Errores, desviaciones y cambiio de naturaleza del régimen. Una discusión en la izquierda

Hace poco leímos el debate entre los sociólogos Steve Ellner y Emiliano Terán Mantovani, acerca de la naturaleza y evolución del chavismo, la caracterización del gobierno de Nicolás Maduro y las perspectivas para la izquierda en Venezuela y la región. En general, el debate no es nada nuevo. Viene desde que Chávez vivía, pero alcanzó un máximo de intensidad, no solo cuando renunciaron varios altos funcionarios por denuncia de corruptelas de proporciones nunca vistas, al morir el caudillo, sino cuando Maduro asumió políticas de ajuste, de inspiración claramente neoliberal y anti trabajadores, hacia 2018.

La reciente discusión de Ellner y Terán giró en torno a cómo la izquierda debe analizar y posicionarse frente al gobierno de Nicolás Maduro, considerando tanto los desafíos externos (como las sanciones) como las políticas internas y su impacto en la sociedad venezolana. Ellner abogó por una "matización" y un análisis más riguroso que tenga en cuenta la complejidad de la situación, mientras que Terán Mantovani critica lo que ve como una justificación de políticas regresivas y autoritarias bajo el pretexto de la contextualización. Ellner contraargumentó que cualquier análisis del gobierno de Maduro debe ser contextualizado y matizado, prestando especial atención al impacto de las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos. Él sostiene que desestimar las políticas del gobierno o no considerar la guerra económica es engañoso y simplista. Por su parte, Terán Mantovani y otros críticos (como Gabriel Hetland, a quien Ellner responde inicialmente) sostienen que el gobierno de Maduro ha adoptado políticas neoliberales y se ha vuelto cada vez más autoritario, reprimiendo a los trabajadores y socavando los salarios.

Terán critica lo que considera los "puntos ciegos" de una izquierda "pro-Maduro" que, según él, justifica la represión y la aplicación de un "régimen neoliberal agresivo". En este sentido, yo destacaría las recientes y escalofriantes declaraciones del Secretario General del PC chileno, partido que acaba de colocar a su abanderada como candidata a las próximas elecciones en Chile, fueron calcadas de los voceros de por aquí, llenas de negacionismos de las sistemáticas y numerosas violaciones de los derechos humanos, materializadas en desapariciones forzadas de profesionales, torturas, muertes incluso; censura previa y posterior en los medios de comunicación, desconocimiento de la voluntad popular en las elecciones presidenciales del 28 de julio del año pasado. Las violaciones de las denuncias y procesos de investigación ha tenido un punto culminante con la expulsión de la misión de derechos humanos de la ONU de Venezuela. Es un buen punto de reflexión esa postura negacionista del comunista chileno, contrastantes con las sostenidas por el PC venezolano, que ha caracterizado claramente al gobierno de Maduro como neoliberal, autoritario, antiobrero, anticomunista y violadora de la Constitución.

Emiliano Terán también cuestionó el argumento de Ellner de que las sanciones son la causa principal de los problemas económicos y las políticas regresivas, sugiriendo que esta postura se utiliza para justificar acciones del gobierno. Él argumenta que, si bien las sanciones son condenables, la narrativa oficial de las sanciones puede neutralizar el debate y la crítica. Esto se puede complementar con análisis de varios economistas que señalan que el origen de la inmensa crisis económica venezolana, vienen desde mucho antes de las sanciones, desde la política de importaciones masivas y rentismo socialista de Chávez. Ellner, por su parte, insiste en la centralidad de las sanciones para comprender la situación venezolana. Terán Mantovani se pregunta por qué la izquierda internacional no dedica su energía a apoyar una oposición de izquierda en Venezuela que pueda desafiar el poder político, en lugar de ofrecer un apoyo acrítico al gobierno de Maduro.

Y es que hay un sector entero de la izquierda latinoamericana y de otros países, que ha asumido esa actitud de "tontos útiles", ciegos porque no quieren ver, sectaria, ante el régimen madurista. Se habla entonces de "intelectuales tarifados", que se aplica a otros tantos personajes criollos como Miguel Ángel Pérez Pirela y otros, de mucha mayor calificación que el supuesto "filósofo" de escasa obra, cuyas posiciones políticas inmediatas son las de simples propagandistas del régimen o, en el mejor de los casos, contrastantes con sus posiciones críticas y de izquierda en la teoría.

Es pertinente recordar que tampoco es nueva una situación como esta, donde los "tontos útiles" y los "intelectuales tarifados" hacen buya. Se sabe que ya, varios años después del fin de la Segunda Guerra, Sartre conocía en detalle las barbaridades del Gulag soviético, pero se hizo el loco, en contraste con Camus y otros autores existencialistas. Solo después, en la década de los sesenta, se deslindó de los soviéticos, cobijándose en las posiciones críticas del entonces líder comunista chino, Mao Tse Tung, quien también tenía sus vainas. Lo mismo podemos decir de la actitud de los escritores latinoamericanos acerca de la revolución cubana, quienes pasaron, como grupo, de una defensa entusiasta, a una decepción estrepitosa, y de allí a mutaciones ideológicas, como en el caso de Mario Vargas Llosa.

