el capitalismo, de derrotarlo con el concurso y el protagonismo de las grandes mayorías explotadas, para construir entre todos un sistema social más justo que el que tenemos hasta ahora, que es esa inmundicia de sistema capitalista. Un sistema social más justo en el que todos los seres humanos, todos los hombres y las mujeres que habitamos este planeta tengamos cabida y podamos vivir libremente como seres humanos. Eso es una necesidad humana. Si algunos elementos religiosos, de cualquier religión -porque no sólo el cristianismo tiene sensibilidad social en algunos de sus fundadores, en todas las religiones siempre hay un componente de lucha por la justicia, de esperanza- que eso alimente en el socialismo, excelente.
Pero no vamos a construir el socialismo sobre la base de una discusión dogmática acerca de si Jesús fue socialista o no; o si Jesús no fue socialista, ¿entonces nosotros no podemos construir el socialismo?
Me permito, y con esto termino, hacer un llamado más a la serenidad, a la prudencia en este terreno. A evitar un conflicto religioso que puede añadirse a los grandes peligros que siguen amenazando este proceso hermoso, este proceso esperanzador, que es el proceso en que todos estamos involucrados para construir una sociedad más justa, una sociedad digna, una sociedad realmente humana frente a este capitalismo monstruoso que tenemos y que nos está destruyendo a todos y destruyendo el planeta entero. Y que podemos hacerlo entre todos y que, de verdad, esto nace de las necesidades humanas de todos nosotros y es ello su alimento fundamental. Me parece esto es bien importante y que deberíamos evitar en la medida de lo posible, que lo que es una discusión de opiniones, se pueda convertir en un problema dogmático, en una pelea en el terreno de la alta jerarquía religiosa que va a crearle conflictos a este proceso revolucionario.
Lo dejo ahí. He sido suficientemente claro y me despido por hoy.
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Nota:
Uno de esos programas, “El pensamiento de Jesús y los orígenes del cristianismo”, se encuentra en aporrea (5 de marzo de 2007). Transcripción libre de “Temas sobre el tapete”, 28 de febrero de 2007 en RNV canal 91.1 (Mariela Sánchez Urdaneta).