En realidad, para apartarse, cuestionar y combatir los autoritarismos y derivaciones monstruosas de las revoluciones, de la mutación de estados proletarios o populares, a simples aparatos de dominación de clase de nuevos privilegiados, no hay necesidad de dar el vuelco de Vargas Llosa hacia el neoliberalismo. De hecho, Emiliano Terán Mantovani es de los estudiosos de los temas de ecología política más coherente que conozco, asumiendo el enriquecimiento de lo que pudiera llamarse la doctrina de la izquierda con los elementos claves de la crítica al extractivismo y la síntesis de la ecología y el pensamiento crítico, además de los valores democráticos, en combate contra el neoliberalismo.

Por otra parte, ha habido momentos en la historia en que, desde el propio marxismo, se dieron elaboraciones conceptuales que consiguieron deslindarse del modelo soviético, considerado otrora "único" de socialismo marxista. En orden cronológico de estas disidencias, podemos mencionar, entre otros, a León Trotsky, junto a Lenin, el dirigente más importante de la revolución rusa de 1917, quien llegó a caracterizar como "deformación burocrática", la transformación del Estado obrero soviético en la dictadura terrorista de unos burócratas elevados a una nueva oligarquía que oprimía a la clase obrera. Mao Tse Tung llevó la crítica un poco más allá, señalando la conversión del Estado soviético en un Estado "socialimperialista" con su propia clase burguesa monopólica. Luego de la disidencia nacionalista y autogestionaria de Tito, de Yugoslavia salió la crítica devastadora de su segundo, Milovan Djillas, quien identificó una nueva clase opresora en esas sociedades.

En América Latina, también hay una elaboración teórica importante en este sentido. Ahí están las contribuciones de Teodoro Petkoff, Moisés Moleiro, Ludovico Silva, Rigoberto Lanz, entre otros, quienes, en general, se les considera como una vuelta hacia posiciones socialistas democráticos o liberales, como las llama Enrique Ochoa Antich. Es decir, la capacidad de integrar el planteamiento de la democracia política como elemento esencial del proyecto de sociedad socialista.

Pero en nuestra región continental, también hay que referir el fracaso de la teoría de la dependencia. Para hacer memoria o informar a las nuevas generaciones, según esa teoría nuestros países eran subdesarrollados, porque eran dependientes del imperialismo norteamericano, que heredó la dominación de los imperios anteriores, por la vía de la inversión directa y la asociación a una burguesía criolla que nunca llegó a ser nacional ni mucho menos nacionalista, por su carácter dependiente. Por eso, la solución, según esos teóricos, era la revolución que fuera más allá de la etapa de "liberación nacional", en colaboración con una fulana "burguesía nacional" (un antecedente ilustre de la "burguesía revolucionaria" o "boliburguesía" venezolana), y que se declarara de una vez "socialista". Esta posición, en su momento, justificó la declaración de la revolución cubana, inicialmente democrática, como socialista por parte de Castro quien, adelantado como siempre, aprovechó la guerra fría para colgarse de la URSS y ser su garrapata durante varias décadas.

El madurismo ha usado a diestra y siniestra el motivo del antiimperialismo para chantajear moral e ideológicamente a sus militantes más honestos (pocos les está quedando; pero todavía hay por ahí, procesando su duelo) y el argumento de las sanciones norteamericano como justificativo del gran fracaso nacional, tanto económico como social, educativo, cultural, político y de todo tipo, así como el velo que impide ver lo evidente: un cambio de naturaleza del régimen. Porque no se trata de simples "errores" (como el de limitar la revolución a políticas sociales, llamadas con mucha bulla "misiones"; basar toda la política económica y social en el uso de la inmensa renta petrolera; haber creado una "agricultura de puertos" que permitió además una inmensa corruptela en el reparto de las divisas, etc.). Tampoco se trata de "desviaciones" o simples "deformaciones burocráticas bonapartistas", como es ese de sustituir las alianzas de clases sociales, de la clase obrera, campesina y los intelectuales, por la "unidad cívico-militar-policial" que ha transformado al Estado en un aparato represivo terrorista. Se trata de un verdadero cambio de naturaleza del régimen político, hasta llegar a este esperpento delictivo-terrorista, geopolíticamente oportunista, que está prácticamente destruyendo la república creada hace 214 años y vendiéndola al mejor postor en medio del reparto del mundo entre las grandes potencias en medio de la nueva guerra fría. La reforma constitucional que anuncian vendría siendo la guinda del pastel de ese proceso. Por eso, debemos enfrentarla desde ya.



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Jesús Puerta


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